Un mal ejemplo, por Marco Negrón
Autor: Marco Negrón | @marconegron
En estos últimos lustros de exaltación desaforada del bolivarianismo el canto del Himno Nacional ha devenido, para tirios y troyanos, en recurrente y aburrida rutina.
Pero es difícil que, al menos a quien no se limite a repetirlo mecánicamente, no le produzca vergüenza, incluso indignación la fatua arrogancia de aquella frase que invita a seguir “el ejemplo que Caracas dio”.
Y no precisamente por falta de patriotismo sino, al contrario, por respeto a los más altos valores de la venezolanidad que sólo por mediocridad y oportunismo pueden seguir apoyándose en el legado del pasado o en las bondades de la naturaleza de la Tierra de Gracia.
Y es que hoy, por culpa de todos pero sobre todo de quienes presumen de gobernar, la tan mentada Caracas registra un vergonzoso estado de ruina que no puede ser justificado con ningún argumento, menos con las chapuzas de la guerra económica, el cerco imperialista o el sabotaje de las iguanas que esgrimen los infelices que hoy detentan el poder pero no tienen vergüenza en declarar que les birlaron, en sus propias narices, nada menos que un millón de cajas CLAP, un enorme tegui que no cabría ni en las bóvedas de Andorra.
Porque no bastaría este espacio, ni siquiera la página completa, es imposible hacer acá un elenco detallado de lo que se ha destruido, menos aún si sumamos lo que se ha dejado de hacer, pero vale la pena señalar algún ejemplo.
Uno notable es el Helicoide de la Roca Tarpeya, que por la audacia de su diseño ocupó las páginas de las mejores revistas de arquitectura del mundo en la década de 1950; ahora en cambio, transmutado en mazmorra del régimen, la paradoja resulta tan atronadora que ha merecido la atención de uno de los más importantes rotativos norteamericanos: una parábola que nadie habría imaginado en aquellos años, cuando Celso Furtado pensaba que Venezuela podría ser el primer país tropical en ingresar a la categoría de los desarrollados.
Sin embargo, aunque es muy grave el daño que se le ha causado, la infraestructura es reparable e incluso reconstruible; lo que más debe preocupar es el causado en la esfera de esos intangibles que son el orgullo, la ética y la institucionalidad ciudadana.
En ediciones anteriores esta columna se ha ocupado de uno de ellos: la irresponsable e ilegal decisión de liquidar el gobierno del Área Metropolitana de Caracas. Interesa volver sobre el tema pero ahora desde el punto de vista de cuál ha sido la reacción frente a ese exabrupto de las instituciones que adversan al régimen, particularmente de los gobiernos municipales inscritos en su jurisdicción. Para ellos se ha tratado de un hecho inexistente, que no ha merecido no se diga ya de una denuncia de tan absurda decisión; es que ni siquiera un discreto derecho de palabra en alguno de los concejos municipales de la ciudad pese a su consistente presencia en el ahora liquidado Cabildo Metropolitano; o a que conformaban la mayoría de la Junta Directiva del Instituto Metropolitano de Urbanismo, la instancia que después de un vacío de 30 años fue capaz de volverle a dar a la ciudad una hoja de ruta que le permitiera enfrentar la honda crisis que la agobia: el Plan Estratégico 2020.
Frente a esta indiferencia de aquella parte de sus autoridades que proclaman representar la alternativa a quienes han reducido la capital al miserable estado actual no cabe, desde luego, ser demasiado optimistas: más vale ir buscando otro ejemplo que seguir. Y recordar una vez más la inquietante advertencia de Jane Jacobs: “Las sociedades y civilizaciones cuyas ciudades se estancan, no se desarrollan ni vuelven a florecer. Se deterioran”.
Deja un comentario