Churchill: un ejemplo para los venezolanos, por Lauren Caballero
Autor: Lauren Caballero
Había pasado un año desde que Alemania invadió Polonia. El que era considerado uno de los más poderosos ejércitos de toda Europa, el francés, se encontraba en retirada, acorralado por las fuerzas alemanas que habían cruzado con facilidad la Línea Maginot (mecanismo de defensa francés contra una posible agresión alemana).
Eran las horas de las tinieblas. El ejército Inglés, aliado de Francia, desplegado en el continente sufría terribles bajas. Cientos de miles de jóvenes soldados se replegaban con las fuerzas de Hitler siguiéndoles los pasos hacia las playas de Dunkerque. Esperaban un milagro. Un rescate que, tal vez, nunca llegaría.
Era el momento de la verdad. Los políticos británicos debían tomar una decisión, y no tenían muchas opciones: intentar llegar a un acuerdo con los alemanes para que la Gran Bretaña quedara en condición de neutralidad, y así evitar la destrucción de la isla. Era esta la tesis que promovían el conde Halifax, ministro de exteriores, y el antecesor de Churchill como primer ministro, Neville Chamberlain. Cabe destacar que, como afirma Henry Kissinger en su famosa obra, La Diplomacia, nadie habría podido garantizar que Hitler, luego de haber dominado Europa, iba a estar dispuesto a cumplir sus acuerdos con la Gran Bretaña. Churchill sabía que cualquiera que pudiera garantizar la protección de la Isla, muy probablemente también sería capaz de conquistarla. La otra opción era, luchar. Luchar hasta derramar la última gota de sangre si era necesario.
Las perspectivas eran poco alentadoras. Los ingleses habían intentado conseguir ayuda de sus amigos estadounidenses, pero la tradición aislacionista de la política exterior norteamericana era una piedra de tranca para que los Estados Unidos pudiesen participar siquiera como proveedores de armamento a sus aliados. La Gran Bretaña se encontraba sola y gravemente herida, casi de muerte. La tiranía universal parecía irremediablemente destinada a imponerse con Hitler a la cabeza como amo y señor del mundo. Sin embargo, la historia está llena de giros inesperados.
Era natural tener miedo, era razonable pensar en rendirse para conservar la vida, aunque bajo la humillación de la derrota y la dominación. Algunos pudieron soñar con que los estadounidenses, viendo el sufrimiento de sus hermanos de aquella isla, iban a ir en su ayuda. Esta última opción ya no dependía de los británicos, escapaba de sus manos. Lo que el liderazgo político ingles hizo fue precisamente lo que podía hacer y no se quedó de brazos cruzados esperando un salvavidas que tal vez nunca llegaría. Tomaron la decisión de luchar. Lucharon porque entendieron que nadie más podría hacer por ellos lo que a ellos les tocaba hacer, defender su hogar.
Los milagros se construyen
En una operación sin precedentes, la armada británica, con el apoyo de embarcaciones civiles, logró con éxito el rescate de más de doscientos mil soldados ingleses y unos cien mil aliados de las playas de Dunkerque. La operación tuvo por nombre Dinamo y fue comandada por el veterano oficial John Vereker Gort.
Días después Churchill pronunciaba ante la cámara de los comunes las siguientes palabras:
«…Por más grandes extensiones de Europa y muchos Estados antiguos y famosos hayan caído o puedan caer en poder de la Gestapo y de todo el espantoso aparato del régimen nazi, no vamos a flaquear ni a fracasar sino que seguiremos hasta el final. Combatiremos en Francia, combatiremos en los mares y los océanos, combatiremos cada vez con mayor confianza y fuerza en el aire; defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Combatiremos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; combatiremos en las montañas; no nos rendiremos jamás; y por más que esta isla o buena parte de ella quede dominada y hambrienta, algo que de momento no creo que ocurra, nuestro imperio de ultramar, armado y protegido por la Flota británica, continuará la lucha hasta que, cuando Dios quiera, el Nuevo Mundo, con todo su poder y su fuerza, dé un paso al frente para rescatar y liberar al Viejo”
¿A donde quiero llegar con todo esto?
Venezuela atraviesa una terrible situación. El liderazgo político parece desorientado e incapaz de generar confianza y motivación en sus seguidores. La premisa de la abstención pareciera haberse convertido en la excusa perfecta para no hacer nada frente a la adversidad.
El discurso de sectores desorientados que promueven la intervención de una fuerza multinacional encabezada por los Estados Unidos como único mecanismo para superar la crisis, pareciera tener una aceptación considerable por parte de algún público. Sin embargo, cuestiones como la anterior no dependen exclusivamente de los factores democráticos que luchan por la liberación del pueblo venezolano. Por consiguiente, es algo que escapa de las manos de la oposición y que, en todo caso, podría terminar siendo contraproducente. En política no siempre se puede hacer lo que se debe, pero siempre se debe hacer lo que se puede.
Frente a esta realidad se debe cambiar el rumbo. En lugar de autodestruirse, como se ha hecho sistemática e implacablemente, la oposición debe reunificarse en torno a un objetivo común (derrotar a la tiranía) tomando siempre en cuenta la multiplicidad de escenarios en los que es necesario dar la pelea por la libertad.
Cuando Churchill pronuncio aquel, uno de sus más célebres discursos, hizo hincapié en que pelearían en todos lados. Nosotros debemos hacer lo mismo. Pensemos por un segundo ¿qué hubiera pasado si en lugar de luchar, los británicos hubieran escogido no hacer nada y esperar la ayuda norteamericana?
Así que, no tenemos otra opción. Debemos dar la pelea en todos los espacios. En los barrios, en las escuelas, en las universidades; debemos pelear por la libertad en las calles, hombro a hombro con los nuestros, ante la comunidad internacional, en los foros de defensa y protección de los derechos humanos. Sobre todo, debemos combatir en ese escenario que es el más favorable para todos, el electoral. Un ejército de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, debe ser movilizado. Ese gran ejército, esa gran multitud de venezolanos sedientos de democracia, libertad y progreso, deberá ser comandado por un liderazgo coherente y comprometido con la nación. Rendirse no es una opción. Dar la pelea hasta el final, ir hasta donde haya que ir, jugar el juego con arrojo y valentía, ese es el camino.
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