A propósito de Valencia…, por Julio Castillo Sagarzazu

Twitter: @juliocasagar
(Un mensaje a alcaldes y alcaldesas de Carabobo)
No muchas ciudades del Nuevo Mundo cumplen 467 años. Lo ha hecho Valencia este viernes pasado. La alcaldía de la ciudad no se ha hecho eco, afortunadamente, de la jerigonza «anticolonialista» de fachada a lo López Obrador que, de vez en cuando, nos sueltan desde las tribunas del oficialismo caraqueño. Han celebrado las efemérides, como corresponde, y por tanto se debe tomar nota del hecho. El «conquistador» Alonso Díaz Moreno lo agradecerá, desde donde se halle.
Esta ocasión es propicia para volver a señalar un argumento que ha sido recurrente en varias de estas notas, en la catedra universitaria y en los foros donde se nos permite expresarlo. Se trata del valor de la ciudad como asentamiento humano, como espacio de convivencia y como núcleo central de la democracia y la institucionalidad del país.
Hace unos años, los venezolanos fuimos testigos como se inició un interesantísimo proceso de descentralización política y administrativa con la elección directa de los primeros alcaldes y gobernadores del país. Como resultas de ello, Venezuela entera se sembró de múltiples experiencias que, en poco tiempo, mejoraron la calidad de vida de sus habitantes.
Desgraciadamente, cuando el pobre lava llueve. Poco tiempo duró la experiencia, porque un huracán recentralizador acabó con aquellas conquistas, para regresar a Caracas competencias y responsabilidades que, lo repetimos, en manos de gobernadores y alcaldes, habían logrado importantes avances en las regiones del país.
Lo cierto del caso es que llegados a este punto, revalorizar la idea de la ciudad, rescatar sus competencias naturales y luchar por conquistar otras, pareciera una necesidad importante para quienes están al frente de las responsabilidades edilicias.
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La observación tiene sentido porque lo que pareciera que está ocurriendo, en este momento, es precisamente lo contrario. Hoy en día, los municipios además de que abdican en muchas de sus competencias, se están yendo por una vía completamente contraria a la que deberían tomar para retomar la senda de fortalecer la ciudad y sus instituciones.
Quizás valdría la pena recordar a alcaldes y alcaldesas cuál fue el origen del inusitado desarrollo de Valencia y de Carabobo.
Nuestro estado, hay que decirlo, es un enclave geopolítico estratégico del país.
En efecto, no fue por azar que en las sabanas de Carabobo se libró la batalla que puso fin a la dominación militar de Venezuela y que, dos años más tarde, José Antonio Páez, con el «agua a la cintura» retomó Puerto Cabello y recuperó la plaza, en el último hecho de armas de nuestra guerra de independencia. Tampoco fue obra del azar que La Cosiata, tuviera como epicentro a la ciudad de Valencia y que el Congreso Constituyente que nos separa de la Gran Colombia tuviera lugar en La Casa de la Estrella.
Luego vino el proceso de industrialización de la ciudad que no fue tampoco obra de la casualidad. Ese proceso fue el resultado de un peculiar modelo de consenso político y social que comenzó poco antes de la reconquista de la democracia en el 58, lo cual lo hace más interesante. En efecto, el Concejo presidido por el Dr. Lorenzo Araujo fue pionero en esta decisión de lograr convertir a Valencia en la ciudad industrial de Venezuela.
Lo sorprendente, lo subrayamos, es que, al menos en tres administraciones subsiguientes, se mantuvo la estrategia y el consenso general de hacer de Valencia el centro más importante de la industria manufacturera del país.
Esta decisión política, sin duda no se limitaba al enunciado de un objetivo. Lo más importante, y lo que quizás las nuevas generaciones ignoran, es que aquellos administradores de la ciudad tuvieron la clarividencia de tomar medidas muy concretas para que tal objetivo se lograra. La primera de ellas fue la de urbanizar un importante lote de terrenos ejidos y denominarlo como Zona Industrial.
A ésta le fueron incorporados todos los servicios públicos y se diseñó un tejido urbano y vial para que funcionara (como de hecho aún funciona) por varias décadas. Esos terrenos fueron vendidos sin ánimo de especulación, sino prácticamente para recuperar los costos y seguir el desarrollo en otras etapas. Se tomó, a la par, la decisión que fue quizás la más importante y la que terminó haciendo decidir a los inversionistas nacionales y extranjeros, venirse a valencia y no a Maracay o Caracas.
Se otorgaron incentivos fiscales extraordinarios, incluyendo exenciones del impuesto de Propiedad Inmobiliaria por varios años y finalmente, se buscó a los mejores profesionales y urbanistas del mundo para que diseñaran un Plan de Desarrollo Urbano que imaginara a la ciudad por los próximos 50 años. Fue así que Valencia se convirtió en una de las primeras ciudades de América Latina con un Plan Rector de Desarrollo Urbano, cónsono con su vocación de ciudad industrial que se estaba prefigurando.
Desgraciadamente, algunos años después, este plan fue hecho trizas. El polo de desarrollo urbano que se planificaba alrededor de la Plaza de Toros fue vapuleado cuando, en una mala hora, y en medio de una campaña electoral, unos candidatos inescrupulosos organizaron la invasión de aquellos terrenos para construir barrios sin planificar, con la esperanza de que aquello les daría algunos votos.
Es esta la lección que los actuales alcaldes y alcaldesas deberían asimilar. Hoy, cuando la voracidad fiscal se convierte en una rémora del desarrollo, es cuando se debería voltear al pasado y al ejemplo de aquellos valencianos de bien, que, justamente por haber tenido la inteligencia de pensar más en el futuro, más en las próximas generaciones que en la próximas elecciones, pudieron construir un modelo de consenso político que duro muchos años. Ciertamente, si la asfixia regulatoria y los impuestos confiscatorios continúan, se terminara echando por la borda las posibilidades de rescatar nuestra zona industrial generadora de empleos y de progreso para la ciudad.
Ojala el espíritu de los 467 años de nuestra querida Gran Valencia, interpele las conciencias de quienes hoy deben tomar decisiones sobre su desarrollo futuro y volvamos a tener una ciudad que fue una insignia en el país.
Julio Castillo Sagarzazu es Maestro
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