A Cristina Kirchner le llegó el día que nunca llegaría, por Federico Finchelstein
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La condena por cargos de corrupción a la actual vicepresidenta y expresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, a seis años de prisión e inhabilitada de por vida para ocupar cargos públicos, plantea interrogantes importantes sobre la independencia de poderes en el país. No es la primera vez que un exmandatario es condenado en Argentina, pero también hay diferencias significativas con los casos anteriores.
Hay obviamente una gran diferencia entre la corrupción y matar gente. En 1985, los miembros de la junta dictatorial que gobernó el país durante la Guerra Sucia (1976-1983) fueron condenados y arrestados por sus crímenes genocidas. Mientras, en 2001, el presidente peronista Carlos Menem (1989-1999) fue condenado y detenido por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador durante la década de los noventa.
El caso de Cristina Fernández de Kirchner, sin embargo, es distinto y su condena no se relaciona con historias de violencia sino con cargos de corrupción. A diferencia de los casos anteriores, la sentencia de la vicepresidenta no está firme y con seguridad va a ser apelada. Además, la vicepresidenta en funciones tiene inmunidad, por lo que en un futuro próximo no será detenida como sí lo fue Menem.
¿Por qué Cristina es condenada ahora? Como tantos políticos argentinos, Cristina Kirchner no puede explicar por qué tiene tanto dinero. Pero para comprender lo sucedido, algo que parecía que nunca iba a suceder, es importante entender el contexto específico en el cual sucedió.
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Aunque muchas de las acusaciones eran fuertes y claras, hasta ahora CFK (como se le conoce en Argentina) había podido doblegar a su voluntad al actual Gobierno peronista. Sin embargo, el gobierno de Alberto Fernández que la defiende de la boca para afuera también terminó por proporcionar, quizás sin querer, el contexto perfecto para que su juicio se resolviera. Además, a un poder judicial con vínculos con la oposición se sumó, para enrarecer aún más el ambiente, el atentado (poco claro) contra Cristina que llevó a cabo un grupo de lúmpenes con preferencias neonazis.
En un mensaje acalorado, Cristina Kirchner denunció «mafias judiciales» y «Estados paralelos», y aunque dijo que no iba a ahondar en cuestiones teóricas, dejó claro que para ella este es un tema ideológico. La historia del populismo y su propia historia de virajes ideológicos no concuerda con su postura. En los noventa, la mayoría de los peronistas coincidía por entonces con Nestor Kirchner en que Menem representaba una continuidad histórica con Perón. En los 2000, Néstor Kirchner y Cristina Kirchner renegaron de su pasado menemista y se presentaron como líderes de una nueva era, diametralmente opuesta a la del menemismo, que había traicionado «las banderas nacionales».
Sin embargo, cuando años antes Menem llevó al peronismo hacia la derecha neoliberal, Cristina Kirchner se mantuvo en el barco, mientras afirmaba abiertamente que apoyaba al presidente que «aborrecía… el feminismo» y que la Argentina ya no corría peligro de ser derrotada por el «infame trapo rojo de los 70».
Años después, en los 2000, cuando intentó encarnar la izquierda populista, Cristina Kirchner puso en tela de juicio la supuesta izquierda que se identificaba con el color rojo mientras promovía una izquierda «verdadera» representada por los argentinos que lucían los colores nacionales. Según ella, no había posiciones legítimas, ni de derecha ni de izquierda, más allá del kirchnerismo. En concreto, en el populismo, la posición del líder es más importante que los contenidos de sus cambiantes discursos.
Tras la condena, ha mantenido sus acusaciones contra los medios críticos con ella y, en particular, hacia el diario Clarín, uno de los más importantes del país, por manejar el poder judicial. Esta es una historia que viene de lejos. Durante diez años, los expresidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner lanzaron una ofensiva contra los medios críticos. Pasando de la demonización a la práctica, utilizaron a la Administración de Ingresos Públicos para acosar al periódico opositor con auditorías y, finalmente, con leyes antimonopólicas que favorecían a medios cercanos ideológicamente. Métodos similares, aunque más extremos, se usaron y se siguen usando en países como Venezuela, Nicaragua, El Salvador y Ecuador.
Además, de forma esperable, Cristina Kirchner volvió a acusar al poder judicial de estar en su contra. Vale recordar que el propio peronismo manipuló al mismo poder judicial durante los gobiernos de Carlos Menem, Néstor Kirchner y la propia Cristina Kirchner (2007-2015).
En la práctica, la vicepresidenta no ha podido explicar el enorme aumento de su patrimonio al cabo de una vida dedicada a la función pública. Cabe recordar que inexplicablemente su hija tenía más de cuatro millones y medio de dólares en dos cajas de seguridad en Buenos Aires.
A esto se suma el hecho de que un amigo de su marido, un empleado bancario con nulos antecedentes empresariales, se convirtió del día a la noche en un exitoso emprendedor y en el magnate de obra pública en la Patagonia durante los años 2000.
Ante esta realidad, muchos argentinos creen convincentemente que el problema de la corrupción no es exclusivo del peronismo o de los Kirchner, y vinculan el caso a otros de la región. No estoy de acuerdo con los argumentos sobre las supuestas similitudes entre este juicio y otros casos en América Latina. Quizá el caso que más se acerque a este es el de Donald Trump, en el sentido de que, así como en el Partido Republicano, muchos peronistas se alegran en silencio por la caída de un ícono populista por corrupción.
¿Será este juicio el inicio de una investigación más amplia y seria sobre la corrupción en la política argentina, problema que trasciende al peronismo? Este tampoco es el caso. Solo el tiempo dirá si este enjuiciamiento a la vicepresidenta tiene consecuencias políticas significativas o si es solo un caso más de «mucho ruido y pocas nueces» en la larga historia de corrupción en Argentina.
Federico Finchelstein es profesor de Historia de la New School for Social Research (Nueva York). Fue profesor en Brown University. Doctor por la Cornell University. Autor de varios libros sobre fascismo, populismo, dictaduras y el Holocausto. Su último libro es «Brief History of Fascist Lies» (2020).
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