A ciegas, por Gregorio Salazar

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Nos invade la absoluta convicción de que en la inmensa mayoría del pueblo venezolano anida el anhelo de poder asistir a un proceso electoral sin reservas ni recelos. Votar sin sentir que se traiciona o que traiciona. Votar con la esperanza puesta en que su sufragio abrirá las puertas para cambios cada vez más útiles y trascendentes en función del bien común y el futuro de Venezuela desde cualquiera de las instancias del poder local, regional o nacional sobre las cuales deba decidir quién o quiénes deben asumir responsabilidades de gobierno.
Lo fundamental en esa normalísima aspiración ciudadana es poder votar con confianza. Que una elección no sea una carrera de obstáculos atroces y trucos inverosímiles orquestados desde una cúpula enceguecida por la detentación del poder, que su voto pueda expresarse en libertad, sin amenazas ni presiones y que, por sobre todas las cosas, de manera rigurosa, invariable e inmodificable, la voluntad del pueblo sea respetada y acatada. Lamentablemente no es así. Ni cercanamente así.
Y no lo digo para poner baza en alguna de las dos posiciones en las que dramáticamente se ha sumido –doloroso ritornelo– la oposición venezolana de cara a un proceso electoral. Abundan los argumentos para cada uno de los dos sectores en esa puja donde vale destacar que –más allá de los alegatos– desde cada lado de la confrontación se apunta, paradójicamente, a un mismo objetivo: la defensa del voto como palanca del cambio democrático.
El sector opositor, indudablemente mayoritario, que lidera María Corina Machado, llama a la abstención en defensa del aluvión de sufragios que votó por don Edmundo González Urrutia para la presidencia de la República el 28 de julio. Que se haga respetar la Constitución y la voluntad del soberano. De modo que participar en los comicios de este domingo 25 de mayo sería contribuir a la aviesa intención del régimen de pasar lo más rápido posible esa página negra que los desnuda.
Quienes se colocan en punto diametralmente opuesto, argumentan que el voto es irrenunciable, aún en las peores circunstancias y limitaciones, y que la mejor manera de defenderlo es ejercerlo, contra viento y marea, haciendo política para construir espacios de lucha, en contacto con el pueblo, al cual habrá que acudir siempre en las nuevas coyunturas que estén por venir. Se alega también que de la ejecución en el pasado de la línea abstencionista la oposición ha regresado con las manos vacías.
El régimen se esmera milimétricamente en profundizar esa grieta entre opositores. Los primeros están detenidos o se ven obligados a mantenerse en la clandestinidad. Ahora mismo, en plena convocatoria electoral arrecia en grado sumo la represión, se desata una razzia persecutoria contra decenas de venezolanos que culmina con la detención y la humillante presentación de Juan Pablo Guanipa, uno de los más recios opositores al régimen, a quien acusan de fraguar una conspiración para este domingo, día de las elecciones.
Entonces, quienes se abstengan pasarían a ser, merced a la narrativa oficialista, cómplices de esa «red terrorista», pero quienes llamen a participar serán acusados, esta vez por la misma oposición, de cómplices de un régimen que con el pasar de las horas va barriendo con todo vestigio de democracia, despedazando libertades y desmontando las garantías constitucionales de los electores.
En una década, desde el 2015 cuando se eligió una Asamblea Nacional que fue obstruida y suplantada, al 2024 cuando se dieron unos resultados sin pruebas, el chavismo desconoció, violó y luego desmontó el sistema electoral que ellos mismo proclamaron «el mejor del mundo». El último zarpazo fue la eliminación del código QR de las actas de escrutinio. La impudicia marcha a la par de la ausencia de todo escrúpulo.
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El pueblo padece en medio de grandes limitaciones económicas y la más abyecta conculcación de sus derechos ciudadanos. Nada lo estimula a participar en las elecciones de este domingo. Y más allá de cualquiera opción y por encima de la diatriba opositora gravita la gran pregunta: ¿Y después de estas elecciones qué?
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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