Jazmín, Lina y Freddy; por Teodoro Petkoff
En los bajos fondos del chavismo hay mar de fondo –y valga la redundancia. Está en pleno desarrollo una peculiar guerra entre bandas de «invasores» de edificios que este fin de semana llevó a la cárcel a la más connotada jefa de una de ellas, la «comandante Manuitt» y a varios de los integrantes de su Corte de los Milagros. Sin embargo, la señora en cuestión, que obviamente parece ser de pelo en pecho, no sólo no se acoquinó sino que retrucó acusando a su archirrival, Lina Ron, y al mismísimo alcalde de Libertador, Freddy Bernal, de ser los verdaderos capos del lucrativo negocio de las invasiones. Puro Bertolt Brecht, con su Ópera de los Tres Centavos, puro «Mack the Knife». La réplica envilecida de las no menos brutales, pero sofisticadas confrontaciones de cuello blanco entre embotelladoras o televisoras o bancos. No deja de ser irónico, en todo esto, escuchar a Bernal, después de dos años de omisión, reivindicando la defensa de la propiedad privada. ¿Será de la suya?
No es un fenómeno nuevo el de las invasiones. De hecho, en el origen de casi todas las barriadas populares hay una ocupación por la fuerza. Las épocas electorales fueron siempre particularmente propicias para esta actividad. Tampoco es una novedad que los invasores se metan bajo el paraguas del gobierno de turno. Incontables barrios denominados «Blanca Ibáñez», «Blanca de Pérez» o portando más directamente los nombres de los propios presidentes, fueron la respuesta ingeniosa de quienes procuraban protegerse de las autoridades aferrándose al talismán de los epónimos políticos del momento, cuando no de los próceres de antaño. Porque los barrios «Simón Bolívar» o «Sucre» no son sólo de ahora. Muchas de esas invasiones eran dirigidas por una singular especie de «líderes» populares: los invasores profesionales, que rápidamente devenían «promotores inmobiliarios» negociantes de parcelas y ranchos. Pero la ya virtual inexistencia de terrenos urbanos invadibles ha hecho florecer la nueva modalidad de las invasiones: las de edificios.
Naturalmente, procesos políticos como el actual, que de una u otra manera remueven las aguas de la sociedad, producen una suerte de resaca social, eso que desde Marx se dio en llamar «lumpen proletariat» disponible para la aventura delictiva con cobertura política. En 1958, a la caída de Pérez Jiménez, tuvimos al apodado «Hombre de la chaqueta negra» remoto precursor de la «comandante Manuitt». Pero hoy tenemos una novedad: la alianza entre el lumpen y ciertos jefes políticos de esa parte del chavismo que está en esa frontera difusa donde se confunden legítimas reivindicaciones populares con su aprovechamiento oportunista e inescrupuloso, que termina cubriendo puros y simples delitos. Cada bando cree que puede utilizar al otro, en una alianza frágil e inestable, siempre amenazada por la disputa por el botín y por el control del territorio, tal como ahora, aparentemente, está ocurriendo. Los ventiladores están prendidos entre Manuitt, Bernal y Ron y la lluvia no es propiamente de flores.