A la velocidad de 8.000 mil millones, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
La humanidad ha alcanzado una cifra que al pronunciarla se escucha bastante fácil: ocho mil millones de habitantes en este minúsculo planeta que ocupa un mínimo espacio en la inmensidad del universo. Ahora somos muchos más y eso tiene sus satisfacciones, pero también implicaciones para todos los seres vivos que habitamos este cuerpo universal y por supuesto para si mismo.
Más allá del regocijo de haber alcanzado semejante cifra de mortales en la tierra, lo que surge es una reflexión y un gran número de preguntas. La primera tiene que ver con los lugares en donde los seres humanos se están multiplicando.
La inmensa mayoría de los nuevos nacimientos se están produciendo en los países en donde las carencias son las que imperan, por lo que las mínimas condiciones de vida para terminar de sostener al nuevo habitante son escazas o incluso inexistentes. En estos remotos y olvidados lugares, las mujeres, muchas de ellas niñas, carecen del poder de decisión sobre tener hijos o no, mucho menos cuantos.
Visto el primer panorama, la población crece sin una planificación que permita determinar y responder a las preguntas que deberíamos hacernos: ¿Habrá suficiente alimento?, Cuanto seguirá sufriendo el planeta?, ¿Habrá una planificación sobre el crecimiento familiar en el planeta? Desde nuestra óptica, las dos últimas preguntas son claves y de mayor importancia en este momento, ya que este planeta está alcanzando altos niveles de explotación con consecuencias para todos.
El ritmo de crecimiento de la humanidad ha ido a la par de las alteraciones que esta está generando a la tierra. Se dice que se ha tardado más de cien años para ir de mil a dos mil millones y es bastante. Pero llegar a los 8.000 millones ha sido cosa de unos 12 años, por lo que todo va a la velocidad que el ser humano ha querido imprimir, tanto en su multiplicación como en los efectos de cambios a los que ha sometido la tierra durante el mismo lapso.
Científicos y expertos han estado alertando sobre la excesiva e indiscriminada explotación a la que se está sometiendo a los espacios vitales de la tierra, incluyendo las formaciones naturales encargadas de mantener el equilibrio entre los ciclos estacionarios por los que ella transita y todo lo que corresponde a sus cambios naturales. Evoluciones que a su vez son alterados por la intervención del ser humano. Incluyendo los sistemas de producción de alimentos. Sin embargo, la discusión se ha centrado en la igualdad de género y deja de lado el hecho de que el crecimiento de la población sea un problema.
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Realmente, que la población se encuentre en aumento en los países de escasos recursos económicos y donde la desigualdad de género es un problema al que se debe prestar suma atención. Pero más allá de esos puntos, está la satisfacción de las necesidades básicas para la humanidad en expansión puesto que ella necesita de alimentos y espacios para vivir y desarrollarse. En estos puntos es cuando la tierra comienza a ponerse más pequeña de lo que es, porque a pesar de sus inmensidades geográficas, poco son los lugares que poseen las condiciones adecuadas para cimentar las facilidades que demanda el ser humano para la vida.
Ya señalamos que los países en donde la población aumenta son aquellos donde el progreso se encuentra muy alejado; no poseen la infraestructura suficiente y mucho menos gobiernos que se preocupen por la planificación basada en su crecimiento y sus respectivas demandas, por lo que sus ciudadanos deciden tomar el control por su cuenta y ocupan los lugares menos adecuados e indicados. De allí que veamos escenas de desaparición de poblaciones enteras por factores naturales, debido a los cíclicos que debe cumplir la tierra.
Si además sumamos que la nueva población necesita alimentarse, lo que significa producir más alimentos, tendremos en el ambiente más descargas de agentes externos que contribuyen a que la tierra siga en su proceso de ajuste o modificación hasta encontrar una solución a esas alteraciones y de esa forma llegar a consolidar los cambios a los que ella se ha sometido de manera natural por cientos, miles de años.
Por lo pronto, celebramos que la humanidad crezca, pero más fuerte sería la celebración si este crecimiento viniera acompañado de planes que le permitan crecer sanos, sin desigualdades y sustentablemente. No de grandes reuniones burocráticas o Foros con discursos llenos de buenas intenciones no ejecutables y que dejan la pregunta de siempre: ¿Y ahora qué sigue?
Porque, aunque parezca que la intención es hacer una crítica sobre la tasa de nacimiento y crecimiento en la tierra, la alerta está enfocada en lo que ahora mismo le ocurre a ella, no tanto por el incremento, sino por la presencia misma de una humanidad que poco le preocupa lo que nuestro planeta esté preparando para encontrar las soluciones que siempre consigue y que ha costado vidas de los seres que la han ocupado.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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