2021, un año por hacer, por Simón García
Twitter: @garciasim
La democracia venezolana está herida en su corazón. Los que votamos para protegerla, fuimos triplicados por quienes votaron para reforzar el poder que la desnaturaliza. Paradójicamente, el atributo liberal de la democracia permite que sus medios sean usados para defenderla o para abatirla. Uno esencial, el voto, funciona bajo el imperio de la cantidad, no de los fines.
La coherencia con sus principios valida no usarlos. Por ello, la abstención es más consecuencia que causa. No puede ser descartada, aunque sea como quitarle el oxígeno a un enfermo en terapia intensiva, por desesperanza o por la convicción de que es imposible luchar contra lo inevitable. Aunque su efecto sea abandonar la democracia a su suerte y desguarnecerla de sus defensores.
Los promotores activos de la democracia somos minoría frente a quienes consideran más conveniente renunciar o suspender ocasionalmente su derecho al voto. El desencanto, la frustración o la rabia son tan devastadores que ya no se reacciona ante fórmulas fáciles como la convocatoria a un voto castigo visto como anzuelo para pescar inocentes. La abstención es también un rechazo que ya no se limita a reprobar a la élite gobernante.
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Los dirigentes de la oposición están emplazados por los resultados del 6 de diciembre, porque han podido ser otros. Aferrados a ideas fijas, privilegiaron usar el proceso electoral como una medición y una oportunidad para destruirse mutuamente, en vez de construir sensatamente pistas de aterrizaje que todos pudieran utilizar para despegar hacia objetivos comunes. Una señal de alarma es que el tamaño de la abstención sea similar al porcentaje de la población que no se siente identificada ni con el gobierno ni con la oposición.
El país se continuará perdiendo y su futuro seguirá bloqueado mientras no se entienda que la derrota de una de las partes de la oposición es el fracaso de todas. El arma visible del poder dominante ha sido enfrentar, neutralizar, dividir y exterminar las resistencias y diferencias que se opongan a sus planes. Una de las puntas del hilo que explica porqué Maduro le ha ganado casi todos los rounds a la oposición.
Es increíble que desde la oposición no hayamos sabido alcanzar las condiciones ni emplear los medios suficientes para aprovechar la repulsa de la población a las políticas destructivas del régimen. Un error que hay que examinar para encontrar reparos a tanta separación de la gente y de la realidad.
Existen todas las condiciones para levantar una alternativa que desde una oposición radical a la autocracia sea capaz de actuar bajo sus reglas para enfrentarlas y buscar entendimientos para incentivar una transición del autoritarismo a la democracia. Superar el naufragio de la línea insurreccional que normaliza y justifica la transición inversa del autoritarismo al totalitarismo.
La alternativa no se desarrollará sin una oferta creíble de cambio, sin capacidad para nutrirse de la erosión de las bases sociales del régimen y sin liberarse de un combate ilusorio a Maduro que conduce a marginalizar las fuerzas de cambio.
Hay que comenzar a debatir cómo abordar, nuevamente, los desafíos del 2021. La primera pista es sencilla: no repetir la conducta del 2005, del 20018 o del 2020, si queremos reaprender la ruta del 2015.
Simón García es Analista Político. Cofundador del MAS.
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