A un año de las protestas los comercios siguen en «resistencia»
Las marcas de la refriega sobreviven en algunas paredes y pisos de las zonas de conflicto. Varios locales quedaron visiblemente afectados, a esto se suman los embates de la crisis económica sin parangón
Autor: Ariadna García | @Ariadnalimon | Jesús Hurtado @jahurtado15
Por casi cuatro meses el país vivió días convulsos en 2017 donde no había certezas ni garantías de nada. Las protestas se extendieron en varios estados y como en años anteriores Caracas se enardeció. Altamira y San Antonio de los Altos fueron puntos focales de las protestas que se oponían a un Gobierno que tildaron de tiranía. Los comercios en ambas zonas fueron testigos y “víctimas” de esos días que parecían ponerle fin al “legado” de casi dos décadas.
Doce meses después las marcas de las refriegas continúan en algunas de las paredes y pisos de las zonas. Un stencil con la palabra -resistencia- permanece aún en una parada de autobuses de Altamira; al frente de allí dos taxistas comentan a TalCual que estuvieron cuatro meses sin trabajar “yo me fui y me quedé tranquilito en mi casa”, dice el que está más entrado en canas.
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Ardió Altamira
Desde el 1° de abril de 2017, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) convocaba las manifestaciones; la mayoría partían desde Altamira, Parque Cristal y otras zonas de Caracas, rumbo a la autopista Francisco Fajardo para intentar llegar al oeste, algo que no pasó debido a los piquetes de las fuerzas de seguridad del Estado que durante esos días arrojaron a mansalva bombas lacrimógenas vencidas contra los manifestantes, arremetieron con tanquetas y ballenas, dispararon a quemarropa perdigones, balas de plomo, de goma y proyectiles de todo tipo que lograron acabar con la vida de 157 personas, según el registro del portal Runrunes.
Karina Esmiroldo es empleada de La Estación del Cuero C.A., ubicada en el Metro de Altamira, justo debajo de las escaleras donde jóvenes y guardias nacionales se enfrentaban casi todas las tardes. “Era imposible que pasara algún alma, constantemente eran bombas molotov y bombas lacrimógenas”, recuerda. A eso de las dos de la tarde cerraban las santamarías para resguardar sus vidas y el local, a pesar de las precauciones, meses después sufrieron un saqueo. Relata que las vitrinas fueron destrozadas y la mercancía hurtada en su totalidad. Para la mujer es difícil determinar si se trató de un hecho aislado o si estuvo ligado a las protestas antigubernamentales. De lo que sí está segura es de que no se han podido recuperar.
“Las ventas fueron muy malas porque cuando estaba el tema de las guarimbas la guardia se mantenía acá junto con la gente de la resistencia, era imposible el paso de los transeúntes. La recuperación no ha sido muy buena porque ya quedó como el paradigma de que la zona se presta para ese tipo de cosas, cuando hay algún rumor por el tema político Altamira queda sola”, explica.
Las cifras de las pérdidas las maneja su jefe, no obstante, estima que fueron “cuantiosas” motivado a que se llevaron los puntos de venta y otros equipos electrónicos, asimismo, señala que el stock no ha sido repuesto en su totalidad. Venden la mitad de lo que exhibían hace un año.
Dos mujeres atienden en el lugar pero da la impresión de que está vacío. Esmiroldo agrega que les costó seis meses poder abrir de nuevo. Sin embargo, en su rostro se lee que la certeza es cerrar de nuevo.
La situación no es distinta a la de los comercios aledaños. Algunos parecen inoperativos mientras que otros ofrecen muy poco en las vitrinas. En la Plaza Francia el césped permanece marchito. El obelisco ya no tiene pintado ‘tenemos hambre’ como meses atrás
Más adelante, en una acera, se lee: Maduro burro. Al lado se encuentra Carmelo Pizza, allí los empleados manifiestan que cerraban entre la una y las dos de la tarde por las protestas. Un año después comentan que casi no hay clientes, pero no por las reyertas sino por los elevados costos de los productos, que muy pocos pueden pagar.
“Aquí se metieron varias veces para agarrar los refrescos, todo eso, prácticamente todos los días cerrábamos a la 1:00 p. m., a las 2:00 p. m. Las ventas han caído porque todo está muy caro, los clientes muy poco compran”, señala Larry Méndez.
En más de una ocasión los empleados manifestaron que tuvieron que ocultarse dentro del establecimiento para protegerse de las piedras y las botellas que lanzaban. En una oportunidad, recuerdan, uno de los suyos fue amenazado con golpes si no entregaba la mercancía.
Una calle después un restaurante luce prácticamente vacío. Pese a que son casi las 12 del mediodía, los comensales aparentemente no llegarán. Allí un tequeño cuesta 75.000 bolívares, el menú ejecutivo, hamburguesas y sopas superan los Bs. 400.000, más del salario mínimo. Al preguntarle a la cajera del lugar cómo fueron los días de manifestaciones para ella, se lleva las manos a la cara y dice: «horribles, esos días fueron horribles» y coincide con los comercios anteriores, también cerraban entre la una y las dos de la tarde.
En un año la inflación alcanzó cifras históricas, la más alta de América Latina, la escasez y las fiscalizaciones también fueron protagonistas en 2017, así como protestas por bolsas Clap y perniles, los pacientes renales también alzaron la voz para denunciar que sus vidas estaban en riesgo, la lista de presos políticos fue engrosada en los últimos meses y la pobreza y la miseria colman las calles de Caracas como lo hicieron los gases lacrimógenos por más de 120 días. Las protestas se pararon pero el país siguió en -resistencia-.
En noviembre de 2017 la presidenta de Consecomercio, María Carolina Uzcátegui, alertaba que cerca del 45% de los comercios del país no estaban en capacidad de abrir nuevamente. En ese sentido, sostenía que para este 2018 el panorama sería más complicado debido se acumulan cuatro años de caída del producto interno bruto (PIB).
En la actualidad Venezuela tiene 3.800 industrias, cuando debería contar con una por cada mil habitantes, es decir unas 300.000 industrias, según datos revelados por el economista José Guerra.
Hasta los guardias saquearon
Lo que en un primer momento pareció un saqueo terminó siendo un vulgar robo. “Robaron a todos los locales en el centro comercial Cristalar (Las Salias). Se presume que fueron los mismos uniformados quienes propiciaron todo para que los colectivos desvalijaran los comercios. Al menos eso dijo la policía y algunos vecinos”.
Gustavo M., propietario de uno de los comercios afectados, recuerda el hecho con un dejo pesado en la voz y no es para menos. En aquel momento, las pérdidas para su empresa especializada en materiales de uso industrial fueron casi totales: unos mil millones de bolívares, alrededor de 182.000 dólares para el cambio del momento (unos 5.500 bolívares por dólar promedio).
“Se llevaron todo lo que encontraron en la oficina: desde las computadoras de última generación hasta materiales muy sofisticados… Lo cargaron un camión y una pick-up de la compañía”, recuerda, señalando que los vehículos fueron localizados 48 horas después en Los Teques. “¿Cómo pudieron pasar los fuertes controles militares sino era con complicidad de los uniformados?”, se pregunta.
Casi al borde de la bancarrota, para los socios no hubo otra solución: debieron liquidar a los 20 empleados de la compañía, para lo cual debieron vender equipos de oficina que sobrevivieron y los camiones de la flota con la cual surtía a clientes de todo el país.
Para colmo, el seguro apenas respondió a finales de noviembre, utilizando como matriz de cálculo el costo de compra de los insumos sustraído, lo que significó un incremento de las pérdidas totales si se toma en cuenta que para ese momento el dólar ya superaba los 85.000 bolívares.
Con los socios y un único trabajador encargado de las ventas, el negocio subsiste gracias a la inversión de lo recabado por la venta de activos. «Hemos podido sobrevivir pero no somos nada parecido a lo que fuimos, que tuvimos más de mil clientes en todo el país», acota el propietario de un negocio que vivió el otro lado de las protestas.