¡Abramos las ventanas!, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Twitter: @Gvillasmil99
Me parezco al que llevaba un ladrillo consigo
para mostrar al mundo como había sido su casa.
Bertolt Brecht
Nunca fueron tan difíciles los tiempos para la medicina venezolana como estos. Dos siglos y medio de construcción histórica terminaron coronados, entre otros, con el desmontaje de sus grandes instituciones, el fracaso de sus programas más emblemáticos, la degradación de su ejercicio y la expulsión 30 mil de sus mejores talentos hoy en la diáspora. Agreguemos a ello la contemplación cotidiana de graves deformaciones de la moral médica al amparo de la anomia en la que vivimos.
Un mercadeo que raya en la indecencia ha llenado Caracas de vallas publicitarias en las que se ofrecen cirugías y otros procedimientos como si se tratara de gaseosas o electrodomésticos. Silencio total. Nadie dice nada. Un cirujano plástico exhibe a su paciente como si fuera un «producto» y otro más allá nos insinúa ser capaz de operar aquí y controlar la evolución del caso desde alguna capital del Caribe: porque ahora ¡hasta ubicuos son los tipos! Una novísima clínica privada ofrece actos médicos como si fueran «combos» y en las redes sociales, un equipo quirúrgico en pleno realiza una coreografía en plena sala de operaciones.
En Instagram, una joven y atractiva especialista destaca más por su escote que por sus credenciales profesionales y en otro, un colega cuelga «reels» con chistes de marcado contenido sexual en los que hace públicas expresiones que, en todo caso, corresponden única y exclusivamente a su ámbito más personal y privado. Pero nadie dice nada. Así estamos.
Es la afrenta cotidiana a nuestra deontología, reducida hoy al triste papel de bolita de naftalina que en algo salve a una moral médica apolillada por el espíritu de estos «tiempos líquidos». Tiempos en los que – la profesión médica incluida– todo adquiere necesariamente la forma del recipiente que lo contiene. Y nadie dice nada. Todo pasa insensiblemente – «fluye», como dicen ahora– ante la mirada impávida de quienes están llamados a servir de custodios de un acervo que, como el de la medicina venezolana, nos fue dado para preservarlo y no para abusarlo, porque le pertenece a la venezolanidad. Es tiempo entonces de abrir ventanas de la gran casa médica venezolana: la de sus organizaciones gremiales, su subsector privado, sus facultades y escuelas y sus sociedades científicas. ¡Que se abran sus ventanas!
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Que las abran las organizaciones gremiales. Vueltas sobre sí mismas desde hace años, perdieron todo contacto con generaciones médicas enteras a las que solo conocen en fotografías, bien sea por el requisito de ley que las obliga a la colegiación para poder ejercer o por el de la solicitud de baja gremial que en algunos países se exige al médico que emigra para poderse colegiar. Encerradas en sus viejas lógicas, hastiadas de sí, hace mucho que se secaron en el afecto del médico venezolano. No dudo que haya excepciones, pero la norma es desoladora.
Que las abran también sus instituciones privadas. A pesar de nuestra tragedia sanitaria nacional, en ellas aún se reúnen no solo lo mejor de la capacidad sanitaria instalada en Venezuela. sino también, en no pocos casos, los últimos grandes referentes que en distintas especialidades aún permanecen en el país.
Pero entender el papel histórico al que están llamadas en momentos en los que el estado nacional ha abandonado a su suerte al venezolano enfermo, identificando fortalezas y oportunidades en aspectos tan diversos como la educación médica continua, la investigación o la atención de casos de alta complejidad, pasa porque cesen en el seno de muchas las clásicas disputas de cafetín que distraen energías y capacidades necesarias en tareas más sustantivas.
Que hagan lo propio sus facultades y escuelas, hoy más dedicadas a sobrevivir que a dibujar el futuro al que tenemos derecho. Alegar que se viven dificultades no puede seguir siendo argumento frente a un país en el que más del 90 por ciento de sus ciudadanos tiene problemas serios para comer. ¡La pena de muchos no puede servir de consuelo a las élites médicas frente al país que les reclama! Se está llamando a renovar autoridades en la más antigua de todas nuestras facultades médicas, la de la UCV.
Mucho más que un jefe de estudios o que un buen conserje, nuestra Facultad necesita un liderazgo académico sólido y capaz de hablarle de frente a un país desconcertado. ¡Que no se pierda tan brillante oportunidad para mandar, desde la querida facultad decretada por Bolívar y por Vargas, un mensaje fuerte y claro a una Venezuela médica cuyas bases, en más de dos décadas de horror –los de pandemia incluidos–, no le ha fallado ni un solo día al país al que se deben!
Y lo mismo les sea dicho a las sociedades científicas médicas, muy especialmente a las que con toda justicia pueden exhibir pergaminos que las acrediten como históricas. No podemos reivindicar más a una ciencia sin conciencia. ¡Que en cada congreso anual, que en cada jornada o coloquio, el «caso» a discutir sea Venezuela y que en sus ponencias se debata sobre sus dramas! Porque la hora actual no está para cientificismos que, en nombre de un quehacer médico «químicamente puro» y pacato, miren de soslayo la tragedia de un país en el que la esperanza de vida al nacer retrocedió casi cuatro años desde 2015.
¡Abramos entonces las ventanas de la casa médica venezolana! Para que a ella entren los ruidos, los clamores y las esperanzas del país real, ese en el que los médicos venezolanos y sus pacientes comparten cotidianamente su común infortunio. Porque no hay camarotes de primera o de segunda en un barco que se viene a pique como el nuestro. Porque a legos y a doctores se nos ha ido la vida luchando contra esto. Porque abrazados los unos con los otros fuimos todos a enterrar al colega que tributó la propia vida en la lucha contra la pandemia. Porque en pueblos y ciudades hemos «llevado palo» juntos en la lucha por una sanidad decente para todos. Y porque el país se nos deshizo entre las manos y no nos resignamos a ir por el mundo llevando bajo el brazo el ladrillo que quedó de la que fuera nuestra casa, como aquel trágico personaje de Bertolt Brecht. Por todo ello, ¡abramos las ventanas!
Hagamos de este 10 de marzo, natalicio del gran José María Vargas, una fecha propicia, no para ir a llevarle otra vez flores muertas al pie de su estatua, sino para convocarnos a abrir de par en par las ventanas de la medicina venezolana, ejerciendo una defensa irrestricta de sus instituciones, de su historia llena de magnanimidad, de su nobleza y de sus grandes valores. Como el recordado “Papa Bueno” San Juan XXIII lo hiciera con las de la Santa Madre Iglesia al llamar al Concilio Vaticano II, ¡abramos las ventanas!
Ya es tiempo de volver a ser lo que fuimos. ¡Y que entre la luz de vuelta en la nuestra, la gran casa médica venezolana!
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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