Abracemos como nuestra la causa de las universidades venezolanas, por Griselda Reyes
Twitter: @griseldareyesq
La «revolución» bolivariana jamás ha priorizado la educación plural y autónoma. Aunque lo correcto sería decir que la “revolución”, a secas, nunca ha priorizado la educación en alguno de sus niveles. No les interesa. Se hacen llamar bolivarianos, pero difaman el pensamiento de quien creyó a pies juntillas en la formación del ciudadano para superar la pobreza que reinaba en Venezuela, tras devastadoras batallas que nos dieron la independencia.
“Un ser sin estudios es un ser incompleto”, decía Simón Bolívar. Y es que, a fin de cuentas, el único activo que nos pertenece y que nadie nos puede arrebatar son los estudios, independientemente de la profesión u oficio que hayamos abrazado.
Pero la revolución chavista, en apenas dos décadas, arrasó con el sistema de educación, especialmente el de Educación Superior, porque no le han podido echar mano. Las universidades públicas llevan años luchando por presupuestos justos. Sin embargo, la lucha fue en vano, pues quienes han encabezado sendos gobiernos chavistas hicieron poco o nada por estimular la educación universitaria en Venezuela, más allá de aupar a sus propias casas de estudios donde la independencia de pensamiento no existe, ni siquiera como premisa.
A los paupérrimos presupuestos que año tras año asignan a la alma mater del país –que no alcanzan siquiera para sostener los campus universitarios–, hoy se suma una atroz realidad: los miserables sueldos y salarios que perciben nuestros profesores se conjugan con una crisis generalizada que los tiene muriendo de hambre en cámara lenta.
Casi a diario me tropiezo en la calle con jubilados o pensionados del sector universitario, o leo a profesores activos en las redes sociales, apelando a la misericordia de los demás para comprar un par de zapatos o una simple pastilla para la tensión. O peor aún, pidiendo colaboración para cubrir los gastos del sepelio de algún colega. ¿Por qué llegamos a esto?
Estamos frente a un modelo que no quiere a gente pensante, que con premeditación y alevosía viene trabajando para ahogar a las universidades, el mismo que fue pionero y ejemplo de Latinoamérica. Y si no abrazamos como nuestra esta causa, lamentablemente presenciaremos el cierre técnico de las universidades autónomas; y nos tocará enfrentar las gravísimas consecuencias que ello traería para el desarrollo del país.
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Una clara evidencia de esto es que la partida presupuestaria establecida en la Ley de Presupuesto de 2022 para el sector universitario nacional no supera 3% de los fondos mínimos requeridos para el ejercicio del año en curso.
Esta indolencia gubernamental está reflejada en imágenes desgarradoras de nuestras universidades cayéndose a pedazos –incluida la Ciudad Universitaria de la UCV, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco– frente a la inacción de un Gobierno que dilapidó la mayor bonanza petrolera de los últimos tiempos; y cuya respuesta, según la propia comunidad universitaria, son pañitos de agua caliente que no terminan de solucionar la terrible crisis de infraestructura.
Las universidades se nos caen a pedazos. Sí, y es profundamente grave. Pero para mí es mucho más terrible que nuestros profesores, promotores permanentes del conocimiento y del saber, vivan penurias hasta entonces inimaginables.
Según datos del Observatorio de Universidades, Venezuela es el país que tiene el menor ingreso salarial para los profesionales de la educación superior, ubicándolos en los estándares internacionales, en situación de pobreza extrema.
Mientras la educación superior en América Latina y el resto del mundo se adaptan a las nuevas tecnologías y metodologías para el trabajo frente a los duros tiempos de pandemia, nuestros docentes no tienen ni cómo hacer mercado.
Entonces mucho menos pueden pensar en dotarse de equipos tecnológicos que los ubiquen en el mundo del teletrabajo. Son hombres y mujeres que, en lugar de estar investigando o capacitándose para obtener las herramientas necesarias para afrontar los cambios que genera la revolución tecnológica, se ven obligados a protestar por las condiciones a las que los someten.
Para mí, es una total vergüenza esta situación que ha sido reflejada por la prensa internacional como «Profesores en la indigencia». Sobre esto, importantes diarios del mundo han dicho que «en medio de una recuperación económica desigual, los docentes universitarios son los peor remunerados de la región. Reciben entre tres y 20 dólares al mes y sobreviven empobrecidos por la voraz pérdida de valor del bolívar».
En paralelo, también están nuestros jóvenes reclamando en la calle la desfachatez de un gobierno que asigna más fondos para el mantenimiento de Venezolana de Televisión (VTV) y demás medios del órgano de propaganda roja, que para garantizar la educación de la generación de relevo.
Lo más duro de todo esto es que, quienes hoy son Gobierno, fueron los líderes universitarios de otrora, jóvenes que lideraron movimientos universitarios contra la democracia que –mal que bien– se ocupaba de cubrir los gastos de sus presupuestos. Hoy, esos “cabeza caliente” que se batían en “Tierra de nadie” con los cuerpos de seguridad del Estado, guardan un silencio sepulcral, cómplice, frente a una política deplorable de abandono a las fuentes de sabiduría del país.
Arreglar el reloj de la Ciudad Universitaria –trabajo en el que intervinieron egresados y miembros del Consejo de Preservación y Desarrollo de la UCV– o pintar tres o cuatro salones de la Universidad de Oriente, o simplemente desmalezar jardines de la Universidad de Los Andes, no es suficiente.
Venezuela reclama una política seria e integral de recuperación del sistema universitario nacional donde la prioridad sea nuestro profesorado, personal de investigación, personal técnico, administrativo y obrero. Pero también reclama que se abra un debate nacional sobre la sostenibilidad de nuestras casas de estudios superiores, sin que ello afecte la calidad de la formación, para que de sus pasillos sigan egresando profesionales que den luz en medio de tanta oscuridad.
Grisela Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas.
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