A la vuelta de la esquina, por Paulina Gamus
Twitter: @Paugamus
Se supone que en enero de 2024 los venezolanos decidiremos, mediante el voto, quién gobernará nuestro país por los siguientes seis años. Para cualquier plan personal, año y medio parece mucho tiempo. Pero para organizar unas elecciones presidenciales transparentes, que inspiren confianza y animen a votar, la fecha es muy cercana, Destaco el “se supone” porque en una democracia no hay dudas sobre el cumplimiento de la ley en cuanto a lapsos electorales y a cualquier otra materia que haya sido objeto de legislación. Pero en los regímenes autoritarios o –para ser más directa– en las dictaduras, las leyes son interpretadas y aplicadas de acuerdo al capricho de quienes ejercen el poder. Por tal razón las elecciones presidenciales en Venezuela podrían ser en 2024, en 2023, en 2025 o simplemente no ser.
El tan denostado Luis Vicente León acaba de tuitear algo que percibo sino como exacto al menos cercano a la realidad: «La gente está agotada del tema político porque 90% perdió la esperanza en que la oposición institucional pueda producir el cambio político que el 75% de los venezolanos desea». Se deduce que el otro 25% no desea un cambio y está feliz con su situación actual.
Mucha gente, quizá la mayoría, está sino agotada al menos desilusionada, desinteresada o quizá resignada con el devenir político y especialmente con el político partidista. Es cierto que la democracia no se concibe sin la existencia de partidos políticos y precisamente ahí radica nuestro problema: no vivimos en democracia y una parte importante de la población –los menores de 30 años– ni siquiera tuvieron ocasión de experimentar cómo era la vida cotidiana antes de Hugo Chávez: con medios audiovisuales independientes y críticos y no los de ahora que, bajo presión, guardan silencio ante los atropellos oficialistas y son voceros oficiosos del gobierno. No han conocido unas elecciones libres y transparentes y tampoco lo que significa vivir sin miedo a que una opinión, una imagen y hasta un gesto, puedan ser motivo para pasar años en la cárcel sin derecho a juicio.
Algo que tampoco conocen es al actual liderazgo de oposición. Sin pretender ofenderlos creo que a un potencial elector que acaba de cumplir 18 años de edad, no le dicen mucho los nombres de los dirigentes políticos que acaban de participar en una sesión remota convocada en la primera semana de mayo, por la Comisión de Enlace entre el Parlamento Europeo y el Mercosur.
La misma sirvió para exponer las profundas diferencias entre los principales líderes de la oposición tradicional venezolana. ¿Quiénes fueron los líderes participantes?: Juan Guaidó, Henrique Capriles, María Corina Machado, Leopoldo López, Gerardo Blyde, Nicmer Evans y Antonio Ecarri. Nicmer Evans, dijo algo que en pocas palabras es una fotografía de la actual oposición partidista venezolana: “ La mayor evidencia de lo que pasa en Venezuela es que la única manera de que los convocados hoy a esta sesión se encuentren en un mismo espacio y a un mismo tiempo, estando todos en Caracas, es que el Parlamento Europeo nos convoque. Desde ahí parten nuestros problemas”.
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¿Cuándo, cómo y porqué se extraviaron en el camino esos dirigentes incapaces de ponerse de acuerdo al menos en el poder del voto como único medio democrático para el cambio? ¿Es posible que algunos crean todavía que la solución a la tragedia venezolana está en una acción militar foránea? ¿Imaginan ustedes, respetados lectores, cómo serán las primarias que están en el tapete del debate político, si aquellos dirigentes que no creen en las elecciones en dictadura, aspiren sin embargo la candidatura presidencial?
La gente está agotada del tema político porque observa y juzga a quienes han ofrecido soluciones a término que no sucedieron. La gente está asqueada de los nuevos partidos que surgen de divisiones por razones crematísticas. Para decirlo más crudamente: porque se cuadraron con el régimen de Maduro que financia sus traiciones.
Pero la gente también está hastiada de ver una misma cara, durante más de dos décadas, al frente de un partido que fue “el del Pueblo”. ¿Cuál es la diferencia con el afán de eternizarse en el poder que tuvo Hugo Chávez, que tiene Maduro y que tienen el castrismo en Cuba, Putin en Rusia y el orteguismo en Nicaragua?
La democracia en el mundo vive horas menguada. Pareciera que una demencia contagiosa lleva a los electores a decidirse por gobernantes demagogos, corruptos y autoritarios. La reciente elección en Filipinas del hijo del dictador Ferdinand Marcos, como presidente y de la hija del actual dictador y muy corrupto Rodrigo Duterte, como vice presidenta, es una muestra de esa demencia colectiva o al menos de una pérdida absoluta de la memoria.
De repente uno recuerda aquel lema peronista al retorno del ya anciano Juan Domingo Perón a la Argentina: “Ladrón o no ladrón queremos a Perón”. Ese declive del sistema democrático ha favorecido a Nicolás Maduro, lo hace sentirse más seguro de que no hay mecanismos internacionales para evitar que las democracias naufraguen y que el número de sus eventuales socios anti democráticos va en aumento.
¿Está todo perdido? ¿Tiramos la toalla, nos resignamos y ya? No lo creo. He tenido la suerte de conocer a jóvenes dirigentes políticos que han entendido que gran parte del desencanto político en nuestro país se debe a dirigentes que se desconectaron de las bases populares, que no saben lo que ocurre más allá de sus oficinas y que hacen ofrecimientos vacíos e irrealizables. Jóvenes dirigentes que practican una manera de hacer política no basada en el odio y en la confrontación. Jóvenes líderes que entienden y procuran algo que resulta indispensable para un renacimiento democrático y para un verdadero cambio: el reencuentro de la familia venezolana. Prefiero no dar nombres, dar nombres es un peligro en partidos que descabezan a los jóvenes que se destacan. Por sus obras los conocerán.