A tres décadas de la caída, por Luis Manuel Esculpi
Aunque fue un acontecimiento sorpresivo, era el resultado de una meticulosa labor desarrollada durante años. Por lo general los hechos históricos son momentos culminantes de acciones sucesivas. No son sucesos súbitos, aunque lo aparenten. Suelen estar precedidos de esfuerzos silenciosos, sin escenografía y ruidosas manifestaciones, ni fuegos artificiales.
Cuando se desencadenan pueden erigirse en símbolos de una época. Me refiero en esta oportunidad al derrumbe del muro de Berlín. A propósito de cumplirse el XXX aniversario de ese acontecimiento, que marcó el principio del fin de la guerra fría y a su vez de la caída del comunismo, releí un libro extraordinario donde se relata » la historia secreta detrás de la caída del muro de Berlín», leyenda que acompaña al título «El año que cambió el mundo» de Michael Meyer, quien fuera corresponsal y editor de la revista Newsweek; en Alemania, Europa Central y los Balcanes, entre 1988 y 1992.
La extraordinaria coincidencia de la conjura de un grupo de dirigentes del Partido Comunista húngaro, el relanzamiento de Solidaridad, dirigido por Lech Walesa, proyectándose más allá del movimiento obrero polaco, el rol de Vaclav Havel el escritor y dramaturgo checo líder de la «revolución de terciopelo» y quien sería electo presidente ese mismo año, la presencia de Gorbachov al frente de la Unión Soviética, con el glásnost y la perestroika, en otro sentido el emplazamiento de Reaagan al primer ministro soviético «derribe ese muro», en un acto realizado dos años antes en Berlín, la intensa actividad del Papa Juan Pablo II, de origen polaco, fueron factores que se conjugaron para que el 9 de noviembre de 1989 se derribara el muro.
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En los momentos decisivos, no es de extrañar, que la confusión, el surgimiento de un imprevisto, en fin un error al leer un documento a la prensa, provocará el desenlace y millares de berlineses se volcarán a tumbar la pared que cerca de cuatro décadas simbolizara la represión y el fracaso de un modelo de sociedad implantado en Europa oriental posterior a la Segunda Guerra Mundial, que se vendría abajo poco tiempo después, incluyendo su precursora la URSS.
Esta revolución, los cambios de fondo que se produjeron, fueron con una sola excepción (Rumanía) totalmente pacíficos, todo el andamiaje represivo y de persecución política se vino abajo, de una manera incruenta, no se produjeron prácticamente ni siquiera escaramuzas, el sistema que había enarbolado inicialmente banderas libertarias, de justicia e igualdad social, se había transformado, en una negación absoluta de toda la prédica abrazada por millones de seres humanos durante buena parte del siglo XX.
Una camarilla dirigente se convirtió en «una nueva clase», imponiendo regímenes dictatoriales, responsables de crímenes horrendos y de las famosas purgas contra la disidencia de sus propios partidarios, además de sumergir a sus respectivos países –más allá de las apariencias– en el atraso y el oscurantismo.
Es propicia la ocasión para recordar a quienes persisten aún en ver al mundo desde la perspectiva del denominado «socialismo real», es decir los partidos comunistas y los movimientos paracomunistas el fracaso de ese modelo y la manera como ellos se disolvieron.
Parte importante del núcleo central del régimen proviene de esa escuela (Liga Socialista) aún emplean los códigos y patrones en su fraseología, no así en su práctica política, parecieran ignorar que ya hace treinta años cayó el muro y con él se derrumbó toda la mitología, la liturgia y los infames métodos que los distinguió.
Algunos no lo ignoran, pero se aferran al discurso para permanecer también aferrados al poder y simulan actuar en nombre de una «ideología revolucionaria», mientras que su desempeño se caracteriza por concebir el poder como un fin en sí mismo, por un ejercicio que ha conducido al país al inmenso desastre que vivimos, asociado a la corrupción ilimitada.
Debieran recordar que todos los muros al igual que los mitos se derrumban.