¿A qué juega Chávez?, por Teodoro Petkoff
¿Cómo entender esa recalentada que le echó Chávez a la crisis colombovenezolana el domingo pasado? ¿Cómo entender que precisamente cuando acababa de llegar el enviado de Lula y todo aconsejaba abrir espacio para la acción diplomática de bajo perfil, Chávez se manda con esa arenga mussoliniana, que es prácticamente un ultimátum a Uribe? Chávez sabe perfectamente que por ese camino de los emplazamientos públicos no va a llegar a ninguna parte con su colega del otro lado. Entonces, ¿por qué lo utiliza? ¿El presidente de Venezuela quiere realmente resolver esa crisis o le interesa estirarla?
Da la impresión de que ese lenguaje forma parte de una huida hacia adelante. Chávez responsabiliza a Bush de esta crisis pero aunque es obvio que los gringos la aprovechan para sus fines, lo cierto del caso es que no fueron ellos quienes pusieron a Granda aquí. La crisis comenzó con la detención de Granda en territorio venezolano. A no ser por ese “detallito”, los gringos no tendrían pretexto para meter su cuchara. Porque “el canciller” fue colocado aquí por las FARC, no por los gringos. Toda la fanfarronería de Chávez parece dirigida a desviar la atención del hecho de que en este país estaba residenciado un jefe de las FARC, con cédula y nacionalidad venezolana y acción política pública. Los gringos no iban a pelar ese boche. Aquella circunstancia alimenta la campaña del Departamento de Estado sobre la complicidad de Chávez con la FARC. ¿Qué culpa tiene la estaca si el sapo salta y se ensarta? El tono del presidente obedece tal vez a que sabe que internacionalmente no poca gente se dice que, ciertamente, Uribe, violó la ley, pero también se pregunta por qué Granda estaba aquí.
Pedir a Uribe que se disculpe –porque, sin duda, se brincó las normas de buena conducta internacional y no se le puede aceptar que ande por allí metiendo sus policías en otros países– tendría fuerza si a su vez Chávez se disculpara por la negligencia del gobierno venezolano al no impedir la presencia y actividad pública de Granda en Venezuela y prometiera que su gobierno hará todo lo posible para impedir que tales cosas ocurran en el futuro. En su famoso discurso del 12 de noviembre del año pasado, en Fuerte Tiuna, donde lanzó lo del “gran salto adelante”, Chávez dijo, según la versión de Marta Harnecker: “En cuanto al conflicto interno de Colombia, consideramos que es un conflicto de ellos, y eso también debe quedar claro aquí. Ninguno de nosotros está autorizado para abrir canal alguno de comunicación con la guerrilla colombiana, nadie debe hacerlo, nadie”. Un mal pensado podría añadir “nadie, excepto yo”, pero aquello coincide con su categórica afirmación en Cartagena, junto a Uribe, de que no ha apoyado ni apoyará a las FARC. Y este es su drama. Más coherentes son los muchachos que llenaron de pintas las paredes de Caracas con la frase “Granda somos todos” y “FARC ejército del pueblo”. Ellos asumen a las FARC. Chávez no puede. La condición de hombre de Estado le impone restricciones, y por ello no hay razones para poner en duda ni su discurso de Fuerte Tiuna ni sus palabras en Cartagena. Pero resulta que tampoco puede avalar la entrega de Granda. Eso lo raya demasiado por su costado izquierdo. De hecho, en el típico “acto fallido” freudiano, admitió el domingo que se había decidido a “roncar” cuando vio que se había regado la especie de que había entregado al guerrillero. La ambigüedad es su karma.