A tientas, por Carolina Gómez-Ávila
No hay que contar lo que vivimos todos, pero quisiera llamar la atención sobre tres ideas -y sus posibles relaciones- a fin de que cada quien las sopese, a la luz de esta cronología:
4 de marzo: Delcy Rodríguez anuncia el traslado de la oficina de Venalum a Moscú, argumentando la necesidad de proteger activos en el extranjero y de desarrollar nuevas vías de relación con ese imperio. Lo hizo tras una rueda de prensa con el canciller ruso -con quien su grupo ha tenido frecuentes reuniones en los últimos tiempos- y quien ha manifestado estar listo para iniciar conversaciones bilaterales con Trump sobre Venezuela.
5 de marzo: Juan Guaidó, Presidente (E), se reúne en el Colegio de Ingenieros con empleados públicos y líderes sindicales de las industrias básicas. Durante la rueda de prensa posterior, anunció que serían ellos mismos los que convocarían a un paro escalonado para exigir el “cese de la usurpación”, primera estación de la agenda libertaria.
7 de marzo: Comienza el apagón de mayor alcance y duración que generación alguna de venezolanos haya vivido desde que llegó la luz eléctrica al país, a finales del siglo XIX.
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9 de marzo: Las últimas 73 celdas de reducción de aluminio de Venalum y Alcasa se apagaron irremediablemente, lo que lleva a esa industria básica al cierre técnico.
No sé si se pueda demostrar alguna relación entre estos hechos pero, si no están conectados, resulta muy difícil creer que se deben ver de manera aislada y por eso propongo tres consideraciones:
La primera, es que -sin luz, sin agua, sin internet, sin telefonía celular y con prolongadas interrupciones en el servicio de telefonía fija- lo único que faltaba para una inmersión total en ambiente de guerra era el ulular de las sirenas, el sobrevuelo de los aviones, el silbido de las bombas y las ráfagas de las armas de fuego (aunque esto último, parece que lo experimentaron en algunas zonas). El miedo arrastró a los más vulnerables al quiebre emocional y el instinto de supervivencia relegó el apoyo a las actividades opositoras durante esos días: antes de manifestar, buscar agua y algo de comer. Así, se aminoró la marcha en la “construcción de capacidades” a la que apela recurrentemente Guaidó.
La segunda, es que la dictadura retomó la iniciativa en la agenda política a partir del apagón. El llamado al paro de las industrias básicas puede haber perdido sentido práctico y, ahora, los líderes sindicales difícilmente tengan capacidad de convocatoria; una parte de los trabajadores estará preparando maletas y la otra, sin empleo, dará prioridad a sus necesidades fundamentales.
La tercera, es que con una nómina en estampida, la entrega de nuestras industrias básicas a los rusos -libres de pasivos laborales y con la tecnología obsoleta fuera de servicio- podría dejar mayor ganancia neta.
Aún no salimos de esta circunstancia atroz y creo probable que recaigamos. Así que habrá que intentar esclarecer, en la noche más sombría, si este apagón fue la suma de 20 años de incompetencia y de corrupción -innegables, por demás- o si ya aprendimos a no llamar ineptos a unos criminales particularmente aptos para conservar el poder y somos capaces de analizar, muy en serio, la posibilidad de que este apagón haya sido meticulosamente planeado y exitosamente adelantado por la opresión.
Un trabajo que toca a los políticos demócratas y a los mejores periodistas de investigación. El resto, seguiremos atando cabos. A tientas.