A Alicia, en su mala hora, por Fernando Rodríguez
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Yo supongo que para un simple y sencillo votante, un ciudadano de a pie, que trabaja como un leñador noruego, come muy mal y a penas la plata le alcanza para el metro, para el Juan Bimba de estos últimos decenios, que votó por la democracia el 28 a ver si su destino cambiaba un poco, le será muy difícil ir a votar a esas elecciones regionales chavistas. No será un experto en cuestiones políticas e ignorará incluso que en la Embajada Suiza sirven buenos desayunos o quiénes son los neoliberales, perennes o debutantes. Sabe que María Corina volvió a entusiasmarlo, a él y a sus similares y que el tal 28 se ganó galopando las elecciones que le fueron robadas y que eso no está nada bien. Y le dijo el compadre adeco, adeco de Rómulo, en voz baja, que en estas elecciones venideras no van a participar sino chavistas, los propios y otros disfrazados (llamados alacranes), que es el mismo Amoroso que quería pasar una servilleta por las actas electorales, el tal 28, y que ahora ha dictaminado que sólo habrá votos para los que reconozcan que la servilleta eran las acta y que los habitantes de la lejana Macedonia del Norte nos jaquearon, etcétera, y por si fuera poco que los próximos resultados serán en otra servilleta y nadie podrá reclamar por disposiciones solemnes y legales. Punto.
O sea que esta abstención -la abstención nunca servido para nada, pero, agrego yo y Juan B., tampoco las elecciones por lo aquí dicho- va a ser muy grande si los mariacorineros, que son legión atienden a la línea abstencionista ya cantada por su Dama. A lo que hay que sumar los nueve millones de migrantes nacionales, aun descontando los que devuelva Trump que para el momento serán pocos. Se puede asegurar entonces que lo que queda del Soberano es un poquito que seguramente en buena parte, libremente que los hay u obligados que abundan, votarán por los sopotocientos candidatos a los sopotocientos cargos.
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Se diría que en ese cuadro la abstención podría servir para algo, para debilitar todavía más al gobierno. Y, en buena medida, así será, si la manejamos bien. Pero claro no hay que descartar que los maquilladores del CNE y los macedonios lograrán adecentar en notables cantidades los votos emitidos y mejorar el semblante electoral. No hay que olvidar tampoco que poseen todo el aparato del Estado y, sobre todo, los llamados medios de comunicación masiva para informarle y la policía para tranquilizarlo si se pone muy nervioso. Pero todas las cuentas hechas creo que saldremos ganando.
Me dirá usted que, si la abstención y las elecciones no sirven para nada, qué nos queda por hacer. La verdad es que es muy difícil esa pregunta, búsquese a algún politólogo que se la conteste, para eso estudiaron cinco años. O, de repente, algún historiador, se me ocurre el doctor Elías Pino Iturrieta, notable académico, que encuentre alguna ignorada tendencia maligna de nuestra accidentada historia republicana y la posibilidad de superarla. ¿Qué le puedo decir? Alguna perogrullada, como no hay mal que dure cien años o que el bien siempre terminará venciendo al mal, como decía el cura de mi colegio.
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