Una perfecta jaula soviética, por Gustavo J. Villasmil Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
Santiago de los Caballeros de Guatemala, la entrañable Antigua, en una gratísima noche de enero de 2017. Finalizaba un seminario internacional auspiciado por la Universidad Francisco Marroquín y compartíamos la cena de despedida, entre otros, con mi amigo Javier Fernández-Lasquetty, quien recientemente acaba de firmar una nueva y brillante hoja de servicios como consejero de Hacienda y vicepresidente del gobierno de Madrid en cabeza de la sensacional Isabel Díaz Ayuso y con doña Esperanza Aguirre, expresidenta de esa comunidad autonómica y dirigente fundamental del Partido Popular español.
Durante aquella para mí memorable sobremesa hablamos de Cuba y de Venezuela, de sus historias trágicas y de sus sueños una y otra vez rotos, mientras hacíamos el recuento de los valores comunes que nos legó la hispanidad y repasábamos los hitos de la literatura de ambas orillas del Atlántico y de sus grandes nombres. Fue entonces cuando don Carlos Alberto me espetó al rostro la gran verdad que aquí comparto: «ustedes, los venezolanos, están metidos en una perfecta jaula soviética».
Sabía muy bien don Carlos Alberro lo que decía. Porque barrote a barrote se fue urdiendo en su día una igual alrededor de la querida Cuba hasta constituirla en la primera de las mazmorras del Caribe. Expropiaciones a granel, encarcelamientos seguidos de ejecuciones sumarias en el terrible penal de La Cabaña, destierros en masa; selectos crímenes de estado – cómo no citar aquí, por ejemplo, el de Camilo Cienfuegos–, cuando no verdaderos fusilamientos morales como el de Heberto Padilla o el del trágico Reynaldo Arenas, que se fueron sucediendo hasta que solo quedó la camarilla comunista de los Castro como única referencia política con derecho a respirar en el cementerio en el que se convirtió Cuba.
Lo que siguió es historia conocida y La Habana pasó de ser la más empingorotada metrópolis de las Antillas, con más líneas telefónicas y televisores que París, a capital de la vergüenza de América.
Golpe a golpe. Así fue como sobre la bella Cuba – en palabras de otro grande, el comandante Huber Matos– fue cayendo la noche. Alambrada a alambrada se fue tejiendo a su alrededor la inexpugnable cárcel leniniana que arrasó con su brillante cultura de otros tiempos. Ni el célebre Alberto Baldor, autor del libro de Álgebra de mi juventud, se salvó de aquel incendio.
Rociada en champán y proseco, cuando no cenando a 100 metros de altura en algún absurdo y costoso comedero o contemplando las luces de Caracas desde una privilegiada terraza en el Humboldt mientras sus mayorías comen de la basura, Venezuela asiste impávida al levantamiento a su alrededor de una jaula similar.
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Hoy inhabilitan a una dirigente opositora, mientras a sus espaldas se frota las manos otro al que seguramente también inhabilitarán mañana. Entre tanto, casi ocho millones de venezolanos vagan por el mundo buscando sitio, como en su día la cubanía expulsada en el éxodo de Mariel de 1980 cuando no puesta en fuga, como los niños de operación Pedro Pan de 1960.
Cerraron a la querida Radio Caracas Radio, mientras otras estaciones siguen poniendo a sonar las cansonas canciones de Shakira pensando sus dueños que con ello podrán «pasar agachados». Lo mismo habrá creído más de uno en la isla del apóstol Martí, cuando el nuevo régimen clausuró, también en 1960, el «Diario de la Marina«, decano de la prensa cubana y, tiempo antes, el periódico «Prensa Libre», en lo que apenas fue un preludio de la «razzia» contra la libertad de expresión de la tristemente célebre «Primavera Negra» de 2003 y sus cientos de periodistas presos.
Candado a candado se nos ha ido encerrando también a nosotros en el cepo social que hoy nos paraliza. Porque una sociedad de sobrevivientes puesta en fila para obtener algo de comida o de gas para cocinar, un pasaporte o un poco de combustible, no tiene ni tiempo ni espacio para reflexionar y articularse.
Murió don Carlos Alberto Montaner, acogido a la legislación española que permite el suicidio asistido. He recibido alguna llamada pidiéndome opinión al respecto, como si tuviera yo o nadie derecho alguno a emitir pareceres en torno al acto más personal que pueda llevar a cabo un hombre: el morir.
Ya nos había informado Don Carlos Alberto a sus lectores sobre el terrible diagnóstico que sobre él pesaba – una irremediable parálisis supranuclear progresiva– que insidiosamente fue minando sus capacidades como pensador, escritor y orador. «No les doy más lata». Así se despidió el campeón cubano de la libertad que tuvo la deferencia de compartir conmigo su preocupación por Venezuela en una inolvidable noche guatemalteca, mientras oteábamos en el cielo los signos de la furia del volcán de Fuego. «Esta lucha es diferente, amigo», me dijo, «no se forme usted expectativas falsas. Dígaselo así a sus dirigentes, que veo hay mucha gente allá creyendo que esto es juego».
Contemplo el panorama actual venezolano y vuelvo a evocar una y otra vez aquella conversación y la poderosa reflexión que trajo consigo, mientras en la prensa española leo la noticia de su muerte. Quiero elevar mi oración de creyente por el alma de quien, no siéndolo, amó profundamente lo mismo a la Cuba en la que nació como a la libertad por la que luchó hasta el último día.
Descanse en paz Don Carlos Alberto Montaner.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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