30 años de un golpe, por Teodoro Petkoff
Se cumplen hoy treinta años del golpe militar que derribó al gobierno de Salvador Allende y lo condujo al sacrificio de su vida para no rendirse ante los militares felones. El golpe fue un típico producto de la guerra fría. Así como para los soviéticos, en 1968, era inaceptable una Checoslovaquia democrática en sus fronteras, por muy socialista que fuera, para los gobiernos yanquis era impensable un Chile socialista, por muy democrático que fuera, en su patio trasero. Pero a los partidarios del cambio social no los ayuda nada en su reflexión la mera denuncia, sobre todo tres décadas después, de lo que ya está fuera de toda discusión, por la confesión de las partes: la acción subversiva de la derecha chilena, que condujo al alzamiento de las Fuerzas Armadas de Chile y la intervención grosera de la CIA. Más importa pensar sobre lo que en la propia conducta de la izquierda tendió la cama a la derecha y facilitó la creación de la fuerza social y política sobre la cual cabalgó el golpe y sin la cual ninguna intervención extranjera habría podido tener éxito. En este sentido, aunque dentro del contexto de la guerra fría y condicionado por esta, el golpe pinochetista fue producto de las contradicciones exasperadas de una sociedad chilena terriblemente fracturada. A esa fractura no fue ajena desde luego, una derecha refractaria a toda idea de cambio social. ¿Pero, sólo la derecha? En Chile la mesa fue servida en medida decisiva por el comportamiento descocado del ultraizquierdismo, que atemorizó a la clase media con retórica y acciones extremas y provocadoras, empujándola hacia el campo de la revancha y haciendo de ella la base social del golpe y de la dictadura de Pinochet.
Los partidarios de la reforma social no pueden argumentar que sus fracasos se deben únicamente a la acción de las fuerzas que los adversan. Esta corresponde a la lógica de la lucha por las reformas de avanzada: quienes no las quieren tratarán de impedirlas y quien pretenda adelantarlas debe contar con que tendrá adversarios. El punto es si los reformadores ensancharán el espacio para la acción de estos mediante el infantilismo ultraizquierdizante y el revolucionarismo palabrero y charlatán –que conspira contra una necesaria política de alianzas–, acompañados de la máxima ineptitud administrativa y del desdén suicida por el costo económico y social de las reformas, o si serán capaces de negociar, si negociar, un marco de fuerzas sociales y políticas que permita avanzar, quitando aire a las reacciones que puedan nacer de temores reales, fácilmente manipulables e instrumentalizables por los grandes poderes fácticos.
A los treinta años de su muerte heroica hay que recordar a Salvador Allende no sólo para condenar a quienes lo llevaron a la tumba sino también para reflexionar sobre el trágico destino de un hombre generoso y bueno, impotente ante los extremismos de izquierda y derecha, que desde el comienzo de su gestión sellaron la desgracia del Chile de aquellos días y años dramáticos.
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