A quién defendemos hoy, por Rubén Machaen
«Y no es monserga pacifista. Razones para pelearse siempre habrá. Y no es monserga belicista. Razones para reconciliarse siempre habrá»,
Anónimo
En Dos conceptos de libertad, Isaiah Berlín dice «quiero ser alguien, no nadie; quiero actuar, decidir, no que decidan por mí; dirigirme a mí mismo y no ser movido por la naturaleza exterior o por otros hombres como si fuera una cosa, un animal o un esclavo, incapaz de representar un papel humano». Declaración lindísima y agobiante, no por ingenua ni imposible, sino por ardua y extenuante en tiempos de pantallas.
Apantallados, asistimos en primera fila a nuestros Coliseos particulares —Newsfeed, Timeline, Feed— para alimentarle el recreo al ocio; plantear interrogantes y encontrar respuestas; contestar lo que se nos ha preguntado y lo que no; subirnos al cuadrilátero de arrobas irascibles o sumarnos a esas arrobas (por triste que se lea) casi siempre prestas al linchamiento.
¿Por qué se están peleando hoy? Suelo leer en la tribuna de mi único Coliseo. Como pedrada en panal de abejas, la pregunta siempre encuentra respuestas y abejorros prestos al ataque
Pasa que, desde el asiento de mi Coliseo, una vez alborotado el panal, si se observa con atención, las Abejas Reinas trazan la ruta de vuelo, fijan el objetivo de ataque, y el embate de aguijones llega a ser, muchas veces, contra nosotros mismos, contra nuestra propia autonomía, esa que el buen Berlín defendía para «no ser movido por la naturaleza exterior o por otros hombres»
*Lea también: Decreto de guerra… (a la venezolana), por Reuben Morales
¿A quién defendemos hoy? Se me ocurre lanzar al cuadrilátero. Aunque dudo que la pregunta goce de la misma aceptación (Likes, Shares, Retweets, Reposts) de quien aúpa el conflicto, dando por cierta aquella máxima terrible de Cioran que dice que «se está acabado, se es un muerto en vida, no cuando se deja de amar, sino de odiar», argumento que explotó Bukowski en El genio de la multitud.
Quienes preguntan por qué se pelean hoy, suelen ser sujetos quienes, la más de las veces, arropados en la bandera del pacifismo y el raciocinio, acumulan seguidores alborotando panales que luego, con envidiable parsimonia, se encargan de apaciguar, mediante verbo sosegado y en apariencia inteligente; medición de grados del agua tibia y una seguidilla de certezas que suenan a interrogación, devolviendo a las abejas a su panal.
Cuando Mircea Cărtărescu estuvo en la Feria del Libro de Guadalajara (FIL) en 2017, pude sentarme junto a una periodista jalisciense quien, después de las preguntas de rigor sobre la obra del rumano (Solenoide/2015) Cărtărescu simplificó el gran argumento que todo suplemento de periodismo cultural requiere, y dijo que lo que a él le interesa es la compasión hacia los perseguidos, los desfavorecidos, los que sufren. «Me interesa mucho el tema del mal en el mundo y lo que se puede hacer en contra de él», dijo. Y no se me olvida.
Aquí pocos la estamos pasando bien. Razón suficiente para empezar. ¿A quién defendemos hoy?