¡Toma tu tomate!, por Teodoro Petkoff
«La legalidad nos mata”: así podría repetir hoy Chávez, recordando a un personaje de alguna de las grandes revoluciones francesas de los siglos 18 y 19, quién, al igual que el comandante, atrapado por las exigencias de la ley, exclamaba “La legalité nous tue” ( “la legalidad nos mata” ). Lo que ayer ocurrió en el TSJ y en la AN revela hasta qué punto están equivocados los fanáticos del golpe militar. Es en el terreno de la legalidad, de la defensa de las instituciones y peleando en ellas, donde la oposición puede librar sus mejores batallas. Cada vez que cede ante las calculadas provocaciones de Chávez o, por el impulso de los sectores golpistas, patea contra su propio arco y se anota autogoles como los del golpe de abril del 2002 y los del paro indefinido de diciembre-enero, le concede a su adversario victorias que no merece. En cambio, mientras sus sectores democráticos han mantenido la sartén por el mango, ha obligado al gobierno a recular y lo ha colocado contra las cuerdas, como cuando lo obligó a sentarse en la Mesa de negociaciones.
Ayer el TSJ falló contra la Fiscalía y preservó los derechos procesales de los dirigentes petroleros. En la Asamblea Nacional se puso de manifiesto la absoluta precariedad y fragilidad de la exigua mayoría que aún conserva el gobierno en esa institución. Esto demuestra, una vez más, la absoluta miseria argumental de los diagnósticos políticos de quienes claman por una intervención militar –y hasta amenazan con una demencial “lucha armada” –, que consideran inexistentes los espacios para la lucha en el campo de las instituciones, porque dizque el “castro-comunismo” y el “totalitarismo” los habrían anulado. Todo lo contrario. Lo que pone de bulto la historia de estos cuatro años es el progresivo deterioro del gobierno, tanto en el ámbito de su influencia popular –donde está bien lejos de ser aquella avasallante marejada de masas del comienzo–, como en el de los otros dos grandes poderes del Estado, a los cuales cada vez menos se les puede continuar describiendo como “confiscados” por el Ejecutivo. El balance de estos cuatro años, si se le hace despojándose de la histeria y la desesperación, es el de un progresivo debilitamiento del gobierno y el fortalecimiento progresivo de sus opositores. Ni siquiera los episodios del 11A y el del paro indefinido han podido dar sostenibilidad al proyecto político del chavismo. Este mismo, con la torpe administración de sus “victorias” y con su incompetencia, se ha colocado otra vez en desventaja. No resiste la legalidad. Por eso rápidamente torna a las provocaciones y a la búsqueda de pleito, por eso se van a El Calvario o recurren a marramucias reglamentarias, tratando de llevar a la oposición nuevamente al terreno donde Chávez se siente a sus anchas: el de la violencia. Hay quienes quieren complacerlo, porque ya se sabe que los extremos se tocan. Guillo con esto. La legalidad mata a Chávez. La ilegalidad, a sus adversarios.