107 años de doña Emilia, dulce y sonriente patrimonio, por Rafael A. Sanabria M.
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En el registro del municipio José Rafael Revenga del estado Aragua está asentado que Clara Emilia Delgado nació en la población de El Consejo el 12 de agosto de 1914. Cuando Clara Emilia tenía 12 años de edad quedó huérfana de madre y en situación muy precaria, pues la familia Delgado prácticamente se extinguió. Una prima la crio, le sembró valiosos ejemplos de rectitud ciudadana y junto a ella ejerció el viejo trabajo tabacalero y el arte de lavar y planchar ajeno.
A los 26 años de edad contrajo matrimonio con Ignacio González, con quien tuvo 11 hijos. Actualmente, su prolífica descendencia alcanza más de 100, solo entre los nietos y biznietos, además de los tataranietos y choznos. Hoy por hoy, a su avanzada edad, es un fanal de las buenas costumbres, incentivo enaltecedor, multiplicado en la juventud de su amplia descendencia.
Doña Emilia es nieta de Marcos Rivas, quien fue peón manumiso de la hacienda Santo Domingo, quien el 6 de septiembre de 1846 a medianoche, con 30 hombres armados de lanzas y trabucos, dando vivas a la libertad y muerte a los oligarcas, ocuparon el pueblo de Las Tejerías, detuvieron al comisario de Guayas y se llevaron cuantas almas y pertrechos había a mano.
Con sus acciones permitió el logro de la democratización social de Venezuela y fue considerado héroe anónimo de la Guerra Federal según Federico Brito Figueroa en su obra Tiempos de Ezequiel Zamora. Doña Emilia también nació en tiempos de dictadura, días difíciles, pero la rectitud de sus procedimientos le permitió tallar una vida impecable. Por la parte materna, doña Emilia es tataranieta de inmigrantes de las islas Canarias llegados en 1846.
El tiempo, que es misterioso, intocable e invisible, pero sin embargo se puede medir y cuantificar, se ha hospedado en la población de El Consejo. Allí en una vieja casona con olor a historia, se ha atrapado el misterio del tiempo con filosofía y religiosidad, con rutina o aventura, con reflexión y optimismo. Allí habita Clara Emilia con sus 107 años de edad, con su mirada de amor, con un atardecer feliz y un corazón como cántaro de agua para refrescar penas, con el alma candorosa llena de labores invisibles e infinitas.
Para sus coterráneos, ella es un reloj sin números ni agujas, que permanece intacta al tiempo, respirando paz y don de gente.
Ese siglo, más siete años de edad, alberga tertulias de béisbol, cuentos de curanderos, fiestas patronales, toros coleados, carnavales inolvidables, mitos y leyendas, los paseos en la plaza del pueblo cuando muchacha, el inconfundible sonido de la locomotora, los bailes de joropo y muchos otros sucesos que Clara Emilia aún mantiene en su retentiva. Cuando visito a Clara Emilia los corredores se trasforman en el auditorio de una clase de historia local, donde la palabra fresca y dulce invita a quedarse extasiado en la narración fehaciente y palpitante de quien vive para contar con amor aquellos tiempos consejeños.
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Esas meditaciones, tantos recuerdos, los atardeceres felices conforman sus gratos 107 años de edad que recién celebró con orgullo junto a su parentela. Cómo anhelo el crepúsculo, porque me regala el paisaje de mirarla sentada frente a su hogar, con esas pinceladas de nácar en el rostro que encierra la memoria de tiempos de antes, que tal vez guarda el sigilo del valle que la vio nacer. Allí, en el recibo de su casona, en el entrepatio donde danzan los helechos y en el alero, hay un país de recuerdos que Clara Emilia en sus tertulias no permite que se marche.
Es una casona de ensueños, palabras que salen de las paredes, dulzura y cariño a granel que salen de la voz de su propietaria.
Clara Emilia Delgado de González es un paisaje vivo que exhibe con orgullo su familia. Ella, que usa con eficiencia su teléfono celular, aún sigue respirando su atmósfera vital y de paz que se ha borrado del almanaque y siempre está allí con el mismo carácter alegre y con la sonrisa de siempre, para instalarnos en ese país que solo es posible en su palabra y en el fraterno abrazo que solo ella sabe dar. Por eso, las rocas respiran su nombre y el viento susurra el año 14 en la piel de esta señora de señoras, que la nombra el eco del tiempo: saludos, Clara Emilia.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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