-18.5%: quinquenio de hojalata, por Teodoro Petkoff
La economía sigue en terapia. Las cifras del Banco Central para el segundo trimestre (abril, mayo y junio) y para el primer semestre (enerojunio) son indicadoras de algo que si no es una catástrofe se le parece mucho. El Producto Interno Bruto experimentó una caída de 9,4% en el segundo trimestre de este año con respecto al mismo período del año pasado. Este plongeon, unido a la barrena del primer trimestre (27,6% ) da como resultado que el primer semestre del 2003 haya sido el peor del último medio siglo: un descenso de 18,5% en el PIB con respecto al primer semestre del año anterior. Esta pésima performance debe ser atribuida a dos paros consecutivos: el de diciembre-enero y el cambiario subsiguiente.
Oposición y gobierno convergieron para mantener al submarino de Giordani en el fondo del mar de la felicidad.
Pero, es evidente que a pesar de los efectos del paro cambiario, en el segundo trimestre se produjo una cierta recuperación de la actividad económica, después el derrumbe del primer trimestre.
No podía menos que ser así por un mero efecto de rebote.
El restablecimiento de la “normalidad”, aunque precario, implicó una relativa reanimación de la economía.
Probablemente en el tercer trimestre se experimente un resultado análogo y en el cuarto es posible que se registre crecimiento positivo respecto del mismo lapso del año anterior. El 2003 en su conjunto cerrará, sin embargo, con un descenso significativo en el PIB. Pero, si los precios del petróleo se mantienen en sus niveles actuales, el 2004 será un año de crecimiento positivo respecto del que morirá en diciembre.
Entrando un poco más en el detalle encontramos que aunque en el segundo trimestre el PIB petrolero “apenas” cayó en 2,9%, en el semestre el total del descenso fue de 26,5% . Pero se da el llamativo detalle de que mientras el sector petrolero público cayó en estos seis meses en 7%, el privado creció en 46% . En otras palabras, la recuperación de la actividad petrolera ha descansado sobre el lomo de las empresas petroleras transnacionales, lo cual no deja de ser una paradoja en estos tiempos revolucionarios y antiglobalizadores. El sector no petrolero, tanto público como privado, experimentó un descenso en su actividad de 10,4% en el segundo trimestre (5,6% en el público y 11,5% en el privado) y de 14,6% en el semestre de la cuenta.
Si queremos entender el desastre social implícito en estas cifras (casi 20% de desempleo abierto y 54% de informalidad), basta con ver lo que está pasando con la industria de la construcción, que es la mayor fuente individual de trabajo en el país: ¡-50,7% en el trimestre y -55,9% en el semestre! La mitad del sector está colapsada. Una industria que depende tanto de la contratación con el gobierno no puede arrancar cuando las órdenes de construcción provenientes del sector público se cayeron en un 46,8% en el segundo trimestre, respecto del mismo período en 2002 y en 48,4% en el semestre. Esta muestra clamorosa de incompetencia administrativa fue así con Diosdado full time en su cargo, así que podemos imaginar cómo será ahora que el ministro de Infraestructura es candidato-bufo pero candidato, a fin de cuentas.
Ahora bien, este milagro al revés ni siquiera se puede atribuir a los inevitables desajustes que suelen acompañar a los grandes cambios revolucionarios.
Nada de eso hemos vivido aquí. Este desastre es hijo legítimo de la más estruendosa ineptitud administrativa, de políticas equivocadas y erráticas y de un talante absurdamente conflictivo y pendenciero, de carrito chocón, que le ha quitado aire a la actividad económica, respecto de la cual el gobierno ni siquiera puede justificar estos resultados como producto de las remezones producidas por cambios estructurales. El país es el mismo, pero todo está peor.