2022, La final: así es el fútbol, por Fernando Mires
Twitter: @FernandoMiresOl
Argentina comenzó jugando fútbol, del bueno, del mejor, dominando todas las claves de la partitura. Francia, por el contrario, se veía acorralada, sin fantasía, sin ideas. El otro Lionel, el DT Scaloni, había dado la señal de ataque al ubicar a Di María en la punta izquierda, movida que pareció desajustar a toda la estructura del equipo francés. A los 20 minutos pararon a Di María con un penal. A los 23 Messi apuntó y gol. A los 37, el mismo Di María marcaría el segundo. En los minutos que restaban, puro fútbol. Pa’ gozarlo.
Francia no podía hacer nada. Hasta que Otamendi, tremendo jugador, aportó con su penal. Mbappé (80) no lo dejó escapar: 2 a 1. ¿Iba a repetirse la fiesta de Argentina con Holanda? Los franceses, olvidando todos los esquemas previos al partido, se habían ido en contra de Argentina como una tromba, simplemente con el deseo de todos los deseos, el de no perder. Mbappé pareció colmar ese deseo, cuatro minutos después.
El alargue comenzaría como comenzó el partido, con un gol de Messi (108), y terminó como había terminado, con un gol de Mbappé (118). Tres a tres. Nadie sabía hasta ese momento si este iba a ser el mundial de Messi o el mundial de Mbappé. Los penales iban a decidir. En esos momentos pensé que, aunque por motivos que alguna vez deberé explicarme le iba a Argentina, tuve un maligno deseo que Messi errara su penal frente a Lloris. ¿La razón? Quería que Messi mostrara, por lo menos futbolísticamente, que él también es un ser humano. No lo demostró. Su penal fue servido con maestría, incluso con elegancia, pelota suave justo al rincón contrario al que se había lanzado Lloris. El resto del mérito hay que concedérselo a Dibu Martínez. Un penal que paró, era imparable. Al final, el del 2022 – el mejor de todos los mundiales que he visto – fue y será el mundial de Messi.
Si los futbolistas tienen un Olimpo, será el futuro hogar de Messi. El de la eternidad, pero no porque sea inmortal, sino porque su imagen seguirá perviviendo entre los vivos, por los tiempos de los tiempos, amén.
Yo no soy juez de nadie para decir si el campeonato lo mereció o no Argentina. Solo sé que sus jugadores hicieron un gran campeonato, y en la final, un gran partido Y sé también que Francia hizo un gran campeonato, y en la final, un gran partido.
Desde el punto de vista estrictamente futbolístico el de Argentina y Francia fue el enfrentamiento de dos estilos. Uno muy nuevo (no lo vamos a llamar revolucionario) y uno muy clásico, el de Francia. Los franceses juegan, digamos así, el mejor fútbol del ayer. Un clarísimo 4-3- 3. Una línea de a cuatro grandota y dura donde solo de vez en cuando Hernández ataca. Un medio campo donde Rabiot contiene, Thouameni juega por el medio y Griezmann, inclinado a la derecha, hace de enlace. En el ataque Dembelé ataca pegado a la línea derecha. Mbappé ataca en diagonal desde la izquierda, y Giroud ataca desde el centro.
Argentina juega muy distinto. Imposible escribir su esquema en un papel. Romero va a la derecha, pero contra Francia ocupó el centro. Molina a veces va al ataque, pero en la final se pegó a Mbappé. El resto, desde preespacios asignados, rota a lo largo y ancho del campo. Lo mismo en el ataque. Álvarez es delantero centro, pero arranca desde atrás. Solo Di María (¿por qué lo sacó Scaloni?) hizo de clásico 11, y lo hizo muy bien.
Durante todo el primer tiempo los argentinos demostraron poseer tres armas. Una es el toque. No hay equipo, en verdad, que domine mejor el arte del pase corto. Un juego para el adversario, enervante, cuyo objetivo es mantener consigo la pelota todo el tiempo posible en espera de que se abra un espacio para que cualquiera arranque a toda velocidad. La segunda arma es el anticipo. Inferiores en estatura a otros adversarios, los argentinos evitan el choque (aunque al pobre De Paul le dieron con todos los fierros) y buscan interceptar cualquier balón antes de que llegue al adversario. La tercera arma es la más mortífera: se llama Messi, y no íbamos a decir nada más de él porque todo parecía estar dicho. Pero no.
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Hay algo que no está dicho, y es lo siguiente: Messi está en todas partes. No porque ande corriendo como caballo desbocado, sino porque intuye hacia dónde hay que ir. En el hecho, todo el mundo se maravilla del juego que hace Messi con la pelota, pero no muchos han reparado en el juego que hace él sin la pelota, desplazándose a veces sin necesidad de correr. Sin ánimo de continuar la ya odiosa comparación, hay que decir que esa es la gran diferencia que separa el juego de Messi con el de Maradona. Este último era un artista con la pelota, pero solo cuando la tenía en sus pies. Messi también lo es, pero también lo es cuando no la tiene.
Francia despertó, ya lo dijimos, después de su primer gol. Ahí Francia abandonó su fútbol clásico y jugó a lo que viniera, lo importante era no perder. Si los franceses hubieran ganado en el drama de los penales, no habría sido injusto. Los dos merecían el triunfo. Al final ganó el que tuvo más suerte. La suerte de tener a Messi. Así es el fútbol.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
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