Unidad sigue siendo el reto, por Gregorio Salazar
La clientela opositora parece haberse taponado los oídos. No atiende llamados a votar, como desde hace un tiempo dejó de responder los que se lanzaron para expresar masivamente sus protestas en la calle. No apuesta mayormente sus bazas en ningún liderazgo opositor. Ha entrado en estado catatónico y buena parte de esa masa permanece en espera de un evento exterior que cambie el rumbo de las cosas.
No es para menos. El tortuoso camino que le ha tocado vivir a la oposición democrática venezolana desde el 6D a esta parte la ha transformado en un amasijo de frustraciones muy lacerantes, creencias y descreencias, sentimientos y resentimientos, todo un cúmulo de pesares que terminan por hundirlo en el abatimiento, la impotencia, la desesperanza.
En el centro de esta situación patética está uno de los más perversos logros del gobierno: haber arrasado con la fe en el voto y casi todo cuanto signifique la organización y la participación por esa vía. De allí, obviamente, se derivan y estimulan todas las expectativas puestas en las vías violentas o venidas del exterior y, por supuesto, la convicción de que mientras más inmediatas y expeditas mejor. Qué difícil es.
Nadie puede poner en duda lo deseable y pertinente del discurso que llama a hacer política, a no abandonar la vía del voto y a persistir en la organización de los cuadros partidista para transitarla. Frente a ello, la dictadura mantiene la misma respuesta, única y simple: atornilla en sus cargos del Consejo Nacional Electoral (CNE) a las cuatro mismas detestables marionetas de siempre. ¿Por qué Tibisay Lucena es eternizada en su presidencia a pesar del torrente de críticas y cuestionamientos que ha merecido a lo largo de los años dentro y fuera de Venezuela? Claramente, porque no hay ser sobre el planeta cuya presencia aleje más de las mesas de votación a los venezolanos que la impúdica señora que asume sin pestañar su “rol revolucionario”.
Mientras el CNE sea la misma oprobiosa maquinaria, los llamados a participar seguirán estrellándose contra la hermética conducta abstencionista de la oposición. ¿Y cómo no, si hasta la hueste chavista halagada con bonos y mendrugos se ha alejado de las urnas de votación? Así lo acaban de demostrar las recientes elecciones municipales.
La postura frente al desmantelamiento de la imparcialidad del sistema electoral venezolano es forzosamente causa principalísima de la división de la dirigencia opositora. Unos han decidido empeñarse en la participación, obviando incluso la burla que hizo el régimen de los acuerdos firmados para la elección presidencial de este año. Otros consideran que, sin renegar de la vía electoral, no puede acudirse a unos comicios con semejante sesgo y ventajismo y ha llamado consecutivamente a la abstención, que de manera deplorable deja también el saldo de la inacción y la desmovilización política.
Un tercer sector se cierra a todo juego político que incluya diálogo y participación. Su línea es propiciar las condiciones para la irrupción de la solución exterior, si es posible combinada con la ayuda interna. Tiene además su discurso un sesgo muy venenoso y disociador: todo el que no entre en esa senda es traidor, colaboracionista, un corrupto de siete suelas.
Los partidos no deben abandonar sus esfuerzos por diseñar tanto un mensaje unitario como una vía de actuación que incorpore a masivamente la sociedad porque el caos va a seguir profundizándose peligrosamente
No estamos a salvo de una eclosión anárquica. La producción petrolera no va a aumentar y la hiperflación no va a cejar con un gobierno que la impulsa de todas las formas posibles. Las condiciones de vida del pueblo ya son abyectas, sin derechos y en la miseria. Son los momentos que reclaman una dirigencia que definitivamente esté a la altura del transcendental momento histórico hacia el que nos vamos moviendo. Unidad sigue siendo el reto.