21 años de una voluntad indomable, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
Mucho antes de que los cambios tecnológicos fueran desplazando al papel periódico y mucho antes, también, de que la pandemia impusiera su ley, Venezuela ya era un país de rotativas apagadas y de grandes redacciones desiertas. Una sociedad donde las voces de la pluralidad se debaten hoy, arduamente, para no ser asordinadas y reemplazadas definitivamente por un discurso monocorde.
No es un azar ni una desgracia sobrevenida como el virus que diezma a la población mundial. No. Es el diseño que quieren imponer con obstinación quienes conciben no solo el ejercicio del poder, sino la vida misma, como un instrumento de una sola cuerda y una sola nota. Para ellos, lo que nos merecemos los venezolanos no es un paisaje vital, dinámico y diverso, fértil para la imaginación y el avance en todos los campos, sino una topografía gris, aplanada y desierta como sus mentes.
Es en este entorno hostil y amenazante donde TalCual, el diario que fundó Teodoro Petkoff, está cumpliendo 21 años, tres de ellos sin su tutela, pero, ciertamente no sin su presencia e inspiración. Nos figuramos que para quienes hoy son los ductores de este medio digital no será raro que ante algunas coyunturas se encuentren preguntándose qué hubiera dicho Teodoro, qué hubiera hecho, cuál posición hubiera defendido o criticado en sus análisis incisivos, irreverentes y frontales. Si a ver vamos, súmele lo de «claro y raspao» y tendrá el TalCual de todos los días.
Muchos han destacado en este aniversario la valía de TalCual en esta etapa, decadente hasta el horror, de la historia de Venezuela. Su frontal compromiso con la verdad y la causa de la democracia venezolana, su denuncia sin tregua de abusos, atropellos al Estado de derecho y descripción de las miserias en que el chavismo ha hundido a Venezuela. Pero, como bien lo recuerda la canción de Serrat: «tiene que haber gente pa’ todo» (tal vez un designio de los mortales para lo bueno y para lo malo). Asumimos que de algún modo nos toca, como testigos que fuimos de excepción, revelar algunas facetas de la vida de TalCual que no estaban a la luz de sus leales y consecuentes lectores.
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Me refiero al marco en el que se desarrollaba la vida laboral de quienes lo hacían posible, lo cual iba aparejado a los tremendos avatares que enfrentó esta empresa para sobrevivir, no solo al acoso y a la persecución judicial, sino al derrumbe de la economía venezolana.
El primer hecho inédito —y si se quiere, inaudito— fue que Teodoro, no ya el político ni el intelectual de izquierdas, sino en plan de editor y, por lo tanto de empresario, por mera coherencia, como es de suponer, no deseaba una redacción sumisa ni en desbandada laboral. «Organícense, busquen al SNTP y vamos a discutir una convención colectiva», les dijo.
Estando en la Secretaría General del SNTP, recordamos la llamada donde se nos notificaba de esa intención como la más inusual y sorpresiva que hayamos podido recibir, más de una empresa que apenas comenzaba. Dicho y hecho.
La tradición sindical en el medio impreso venezolano indicaba que al lado de ventajosas convenciones colectivas, que en esos años se modernizaron grandemente en su concepción y alcances, había un cementerio de proyectos que quedaron en buenas intenciones, sepultadas por la intransigencia patronal. Ceder —de entrada y motu proprio— la discrecionalidad de empresario para fijar salarios y otros beneficios que de él se derivaban —amén de otras reivindicaciones socioecónomicas propias de las convenciones colectivas—, era una temeridad propia de Teodoro Petkoff. Estamos hablando de una plantilla que integraban 100 trabajadores.
Valga recordar que, en paralelo, en el desparecido Diario Vea —supuestamente revolucionario— que Guillermo García Ponce había fundado —con deslumbrante rotativa de nueve millones de dólares salidos del erario público—, se persiguió, se difamó y se despidió a quienes trataron de concertar una convención colectiva con el apoyo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa.
Pero, no había transcurrido mucho tiempo de su impactante Hola, Hugo, aquel editorial que fue partida de nacimiento del desafío cotidiano de TalCual, cuando sobrevinieron los acontecimientos políticos que condujeron al paro petrolero y al primer gran crujido de la economía venezolana en el período chavista.
Estuvimos en la asamblea donde Petkoff comunicó a los trabajadores y al sindicato de las amputaciones de marca mayor que había que aplicar para prolongar la vida al naciente diario: reducir el personal a la mitad y quienes quedaran recibirían la mitad de su salario, así como reiniciar la relación laboral.
Había, además, una menuda agravante: «No tengo dinero. Lo que puedo ofrecerles es mi palabra de que nadie se quedará sin cobrar sus prestaciones». De todo aquel conglomerado, una sola persona optó por llevar su reclamo a la Inspectoría del Trabajo. Cobró a tiempo sus prestaciones, como todos los demás.
Vinieron momentos todavía más duros, como cuando la plantilla se redujo a cinco personas. O como cuando paulatinamente el monopolio oficial del papel fue desapareciendo las posibilidades de circular en impreso, algo a lo que siempre se resistía Petkoff. O también, cuando articulistas de TalCual, o sus propios directivos, fueron blancos de demandas y sentencias judiciales.
En el caso de la acusación contra el humorista y articulista Laureano Márquez, la empresa y el sindicato se unieron para protestar en la calle y recolectar el pago de una cuantiosa multa, con cuyos remanentes se creó una cátedra sobre libertad de expresión en la UCAB. Tanto como el texto del gran humorista, una carta dirigida a Rosinés, la hija menor del difuntísimo caudillo, lo que debió irritar a su majestad escarlata fue la genial ilustración —al parecer de Weil, aunque no está firmada— en la que se sustituyó el caballo del escudo nacional por la morrocoya de su dueña, convertida por aquella atolondrada logorragia en la mascota más conocida del continente.
Cuando el régimen quiso prohibir las informaciones de sucesos, a raíz de la publicación en El Nacional de una gráfica de la morgue de Bello Monte, repleta de cadáveres en desorden —luego replicada retadoramente por TalCual —, sindicato y empresas coincidieron en un recurso judicial contra la censura previa.
Por más de diez años hemos tenido como un gran privilegio poder aportar estas notas semanales al contenido de TalCual. Justo es que, al consignar nuestras felicitaciones, lo hagamos también de nuestro agradecimiento. Son dos décadas y un año de periodismo por la verdad en las que, por cierto, una sola persona del grupo primigenio perdura todavía. Es Gloria Villamizar, coordinadora de Opinión a la que queremos amigablemente dedicar, no por modestas menos sentidas, estas palabras.
Gregorio Salazar es Periodista. Exsecretario general del SNTP.
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