5+1 lecciones de Américo Martín para los jóvenes, por Mariana Martín
Twitter: @MarianaMartinH
Ya hace más de un mes que mi padre partió y sus palabras no han parado de resonar –nunca, pero sobre todo estas últimas semanas– en mi cabeza. Tuve la fortuna de haberme dado cuenta de su grandeza y su nobleza de espíritu desde muy pequeña. Sus lecciones diarias durante casi 32 años me dieron la oportunidad de verlo como el grande que fue y aprender todo lo que pudiera de él en el tiempo limitado que sabía que teníamos. Su obsesión con la formación continua, con la reflexión y el pensamiento, con la apertura y el perdón, son de sus lecciones más grandes. Agradezco que lo pude aprovechar en vida y no esperar hasta su muerte para reflexionar sobre estos temas.
Me han conmovido muchísimo las palabras de tantos venezolanos sobre mi padre y la influencia que ha tenido en sus vidas. En muchos de los textos encontré agradecimientos por lecciones y aprendizajes, el más repetido: su capacidad de rectificar. En sus últimos años, repetía mucho “Si la juventud supiera y la vejez pudiera”. Y transmitir a los jóvenes, especialmente a los jóvenes políticos venezolanos, las lecciones que acumuló a lo largo de sus 84 años y sus casi tan largos 70 años de carrera política, se volvió su mayor deseo.
Buscando honrarlo y acompañar su legado y sus deseos, después de reflexionar sobre las lecciones que me dejó y nos dejó a todos, aquí van las cinco lecciones más importantes que dejó Américo Martín a los jóvenes, a los no tan jóvenes, y muy especialmente, a los jóvenes políticos venezolanos:
- Lo cortés no te quita lo valiente. No creo jamás haber escuchado a mi padre decirme esas palabras exactas, pero el espíritu de la frase lo transmitió siempre. A lo largo de su vida y con especial énfasis en su carrera política, jamás lo escuché hablar mal de nadie, de verdad, de nadie. Esto me lo han confirmado personas que lo conocieron mucho antes que yo. Mi padre demostró valentía hasta el final de sus días, fortaleza e ímpetu en su lucha por dejarnos un país mejor, que no solo fuera una economía estable y ciudades en las que se pueda salir de noche, sino mejor, con personas buenas, no tramposos. En ese espíritu, buscó siempre tratar de entender a las personas y no juzgarlas desde sus propias frustraciones. Más allá de lo obvio, esta actitud le brindó más años de vida en paz y posibilidades de entender a los más odiados de lado y lado en nuestro país tan polarizado.
- Para negociar, hasta con el diablo. Desde las primeras rondas de negociación, en 2002, cuando por primera vez viví episodios de persecución contra él, le hablaba con frustración sobre los responsables de su persecución. ¿Por qué se tenía que sentar a hablar con la gente que nos había llevado hasta aquí?, ¿Por qué él? … su respuesta inequívocamente era, porque las cosas se solucionan hablando y teniendo esas conversaciones difíciles con el que piensa diferente, con el que nos enfrenta y hasta con el que nos quiere hacer daño. Siempre repitió que sentarse a dialogar con los que están de acuerdo con uno mismo, no tiene sentido, que precisamente con el contrario es con quien siempre hay que sentarse, porque para negociar, hasta con el diablo.
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- La carga del rencor es más pesada que lo que te hayan hecho. Incapaz de sostener un rencor mucho tiempo, ni siquiera hacia sus torturadores. Aunque siempre nos dijo que la tortura es lo peor que se le puede hacer a un ser humano, y décadas después lo seguía recordando con dolor, perdonó a sus torturadores, y siguió perdonando a quienes buscaban dañarlo. Tal vez fue exceso de practicidad o, probablemente, fue claridad y perspectiva sobre cómo seguir adelante.
- No podemos odiarnos, si no nos permiten existir. En la misma línea del manejo de los odios y los rencores, siempre supo ver más allá de las disputas puntuales y tener en claro el objetivo del logro y fortalecimiento de la democracia. Esto lo aprendió joven y rápido, cuando comenzó su militancia política en las filas de la muy clandestina juventud de Acción Democrática en 1953. Pudiera ser que desde ese momento surgiera lo que líderes políticos actuales denominan su «obsesión con la unidad» más allá de los desacuerdos, con un propósito claro para lograr un objetivo claro que nos permita existir con nuestras diferencias.
- Estudiar y luchar. En ese orden, primero estudiar y luego luchar, fue su consigna – la de los estudiantes miristas, mientras estuvo en la universidad, antes y después de ser candidato presidencial, y hasta el final de su vida. Aunque parezca obvio, mi padre nunca se cansaba de repetir lo que, aunque lógico, se nos suele olvidar con facilidad. No se puede ser líder estudiantil si no se es estudiante, el mejor estudiante, primero. No se puede ser líder ni guiar un país sin estudiar, y los estudios no se acaban nunca. Comenzó a estudiar formalmente en 1944 y dejó de estudiar en 2022.
- La Ñapa. Te puedes equivocar, que sea por exceso y no por defecto, y siempre debes rectificar. Esta es la lección más repetida por quienes lo recordaron en su último día y es la que sigo aprendiendo. Durante toda mi vida mi padre nunca dudó en decirme que el mayor error de su vida fue haber ido a la guerrilla, no por el hecho de la decisión política, sino por el error reconocido que eso representó. Su decisión fue tomar las armas por una convicción política –el error– y pensar que realmente esa era la vía para lograr un mejor país para todos –el exceso–. Tuvo que haber sido un proceso duro y doloroso reconocerse equivocado, rectificar y hacerlo públicamente sobre sus ideas políticas y sobre las maneras de ejercerlas, sobre algo tan íntimo como una creencia política. Se ganó enemigos dentro de los que consideraba amigos y círculo cercano, pero fue fiel a sus valores –la rectificación–. Una cosa de la que no se arrepintió en ese momento y nunca, fue haber sido tan público con el reconocimiento de sus errores, porque siempre sus decisiones respondieron a sus valores.
Además de la rectificación de sus errores, lo que más escuché después de su partida es que deja un gran vacío. Aunque estoy segura de que es un vacío que en lo íntimo de mi familia y en mí, nunca se va a poder llenar, espero que estas lecciones sirvan para una nueva generación de jóvenes políticos venezolanos que sepan estar a la altura de lo que el país necesita a través de sus valores, honestidad, claridad, perspectiva y capacidad de reconocer sus errores y seguir adelante. Espero que sirvan para que esta nueva generación sepa llenar el vacío que deja mi padre y tantos otros grandes que ya no están con nosotros.
Mariana Martín es politólogo
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