14 millones de venezolanos pasaron por la frontera en el 2019
De acuerdo con información aportada por la alcaldía del municipio Bolívar, 4.200.000 personas ingresaron a la ciudad en vehículos particulares
El protagonismo del Terminal de Pasajeros, en San Antonio del Táchira, se afianzó durante el año 2019, como consecuencia del masivo número de ciudadanos que arribó al puerto, de diversas zonas de Venezuela, con el propósito de cruzar a Colombia para hacer sus diligencias: cobrar remesas, comprar alimentos o medicinas. Otros lo hicieron con intenciones migratorias.
De acuerdo con información aportada por la alcaldía del municipio Bolívar, en el año que acaba de culminar, transitaron por la jurisdicción alrededor de 14.000.000 de ciudadanos. De esta cifra, el 70 % (9.800.000) llegó al Terminal de Pasajeros de la ciudad fronteriza, mientras que un 30 % (4.200.000) lo hizo en vehículos particulares.
En diciembre, solo por citar un ejemplo, por el puerto terrestre se movilizaron casi 500.000 ciudadanos, en 16.164 unidades: expresos y encavas. Las regiones centro y occidente son las que han registrado mayor número de usuarios que se dirigen a la zona, al igual que la región andina, por la cercanía con la frontera.
Según el alcalde Willian Gómez, 40.000 personas, en promedio, circularon a diario desde la avenida Venezuela, en San Antonio, hasta La Parada, en Colombia, con picos altos los fines de semana (viernes y sábado) de 50.000 ciudadanos por día. “De domingo a martes se dieron los picos más bajos, que iban de 25.000 a 30.000 personas”, apuntó.
“Tsunami humano” durante el “Viernes Negro”
El 29 de noviembre, denominado “Viernes Negro”, miles de venezolanos, de diferentes estados, viajaron a la frontera para pasar a Colombia. Ese día, la avenida Venezuela y el puente internacional Simón Bolívar se quedaron pequeños frente al “tsunami humano” que cruzó a Colombia, motivado por supuestos descuentos en la nación neogranadina.
El “Black Friday”, como se conoce en inglés, significó el día con mayor presencia de transeúntes, provocando un colapso que se extendió hasta el sábado y domingo. “Ese viernes llegaron más de 100.000 personas, en más de 1.500 unidades de transporte público, y en cerca de 3.000 vehículos particulares”, resaltó el burgomaestre.
Con este escenario, Gómez detalló que desde finales del mes de noviembre y hasta el 24 de diciembre, se presenciaron los picos más altos de ciudadanos en la ciudad de San Antonio, los cuales se evidenciaron durante las mañanas y noches en el paso binacional, donde hubo momentos, ya con la luz de la luna, en los que los venezolanos se veían obligados a usar ambos carriles del puente para retornar.
Estas cifras, en general, están hiladas por historias de un país en crisis, de una nación que ve a Cúcuta como una válvula de escape para obtener los productos que en Venezuela se hace cuesta arriba hallarlos. Cada costal repleto de comida, cada bolsa o maleta, reflejan el viacrucis de una sociedad.
Estrategias de movilidad y seguridad
El alcalde William Gómez aseguró que la institución ha establecido una nueva estructura organizativa en el Terminal de Pasajeros, que incluye al equipo de Vialidad municipal. “En base a la experiencia de años anteriores, ofreceremos mayor atención de seguridad y movilidad en los puntos más críticos, como lo es el corredor peatonal desde la Aduana, en la avenida Venezuela, hasta la calle 7”, dijo.
A lo largo de la calle 7, detalló Gómez, se ubicarán las paradas para las rutas alimentadoras, que van desde el Terminal hasta la avenida, y viceversa. “Este año, no solo se contará con buses o camionetas privadas, también se retoman y se suman algunas unidades de Transtáchira, en la redoma del cementerio”, indicó.
Recordó que ya están funcionando las renovadas salas de baño del terminal terrestre, que contaron con la colaboración de la Cruz Roja, organización que garantizó los estándares internacionales para un servicio de calidad, “donde se incluyeron zonas para las personas con discapacidad y duchas, tanto para niños como para adultos”.
“También innovamos en la sala de espera, donde se instalaron 26 nuevas sillas triples metálicas, dos puntos para cargar celulares y un parque infantil para niños y niñas, así como un televisor de 60 pulgadas, con sonido armónico para toda la sala de espera”, puntualizó Gómez, al tiempo que hizo énfasis en la instalación de 4 filtros de agua potable y dos puntos externos de hidratación.
La máxima autoridad local subrayó además que el puerto cuenta con circuito de cámaras de seguridad, planta eléctrica de 13.000 vatios,con sistema automático, así como con un sistema de bombas hidráulicas para los baños y filtros. “Este mes inauguraremos el centro de atención integral en el terminal, al igual que otra nueva sala de baños con más de 40 piezas sanitarias”, señaló.
“De manos de la empresa privada, se tiene previsto la apertura de otros puntos de comida y el arribo de nuevas líneas de transporte, con destinos a todas las zonas del país, y la entrada de Transtáchira, ofreciendo servicio extraurbano hacia el centro y occidente del país”, sentenció Willian Gómez.
Como colofón, el alcalde señaló que insistirán en la apertura de los puentes binacionales, y en la reactivación del aeropuerto internacional Juan Vicente Gómez, dos áreas de gran vitalidad para la frontera.
Historias signadas por la crisis
Eilis, Victoria y Yelitza tienen mucho en común. Las tres estaban el mismo día en el Terminal de Pasajeros de San Antonio, esperando partir a sus destinos. En ningún momento se cruzaron, ni entablaron conversaciones, solo las unía el hecho de haber cruzado el puente internacional Simón Bolívar, para retornar a Venezuela, tras haber vivido experiencias alejadas de su nación.
Eilis regresó por cuatro días. La urgía dejar a su hija bajo custodia de su abuela. Yelitza, tras seis meses en el exterior, decidió volver a su país de forma definitiva. Victoria, por su parte, tuvo que pasar más de un mes en Ecuador para brindarle a su hijo la atención médica que en Venezuela escasea.
Las tres damas son un fiel reflejo de las miles de historias que, a diario, convergen en el puerto de la ciudad, un lugar que se ha convertido en un referente a causa de la crisis económica, social y política que atraviesa la nación del oro negro.
“Me he tropezado con gente muy buena”
Eilis Martínez, de 33 años, abandonó Caracas hace tres meses con el afán de buscar, en escenarios foráneos, mayor estabilidad. La progenitora decidió dejar a sus dos hijos mayores, de 18 y 14 años, con sus abuelos. Su hija menor, de cuatro años, la acompañó en esta travesía.
“Trabajo en Bucaramanga como doméstica”, precisó sin apartar la mirada de su pequeña, quien se hallaba jugando con otros infantes en el terminal terrestre de San Antonio. “Vine a dejar a la niña con mis padres y regreso. No me puedo quejar, en Colombia me han recibido muy bien, me he tropezado con gente muy buena. La señora que me contrató solo me pidió la cédula de identidad para darme el trabajo”, especificó.
Martínez tiene pensado estar solo cuatro días en la capital venezolana. “Cuando vuelva, continuaré en la misma casa. Es muy fuerte despegarse de los hijos, pero es más fuerte quedarse en Caracas. Allí también trabajaba de doméstica, pero el dinero no alcanzaba”, relató.
Su estadía en Colombia ha arrojado algunas recompensas, pues “he podido mandarles dinero a mis familiares. No es mucho, pero al menos les alcanza para comer”, agregó quien el hecho de separarse de su hija le ha provocado un gran dolor. “Con ella me tocaba pagar alquiler y no la podía atender como se merece”, dijo.
De su vida como migrante, aclaró que lo más difícil ha sido pasar Navidad y Fin de Año alejada de sus seres queridos. “Mis padres son mi apoyo. Mi pareja también está en Bucaramanga, pero se le ha hecho muy difícil conseguir empleo”, resaltó.
“Fui a Ecuador por mi hijo”
El rostro de Victoria Colmenares lucía bastante extenuado. Su viaje, desde Ecuador hasta Cúcuta, representó largas horas sentada en un autobús. “Estuve en ese país por más de un mes. Lo hice por mi hijo, para que le brindaran la atención médica que en Venezuela no hay”, subrayó.
Colmenares contó con el apoyo de su hermana, que vive en Ecuador, y de su esposo, que trabaja en Cúcuta. “Ellos me dieron lo de los pasajes y para los demás gastos”, confesó quien se vio imposibilitada de laborar en el exterior por no contar con los permisos requeridos.
La dama, de 28 años, estaba en el puerto con sus dos hijos. “Ya compramos los pasajes para Charallave, salieron en 510.000 bolívares cada uno”, remarcó mientras se lamentaba por las horas que aún faltaban para que saliera la unidad. “Es la única, por lo tanto no tenía más opción”.
“En Charallave, como en todos lados, la situación está caótica. Allá trabajo en un comedor. A mi esposo, que trabaja en un centro comercial de Cúcuta, le ha ido bien. Él es quien nos manda para la comida y otros gastos”, dijo para luego resaltar las complejidades de la distancia: “duele mucho estar alejado de su pareja. Es un sacrificio grande”.
Colmenares no descarta la posibilidad de irse a vivir a la ciudad neogranadina, para estar cerca de su esposo. “Todo depende de cómo le siga yendo. Él me ha dicho que si todo sale bien, en abril estaríamos, mis hijos y yo, viajando nuevamente para esta zona”, enfatizó.
Un retorno definitivo
Yelitza Santiago, de 39 años, experimentó, junto a su familia, la vida de migrante. El país escogido fue Colombia, y la ciudad, Bucaramanga. Allá, durante seis meses, trabajó atendiendo un negocio en pleno centro de la zona neogranadina. Ahora, regresa a Maracaibo para continuar con su vida, pero en su país.
“La experiencia fue chévere, trabajé con buenas personas en almacenes del centro, vendiendo bolsos y calzado. Lo que me pagaban me alcanzaba para cubrir el cuarto, los servicios y comida”, apuntó, con uno de sus hijos, el menor, descansando en su regazo.
“Me regreso para que los niños estudien. Yo me fui en julio y allá, en Bucaramanga, no estaban estudiando. Mi esposo trabajaba como mecánico y albañil. Lo más difícil fue dejar a mis hijos (cuatro) solos para salir a laborar todo el día, de 8:00 a.m. a 8:00 p.m.”, describió.
Para Santiago, esta experiencia la marcó como madre. “Es algo que no se lo deseo a nadie, ya que nosotros, como padres, debemos cultivar valores en ellos, pues los niños, al estar solos, no tienen educación estable. La atención que les bridemos es lo que vamos a ver reflejado en el mañana”, reflexionó.
Aunque no fue víctima de la xenofobia, sí presenció muchos casos de rechazo hacia los venezolanos. “Uno escuchaba comentarios de que les estábamos invadiendo el país y que debíamos regresarnos”, aseguró con la fe puesta en el retorno del bienestar para Venezuela. “A mí, por ser venezolana, me pagaban el día a 20.000 pesos, mientras que a un colombiano en 35.000”, lamentó.
“Debemos enfrentar cada situación, debemos tener la esperanza y enfocar nuestros pensamientos en puntos positivos para tratar de sobrevivir a cada momento difícil. No podemos quedarnos de brazos cruzados, debemos seguir luchando”, subrayó.
Especial: La Nación