A comprar velas, por Teodoro Petkoff
Para la época en que la recién nacida Unión Soviética no había iniciado a fondo el camino del horror de los campos de concentración y de las matanzas masivas, Lenin se permitió definir el mundo nuevo que creía avizorar como la combinación de los soviets más la electricidad. Es decir, los consejos (es lo que significa la palabra soviet) de obreros, campesinos y soldados el poder del pueblo, pues, sumados a la modernidad, para la época representada por la energía eléctrica, que ya el capitalismo había desarrollado en el resto de Europa y que estaba casi ausente del vasto imperio de los zares, que heredaban los bolcheviques. Era obvio que sin el desarrollo de las fuerzas productivas de la supuesta nueva sociedad, el cambio social y político era insostenible en el largo plazo. Al final, como sabemos, la URSS se derrumbó, precisamente porque su economía se quedó sin fuelle. Sólo pudo durar setenta años con base en el terror y en el ejercicio más desalmado del poder. No puede, pues, ni pensarse en socialismo sin el desarrollo de las bases materiales de la sociedad. En esto, Lenin no hacía sino seguir a Marx y a la importancia que éste le atribuía a la existencia de una economía de abundancia, como condición para el éxito de su socialización. Sin embargo, al margen de ideologismos y debates ya hoy bizantinos, lo que sí estaba claro para los primeros soñadores en mundos nuevos es que sin progreso material, sin crecimiento acumulativo y ampliado de las bases de la economía, no hay mundo nuevo posible.
Todo esto viene a cuento porque el señor Chacumbele habla de socialismo pero ni siquiera esta lección de sentido común parece haber aprendido.
Ha tenido todo el dinero del mundo para haber adelantado un plan sensato y profundo de desarrollo de las capacidades productivas del país. Pero ese tren lo perdió. Mientras da un brinquito a Venecia para verse a sí mismo cobeando al mundo entero con los supuestos logros de su fementida «revolución» ninguno de los cuales tiene que ver con las bases materiales de un nuevo orden social, sino con el despilfarro de los recursos, aquí en su país son los trabajadores de la electricidad estatal quienes se encargan de poner al desnudo lo que no le mostraron a Oliver Stone. La industria eléctrica tiene que crecer al ritmo del país y de la demanda. Esa teoría la conoce el Gobierno. Por lo tanto, hace años anunció que desde enero de 2006 a enero de 2008, habrían de ser construidas trece centrales eléctricas. A esta fecha, cinco, cuya construcción se inició, están crudas, y a las ocho restantes ni siquiera les han colocado la primera piedra. No se puede atender la creciente demanda. Antes, como apunta uno de los sindicalistas y es público y notorio, le vendíamos electricidad a Colombia, ahora se la compramos. Los daños al sistema de distribución, producto de la sobrecarga, no se pueden ocultar: los apagones. De manera que a comprar velas, porque lo que viene son apagones cada vez más frecuentes.