A César lo que es de César, por Teodoro Petkoff
Si usted va a un estadio y sale diciendo que está «decepcionado» porque en lugar de un juego de béisbol lo que presentaron fue un juego de fútbol, entonces o usted no se informó antes de ir al estadio o usted está actuando de mala fe. Pero peor todavía sería que usted se pusiera a pedirle al umpire que saque un pito y ponga a los equipos a patear un balón en lugar de batear y fildear. César Gaviria no vino a otra cosa que a tratar de «facilitar» la comunicación entre gobierno y oposición a fin de que sean estos actores quienes busquen las soluciones que reclama la crisis política. No vino a aplicar la Carta Democrática. La OEA no puede sustituir a los protagonistas nacionales del drama, igual que la ONU no puede sustituir a judíos y palestinos en la búsqueda de soluciones a la crisis del Medio Oriente. Lo más que pueden hacer las organizaciones internacionales es actuar como «terceros de buena fe», como «facilitadores» o, llegado el caso, como mediadores, pero nunca podrán sustituir a los actores directamente involucrados en el conflicto. Si eso no está claro entonces se le estarían pidiendo peras al olmo.
A quienes toca definir si están dispuestos a sentarse en una mesa a conversar es al gobierno y a la oposición. Si ese paso no se da, lo que vamos a tener es a ambas partes, cada una por separado, proclamando sus respectivos puntos de vista, pero sin confrontarlos, cara a cara, con el adversario. Así, por supuesto, el juego jamás se destranca. Si ese encuentro no se produce, si la OEA no tiene éxito en lograr esa aproximación, entonces sí se podrá hablar de su «fracaso». Pero es absurdo que a las pocas horas de su llegada, aún antes de que Gaviria se hubiera sentado con la Coordinadora, se pregone una supuesta «decepción» porque el secretario de la OEA no agarró a Chávez por el cogote y lo obligó a firmar un decreto convocando a elecciones. Un poco de paciencia, por favor.
El país tiene todo el derecho de exigir de sus representantes, en ambos lados, una definición respecto de sus intenciones. Si estas son, en verdad, las de hablar, entonces no pueden condicionarlas. Vetar tales o cuales interlocutores o proclamar por anticipado que sólo se habla si la agenda contempla tales o cuales puntos es una manera de bloquear el camino. Los interlocutores son los que cada parte designe como tales. No puede haber vetos mutuos. La agenda es la que las partes establezcan de común acuerdo una vez que se den los contactos para tal fin. Hay ya tres puntos sobre los cuales se ha dicho que existe una suerte de preacuerdo para su consideración (CNE, desarme de los grupos armados e investigación de los crímenes del 11A), pero hay uno que no puede obviarse: la posibilidad de una consulta electoral. Pretender que esto no forme parte de un diálogo sería irreal por parte del gobierno. Estos son los grandes temas. Ahora, hay que sentarse a ver si es posible hablar civilizadamente sobre ellos. Si no se puede, entonces que Dios nos agarre confesados. Dicho sea en su más estricto sentido.