10 millones no votaron, por Teodoro Petkoff

Ayer, en sus declaraciones después de votar, Chávez recordó la última novela del escritor portugués José Saramago. Casi nombró la soga en la casa del ahorcado porque en su novela anterior, «Elogio de la lucidez», Saramago narra la decisión de una ciudad ficticia que, sin acuerdo previo entre sus habitantes, resolvió no votar y de las cosas que a raíz de ello ocurrieron en el país. Sería bueno que Chávez y su gente leyeran esa novela para no cometer las estupideces en que el gobierno de ese país de ficción incurrió al conocer la abstención que se había producido. Es hora de actuar sin arrogancia y con claro sentido político, porque lo que ha surgido es una crisis política, así el gobierno se empeñe en minimizarla. El tiempo lo dirá muy pronto.
El país expresó pacíficamente un claro rechazo a las últimas “novedades” puestas en órbita por Hugo Chávez. Ya habíamos percibido entre las gentes de las barriadas populares cierta inquietud con aquello de que “Toda la tierra es del Estado” y ante la militarización de las medidas en relación con la tierra. También se expresaba no poca perplejidad ante el llamado “Socialismo del siglo XXI”, que no se sabe bien en qué se diferencia del comunismo cubano.
Pero igualmente habló el país que no entiende cómo con ingresos tan colosales la pobreza no sólo no disminuye sino que aumenta y la crisis social tiene expresiones escalofriantes en la expansión aterradora de la delincuencia y de la criminalidad. También habló el país que está harto de la bronca permanente, del brutal lenguaje belicista, del estilo de carrito chocón y de los insultos y agravios continuos a nacionales y/o extranjeros a quienes Chávez y sus alabarderos tildan de “enemigos”. Habló un país que quiere paz y tranquilidad, respeto entre los venezolanos, para podernos dedicar, sin tanta peleadera inútil, a sacarle provecho al enorme potencial del actual ingreso petrolero.
Pero, además, Venezuela enterró ayer al CNE y al sistema electoral. Estos ya están completamente agotados. Si alguna evidencia arroja la megaabstención de ayer (que ni siquiera con el inocultable maquillaje de las cifras realizado por el CNE puede ser disimulada, porque 75% de abstención es realmente brutal) es que el país ya no soporta ni al uno ni al otro. El jueves pasado propusimos una postergación de las elecciones para afrontar el grave problema de un dispositivo electoral sin credibilidad. El gobierno, arrogantemente, sólo respondió con insultos. Ahora, insistiremos en la perentoria necesidad de abordar, desde ya, mediante un diálogo abierto y sin exclusiones, entre gobierno y oposición, la refacción total del sistema electoral y la designación de un CNE respetable.
Ya nadie en el mundo se llama a engaño. Un organismo rector de las elecciones no puede tener 4 de sus 5 miembros, en particular su presidente, clara y activamente identificados con el gobierno. Las arbitrariedades y abusos de esta directiva han sido tan rampantes que sólo ese porcentaje de “duros” y sectarios que ayer votó por el gobierno puede sentirse cómodo con aquellos. Además, la automatización del sistema electoral ha quedado agonizando. Quizás lo más conveniente sea volver al sistema manual, que, además, es infinitamente más barato.
En medio de todo esto, el gobierno tiene un problema nada desdeñable: un Parlamento monocolor, elegido, en medio de una abstención gigantesca, sólo por el 25% de los electores, una parte considerable de ellos, empleados públicos, obscena y abiertamente obligados a votar so pena de perder el trabajo. Además, por menos, porque más de 10 puntos de ese porcentaje son de votos nulos. El gobierno ha salido de esta elección con el traje muy arrugado. Pero la oposición tiene también un problema, y nada menudo.