A negociar sin ilusiones, por Beltrán Vallejo

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La semana pasada Juan Guaidó hizo algo que tenía tiempo que no hacía: tomar la iniciativa política. Realiza dicha acción con el anuncio de su disposición a negociar la eliminación progresiva de las sanciones a cambio de una ruta electoral en condiciones de legalidad y fiscalización internacional. Este proceder ha generado apoyo, burlas y rechazo dentro y fuera del país.
Sobre ese planteamiento, Maduro expresa también su disposición a dialogar, pero en medio de descalificaciones y con unas conductas de sobrado, de soberbia y de cinismo que, en definitiva, repugna. En fin, no es un gobernante, es un pigmeo, pero que está en posición de triunfador porque ha «sobrevivido» él —no el país— a tantas crisis.
Sin dudas que esta iniciativa de Guaidó tiene el aroma de gringolandia o de «Europas» y en eso coincido con el pelafustán que está en Miraflores. Estoy claro porque ese sector opositor que representa Guaidó, que es mi «oposición», hoy está derruido y por supuesto incapaz de hacer este tipo de reingeniería política por sí solo, ya que amerita del tejido o sostén de nuestros aliados internacionales.
Ahora, ¿eso me enorgullece? Respondo que no, pues me apena que la lucha democrática se cocine, en casi un 100% fuera de nuestras fronteras; y el lado de la tiranía tampoco está muy alejado de eso, si no, pregúnteselo a Vladimir Putin y a los Castros.
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Dense cuenta de que aquí el meollo negociador está en las «sanciones» más que en las elecciones. Las sanciones son el «incentivo» para la negociación que plantea Guaidó y, por tal condición, el que está en Miraflores —así se burle y descalifique con eso del «bobolongo»— pues ni corto ni perezoso se irá a sentar a negociar cómodamente con él, así diga que «Guaidó es nada como líder» y que vaya a hacer la cola o que vaya de último en cualquier cuchitril de negociación, porque es eso, «negociación», transacción o más bien trueque, y que lamentablemente en ese «mercado persa» está quedando la calidad de vida de más de 30 millones de venezolanos, incluyendo lo que están afuera.
Sobre las «sanciones», reflexiono en el hecho de que este planteamiento de Guaidó coloca en una compleja exposición impúdica ante el mundo ese mecanismo de presión y de intervencionismo que usa EE. UU. cuando un gobierno afecta sus intereses o se porta mal en términos de negocios geopolíticos. Porque él no sanciona en defensa de derechos humanos o de democracia; si no ¿cuántas sanciones no merecería la medieval Arabia Saudita? Y por eso caen tan antipáticos debido a su conducta de sesgado y miope sheriff del mundo.
La otra reflexión es que, efectivamente, Maduro ha sobrevivido a las sanciones y él no la ha pasado mal, pero sí el país que se ha tenido que calar como media verdad o media mentira el argumento de que no hay gasolina, no hay gas, el dólar sube, la hiperinflación nos mata, no hay luz, no hay teléfono ni internet, no hay vacunas contra el coronavirus, los hospitales están en ruinas y el Coqui es el alcalde de la Cota 905 por culpa de las sanciones.
Y tal es la capacidad de sobrevivencia de Maduro que no tendría tormento de pararse de cualquier mesa de negociación que apenas lo incomode o ladille.
La nación atiende sin ilusiones esta propuesta de negociación porque ella suena a eso «del ahogado, aunque sea el sombrero», y en Maduro sus propias palabras lo dicen todo de su postura política y en especial cuando manifiesta que «vamos a ver qué sacamos de esto».
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