55 años del mítico 1968, cuando todo sucedió, por Humberto Villasmil Prieto
Twitter: @hvmcbo57
“Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años”.
José Emilio Pacheco
(Antiguos compañeros se reúnen).
Harán este 2023 cincuenta y cinco años del mítico e irrepetible 1968, aquel año en que todo parece haber acontecido; como si tantas cosas hubieran aguardado a lo largo del tiempo para hacer presencia por fin en esos doce meses que no dieron tregua.
París se movía bajo las consignas de la imaginación al poder, prohibido prohibir, el aburrimiento es contrarrevolucionario o seamos realistas, pidamos lo imposible. El Mayo Francés era el escenario de todo aquello.
El 2 de octubre de aquel año, diez días antes de la inauguración de las Olimpíadas, México se ensangrentaba por los sucesos trágicos de la Plaza de las Tres Culturas (Tlatelolco). Fue aquella la primera olimpíada celebrada en alguna capital latinoamericana, juegos que pasaron a la historia, igualmente, por otros sucesos. En un gesto desafiante, dos atletas negros norteamericanos (Tommie Smith y John Carlos) ganadores de las medallas de oro y bronce, respectivamente, en los 200 metros planos, llegado el momento de las premiaciones y cuando sonaba el himno de los EE. UU agacharon la cabeza y levantaron sus puños enfundados en guantes negros. Smith alzó el brazo derecho representando al Black Power y Carlos hizo lo propio con el brazo izquierdo representado así a la Unidad Negra.
Pero también, y por primera vez en la Historia del Olimpismo, una atleta encendió la llama del pebetero. Fue la corredora mexicana Enriqueta Basilio a quien correspondió ese honor.
Las tropas del Pacto Varsovia aplastaron a la Primavera de Praga (La Revolución del Terciopelo) y su proyecto del «socialismo con rostro humano» y de la «vía checoslovaca al socialismo». Mao Zedong profundizaba la Revolución Cultural y Robert Kennedy, precandidato demócrata a la casa Blanca, era asesinado. Marthin Luther King corría la misma suerte en Memphis.
El Vietcong atacaba la Embajada de EE. UU en Saigón y aquel mundo que todavía era capaz de conmoverse lo hizo presenciando las imágenes de la Guerra de Vietnam y de la Matanza de My Lai. Japón no quedó al margen de aquella ola telúrica y los estudiantes de la Universidad de Tokio se lanzaron a las calles en protesta por la colaboración japonesa con los EE. UU en esa guerra.
El teólogo suizo Hans Küng lanzaba su célebre y luego influyente “Declaración por la Libertad de la Teología” con lo que se daba inicio a lo que poco después fue la “Teología de la Liberación” que tanto influyó en mi generación de universitarios católicos.
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De la mano de la Contracultura surgió un fuerte movimiento pacifista en los EE.UU. Un año después, se celebraba el Festival de Woodstock.
Aquel tiempo tuvo sus músicos icónicos como Dylan, Neil Young, The Doors, Creedence Clearwater Revival o Eric Burdon and The Animals. Ese movimiento y la movilización social que se suscitó terminó sacando a los EE.UUU de la Guerra de Vietnam.
En América Latina, entre otros acontecimientos destacables, habría que mencionar que el General Juan Velasco Alvarado daba un golpe de estado al presidente peruano Fernando Belaunde Terry y que en Panamá el teniente Omar Torrijos Herrera y el Mayor Boris Martínez derrocaron al presidente Arnulfo Arias Madrid.
Entre nosotros, Rafael Caldera Rodríguez ganaba las elecciones en diciembre de ese año con lo que se verificó por primera vez la alternancia de poder que fue normal en la República Civil que vivió el país entre 1958 y 1998.
En los cuatro puntos cardinales del orbe, la juventud contestaba el orden mundial surgido del final de la Segunda Guerra Mundial. Se luchaba contra el autoritarismo que hoy, cinco décadas y media después, ha resurgido con nuevo lenguaje y nuevos símbolos.
Pero, ¿qué quedó de todo aquello? Para la desgracia de varias generaciones quedó el populismo en todas sus manifestaciones y domicilios ideológicos, como es del uso decir ahora. Quedaron estos tiempos «orwellianos» en que los vaticanos de la moralidad y del «progresismo» están prestos a repartir certificados de buena conducta por todas partes.
Para ello, el «sanedrín» de la corrección y de la consecuencia lo primero que debió hacer – y a la vista está que lo hizo con éxito– fue inventarse una lengua o una «neo lengua», más precisamente: lo políticamente correcto, ese esperanto capaz de invadir cualquier ámbito de pensamiento.
No por nada los libros de George Orwell corren por el mundo como nunca antes y suscitan un interés que de seguro no pudo haber imaginado jamás el autor estando en vida. Quizás porque al final algunas de las conclusiones de aquella novela de distopía que fue 1984 se verificaron con creces: «[n]o se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura».
«El gran hermano» que todo lo ve y todo lo juzga hace rato que anda por el mundo con mirada panóptica signando un tiempo en que, antes o después, todos seremos sospechosos y expulsando del Olimpo a los desviados y a los inconsecuentes.
«Cada época tiene sus ídolos y sus idolatrías. El problema es ser ciego ante ellos. Porque entonces los seres humanos somos capaces de adorar a cualquiera: a un gran demonio o a un pobre diablo», escribía Rafael Argullol (Idolatría, El País del 17 de enero de 2020)
¿Será que se espera un nuevo 1968, un año en que todo vuelva a suceder? Quizás sí. Porque, querámoslo o no «Le vent se lève, il faut tenter de vivre» (El viento se levanta, debemos intentar vivir, Paul Valéry).
Humberto Villasmil Prieto es Abogado laboralista venezolano, profesor de la Facultad de Derecho de la UCV, profesor de la UCAB. Miembro de número de la Academia Iberoamericana de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Soc.
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