10E, diálogo y manifestación, por Rafael Uzcátegui
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Luego de la materialización del desconocimiento de la voluntad popular, el pasado 10 de enero, vuelve la discusión sobre cuál es el camino para continuar la demanda de democracia. Aunque es una conversación pública matizada, debido a la amenaza de la llamada «Ley Simón Bolívar», dos de sus contornos hablan de impulsar la convocatoria a manifestaciones o estimular diálogos a toda costa. Como hechos aislados, sin vinculación a un plan mayor, ambas alternativas pudieran repetir el error de confundir la táctica con la estrategia, debilitando mecanismos que luego pudieran ser necesarios durante momentos ofensivos claves de confrontación al autoritarismo.
La estrategia es un plan general para alcanzar un objetivo, mientras que la táctica son los pasos específicos necesarios para lograrlo. En nuestro caso la estrategia es que Venezuela recupere su institucionalidad democrática, con vigencia plena de la Constitución y los derechos humanos, con el menor margen posible de impunidad. Los pasos para ello, las tácticas, son diversas y complementarias: Desde la organización popular, el fortalecimiento del liderazgo político unitario, la propaganda, la incidencia internacional, el diálogo y la movilización, por citar los principales. Ninguno de estos elementos de manera aislada, sin la presencia de un plan que implique el abordaje de varias dimensiones de manera simultánea, tendría mayores posibilidades de éxito.
La manifestación pacífica es un derecho, y no es nuestra intención desmotivar o desmovilizar a nadie. Sin embargo, como lo demuestra la detención de Enrique Márquez, un gobierno de facto está dispuesto, para preservarse, a dar golpes represivos contra cualquier sector político del país, independientemente de la naturaleza de sus propuestas. Quien demuestra capacidades para influir y articular a otros, se colocará en el ojo del cíclope represivo. El voluntarismo y visibilidad de antes del 10 de enero debe sustituirse por la planificación y la discreción.
Habrá momentos para la movilización masiva, donde la participación de la mayor cantidad de personas logre los objetivos de la convocatoria, pero deben combinarse con otros actos de indignación mediática, ejecutados por un número limitado de activistas. En ambos el eje debería ser preservar la libertad e integridad de los involucrados. Además, debería ser parte de una planificación mayor, sintonizada con el resto de las acciones de un movimiento social con mínimos compartidos en la lucha antidictatorial.
El «diálogo» merece más comentarios de nuestra parte. Cualquier acción política, basada en los acuerdos entre propios y extraños, tiene y tendrá a la posibilidad de los diálogos como una herramienta para su realización. Pero así como una protesta es contraproducente si no tiene en cuenta protocolos para la seguridad de sus participantes, no todos los diálogos pueden ser cónsonos con la estrategia redemocratizante.
Si usted promueve o participa en una iniciativa de «diálogo» que genere división en el liderazgo democrático y la erosión de la confianza en sus bases de apoyo, flaco favor estaría realizando a la posibilidad de una superación del autoritarismo. Si para realizar protestas hay momentos más pertinentes que otros, la incorporación a un diálogo implica tener, o acumular, el mayor poder de negociación posible. Hay que distinguir en momentos de acercamiento e intercambio que fortifiquen la estrategia democrática de esos «diálogos» cuyo objetivo es la legitimación del despotismo como interlocutor y la fragmentación del liderazgo opositor. Cualquier protesta, o cualquier diálogo, no es funcional a la lucha por la democracia.
El 10 de enero ha signado la evolución de la lucha política abierta a un esfuerzo en condiciones de clandestinidad y bajo la lógica de la resistencia. Son momentos de recalibración del GPS, de la reflexión sobre como mantener burbujas de contención antiautoritaria, de cómo proteger a nuestras organizaciones y seguir siendo útiles para el retorno de la democracia en Venezuela. También, de renovar nuestras capacidades y corregir lo que haya que corregir para mantener viva la llama de la esperanza.
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Y para esto hay mucho más que entusiasmo voluntarista en redes sociales. Cualquier observación imparcial del gobierno bolivariano de 2025 pudiera notar que se encuentra en posiciones más desventajosas y débiles que los gobiernos chavistas de sus primeros años.
En esta confrontación basada en el desgaste, el tiempo, los errores y la deslegitimación ha pasado también factura en el bando autoritario.
Rafael Uzcátegui es sociólogo y codirector de Laboratorio de Paz. Actualmente vinculado a Gobierno y Análisis Político (Gapac) dentro de la línea de investigación «Activismo versus cooperación autoritaria en espacios cívicos restringidos»
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