5 dólares por un sueño, por Tulio Ramírez
Los juegos de envite y azar se remontan a la antigüedad. Los primeros eran simples, y se basaban en el lanzamiento de objetos para obtener un resultado aleatorio. Por ejemplo, los antiguos egipcios en el año 2659 A.C. inventaron un juego llamado senet. Se jugaba en un tablero y con fichas. Ganaba quien sacara primero sus fichas del tablero, evitando que el otro sacara las suyas. Estas se movían al lanzar unas tablillas que hacían las veces de dados.
Dicen que la primera puñalada infringida por “motivos fútiles” no fue por “cachos”, sino por una trampa descubierta en un juego de senet que se llevaba a cabo en un bar de mala muerte ubicado en la ciudad de Luxor a las orillas del río Nilo. En los jeroglifos del Templo de Osiris se cuenta que Asim, quien ya había perdido 3 talegas de sal, descubrió que Mafut escondía sus fichas debajo del faldellín. Hasta allí llegó la partida, formándose la sampablera.
Los juegos de envite y azar se hicieron más complejos a medida que las civilizaciones avanzaban. En la antigua Roma, se jugaba el ludus duodecim scriptorum en un tablero de 12 casillas, y el resultado dependía de la combinación de dados que se lanzaban. Gracias a la enorme cantidad de esclavos, los romanos se la pasaban todo el día jugando, apostando y bebiendo. No es casual que mientras Jesús moría crucificado, unos soldados romanos estaban jugando algo así como una partida de Yaky, al pie de la cruz.
En la Edad Media, los juegos de azar se volvieron más populares, se jugaba en las tabernas el «baccarat», el «blackjack», el «póker» y los “dados”. Posteriormente. En el siglo XIX se crearon los casinos y las máquinas tragamonedas. En Venezuela, por la misma época, se jugaba el Ajilei, Carga la Burra, Patrulla y 31. Esta actividad elevó el número de hombres maleteados. La combinación del juego y ron fue nociva para la vida conyugal.
En el siglo XX, los juegos de envite y azar se masificaron. Las loterías nacionales y el hipismo permitieron que todos pudieran apostar, sin estar presentes en el sitio de los acontecimientos.
Jugarse un “Terminal”, un “Quintico”, un “Animalito”, una “Dupleta” y “sellar un cuadrito”, eran actividades comunes en ciudades y pueblos de Venezuela. Luego, gracias a la llegada del internet, aparecieron los casinos en línea, ofreciendo al jugador una amplia gama de juegos de azar accesibles desde cualquier parte del mundo.
En estos tiempos de revolución, donde el trabajo no garantiza las tres comidas, donde un título profesional tampoco garantiza el ejercicio, donde un emprendimiento tiene todos los obstáculos posibles, el azar de la lotería se ha convertido en una posibilidad de obtener algo de dinero. No por casualidad han proliferado los sorteos que prometen fortunas.
Pienso que el comprador en el fondo sabe que la probabilidad de ganar es muy baja o casi nula, pero aun así siguen comprando. Una mente racional se preguntaría por qué lo hacen si están botando el dinero en un saco roto. La explicación me la da sin querer un kioskero amigo cuando disertaba, sobre los clientes y sus costumbres.
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Comentaba que la gente humilde suele comprar sus cartones al inicio de la semana. Su hipótesis, después de más de 50 años vendiendo loterías, lotos, kinos, triples y hasta rifas de canastas navideñas, es que el pobre compra los lunes para, por tan solo 5 dólares, soñar durante una semana lo que haría en caso de ganar los 500 mil dólares del premio.
Así estamos queridos lectores, muchos han concientizado que no es sencillo ganar en la lotería, pero insisten porque el solo soñar con ganarla los mantiene con la esperanza viva. Pasa igual con los que viven en una dictadura. Saben que es complicado salir de ellas, pero no por eso dejan de soñar con la libertad.
Tulio Ramírez es abogado, sociólogo y Doctor en Educación. Director del Doctorado en Educación UCAB. Profesor en UCAB, UCV y UPEL.
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