A llenar la política, por Simón García
Twitter: @garciasim
Cuesta precisar cómo fluye el principio de causalidad entre las condiciones de vacío y debilidad. Dos muescas que muestran el comportamiento de la oposición.
Nos detenemos en la situación de la oposición porque pertenecemos a ella. Es vicioso cumplir el ritual según el cual, para pasar el examen de buena conducta opositora, antes de cada crítica a la oposición hay que dispararle unos cañonazos al gobierno.
Más que el del gobierno, frecuentemente nos importa revisar el estado de la oposición, porque su suerte determina la nuestra como personas y los límites a los cambios que queremos en el país.
No es una expiación lo que se pide a dirigentes y partidos que han contribuido a nuestros fracasos sino señales de que comprenden que alejarse del camino democrático fue el inicio de una caída que nos está costando remontar. Más que autocríticas, que nos pueden lanzar inútilmente a una guerra con los fantasmas del pasado, se requiere saber que la vuelta al voto no es paso atrás para embestir de nuevo contra la puerta falsa del derrocamiento del régimen.
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Nuestro vacío no es ausencia de coraje sino impreparación para descontar la ventaja que nos lleva el gobierno en capacidad para comunicar, ejecutar y hacer privar la fuerza del Estado y sus recursos a la hora de contener y controlar el rechazo de la sociedad. Nuestra debilidad no es numérica sino pérdida de sintonía con la mayoría de venezolanos, que no quiere saber nada del gobierno. Ni con la oposición tradicional.
El descontento general se esfuma entre los dedos de partidos que se ceban en la aniquilación mutua y no logran apoyar ni a un candidato a alcalde entre los 335 que van y elegirse el 21 de noviembre. La venda es la misma en el G4 y en la alianza democrática.
La glorificación de la división tiene como móvil convertir una importante elección de poderes locales en combate para demostrar cuál es la oposición verdadera y en trágica competencia para contabilizar cuál de las dos coaliciones opositoras suma más derrotas. La isla donde la oposición guerrea contra sí misma se hace más pequeña, mientras presiente sombra en el revocatorio que luce ser la próxima fantasía obligatoria.
Los dirigentes de uno y otro polito opositor convocan a la unidad superior y hacen jolgorio con frases como política con «P» mayúscula, mientras en los hechos aguzan todas las mañas para imponer candidatos escogidos por ser de los nuestros en vez de ser de la gente. En medio de un patriotismo de parcelita —el más infeccioso de los fanatismos—, cada parte acusa a la otra para empujarnos hacia un mapa rojo rojito con la frustrante lectura de unos boletines que la división forjará como irreversibles.
Ante el mal uso de la representación política por quienes monopolizan la postulación de candidatos, el país exige unidad. Si la oposición tradicional persiste en dividirse, al voto para repudiar a Maduro se le puede añadir un segundo valor cívico: castigar a los que imponen la división.
El voto puede ser el arma para exigirle unidad a los que prefieren que el PSUV gane una elección antes que darle la victoria a otro opositor.
Para llenar la política de gente hay que oírla y ocuparse de ella. Si los partidos dan la espalda al reclamo unitario y se niegan a la aproximación entre fracciones opositoras, ¿cómo actuar para que no engorde la antipolítica de los extremismos?
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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