A paso de desempleo, por Teodoro Petkoff

Conocemos dos industriales medianos. Uno producía aparatos de aire acondicionado, el otro pulpa de fruta. Cada uno empleaba un poco más de cien trabajadores. Ahora cambiaron el ramo. Ya no son industriales sino importadores. El primero trae aparatos de aire acondicionado desde China. El segundo importa y reexporta la pulpa de fruta desde Chile. Operan oficinas comerciales y su reconversión implicó la cesantía de unos 200 trabajadores. Ninguno de los dos podía competir con las importaciones, así que decidieron hacerlas ellos mismos antes de que otros tuvieran la misma idea y los quebraran sin remedio.
Las importaciones venezolanas fueron el año pasado superiores a los 16 mil millones de dólares. Este año llevan el mismo ritmo. El negocio hoy en este país no es producir sino importar. Eso ha contribuido, por cierto, al abatimiento de la inflación porque los productos importados son más baratos que los nacionales. Pero también ha contribuido a la destrucción del tejido industrial manufacturero del país y al aterrador crecimiento del desempleo y de la informalidad. La industria exportadora nacional nunca ha sido gran cosa; de hecho, en sus mejores años, apenas llega a los 5 mil millones de dólares anuales. Ahora, sin embargo, salvo uno que otro ramo, como el de los automóviles, está peor. Escasamente llegaremos este año a los 3 mil millones de exportaciones no petroleras. Eso significa que esa industria no está generando empleo sino desempleo, porque una parte importante de su capacidad de producción está ociosa.
¿Qué esta pasando? Entre varias cosas, una de mucho peso. El bolívar en relación con el dólar está, como dicen, sobrevaluado. Dicho de otra manera, el dólar, con relación al bolívar, es barato. Por tanto, es más negocio utilizar los bolívares para adquirir dólares a fin de importar bienes de afuera que emplearlos para producir aquí. Por otro lado, exportar produce menos bolívares que los que se obtienen con la venta de productos importados. Por donde se mire, el resultado es el mismo: desindustrialización, es decir, cierre de industrias o reducción de su actividad y, por tanto, despidos, es decir, desempleo. Fuentes del Seniat, citadas por la Oficina de Asesoría Económica de la Asamblea Nacional, estiman que en los últimos dos años han cerrado sus puertas 100 mil de los 450 mil establecimientos industriales existentes en el país. El 7% de los 7.500 «contribuyentes especiales» (empresas de mayor envergadura, que proporcionan el monto mayor de los impuestos no petroleros) ha desaparecido en el mismo periodo. En la página 15 nos ocupamos de este problema.
La traducción social de esto ha sido la del crecimiento del desempleo abierto, por un lado, y por el otro el incremento salvaje del trabajo informal. No todo el trabajo informal -ni siquiera su mayor parte- es buhonería, pero esta constituye la cara más visible y emblemática de ese fenómeno. La informalidad es la respuesta social a las dificultades del aparato productivo formal para absorber a la población activa. Es una forma de empleo, precaria y mal remunerada, pero empleo, a fin de cuentas, sin la cual la situación social ya habría hecho explosión. Sin embargo, esto es pobreza y desajustes sociales de toda índole. A propósito de estos asuntos se ha producido un fuerte encontronazo entre el gobierno y el MVR. En el partido de Chávez hay fuertes aprensiones respecto de la política económica, en particular de la cambiaria, del gobierno de Chávez