Abrirnos a la autenticidad, por Víctor Corcoba Herrero
Autor: Víctor Corcoba Herrero
“Intento comprender la verdad, aunque esto comprometa mi ideología”.
Graham Greene (1904-1991). Novelista británico.
Cualquier momento es saludable para intensificar nuestras salas interiores de silencios reflexivos, máxime en un tiempo en el que los lenguajes se confunden y las atmósferas se acrecientan de engaños. La muestra la tenemos en la propagación de noticias malévolas a través de las redes sociales. Por eso, es importante volver al corazón, abrir los ojos para poder acoger lo auténtico y desechar lo falso, esa dimensión superficial y efímera que no deja lugar al verdadero amor e impide la paz.
Nuestra propia historia puede darnos claves esperanzadoras, pero también crueldades que debemos evitar. Así, la trata transatlántica de esclavos, una práctica legalmente sancionada y profundamente vergonzosa, fue en tiempos pasados el mayor movimiento forzado de personas en la historia de la humanidad; pero hoy también lo es, aún seguimos comercializando con personas de manera tácita o expresa. Algo verdaderamente tremendo que cuesta entender, pues aunque hemos avanzado en algunos logros, como el caso de los afrodescendientes, todavía urge reivindicar en el planeta la defensa de la dignidad de cada ser humano; no en vano, la Organización Mundial de la Salud (OMS), acaba de explicar que la tuberculosis es endémica en aquellas poblaciones donde los derechos humanos y la decencia se encuentran limitados.
Hemos de dignificarnos colectivamente, sin miedo, ni temores. Ya está bien de tantos usureros en camino, del aluvión de charlatanes de inventivas acosándonos, viviendo de la política a cuerpo de rey. Hacen falta en el mundo otros guías, con capacidad verdaderamente de servicio, de entrega incondicional a su pueblo. Nadie puede adoptar el gobierno de nadie como profesión y seguir siendo honesto. La indecencia nos está dejando sin alma. Y esto es grave, gravísimo, ya que corremos el riesgo de convertirnos en verdaderos lobos de nosotros mismos. Por tanto, despertemos, no importan los encantadores de serpientes, si es cierto que asentamos esa dimensión internacional aglutinadora, capaz de acorralar y de poner en entredicho la ineficacia de algunos dirigentes. No olvidemos que tras el resultado de esta ineptitud, corrupción y falta de honestidad, permanecen los golpes que nos roban hasta las sonrisas.
Pongamos por caso, aquellos gobiernos que pretenden actuar desde la ilegalidad, sin importarles lo que fue aprobado por la voluntad general de la ciudadanía. Tal es el caso de algunos líderes catalanes en España, acusados de los delitos de rebelión, sedición y malversación, intentando dividir la indisoluble unidad de la Nación española, descuartizando el espíritu constitucionalista democrático y de derecho, pensando que desde su pedestal político pueden burlarse de todo y de todos, hasta de la justicia. Muy mal. Gobernar no es poder, sino servir y hacerlo, desde la humildad, ejemplarmente.
Ante esta realidad que nos deja entristecidos y bajos de moral, hay que sublevarse. Un liderazgo fuerte que apoye la democracia, mejore la sociedad, empodere a las mujeres y mantenga el espíritu solidario, son condiciones que preservan la estabilidad y la alianza. Lo sabemos, pero las situaciones a veces son bien distintas, proseguimos con el bochorno panorama de pisotear siempre al débil.
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Por desgracia, nos hemos globalizado sin esencia, enraizándonos en la persistente mentira, en la debilidad del estado de derecho y en la insuficiencia en cuanto a la distribución de los fondos públicos. Mal que nos pese, continuamos cargándonos el estado social y democrático de derecho, al que tanto solemos acudir de palabra, que no de acción, sólo hay que ver el espíritu de la familia humana, cada día más desolado, más hambriento de amor, con menos respetos a sus innatos derechos naturales.
¿Habrá penuria mayor que denegar el acceso humanitario y utilizar el hambre como un método de guerra? De ahí, lo trascendente que es serenarse frente a un mundo cada día más violento, con una mentalidad egoísta y mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente y a no preocuparse de lo efectivamente substancial, a pesar de haber una sed de ecuanimidad y de quietud muy acusada e intensa.
Ojala aprendamos a asumir responsabilidades y a reconocernos libres en ese compromiso. Nos hace falta para poder avanzar hacia ese mundo más justo, y por ende, más humano. En consecuencia, junto a este grado de humanidad responsable, también necesitamos gobiernos comprometidos con acciones concretas para poner concordia y hacer comunidad. No olvidemos que dos tercios de la población con hambre en el mundo viven en países en conflicto. Por tanto, es necesario recuperar ese espíritu armónico, con la plenitud del significado que esto trae consigo, reflejado en la coherencia entre palabras y hechos, con la consabida generosidad evidente en el adeudo con el bien colectivo.
Además, fuera armas. Dejemos de fabricarlas, en su lugar pongamos plegarias de vida. Vuelvan los abrazos a tomar conciencia de nuestra grandeza viviente. Todo se defiende con el raciocinio. De lo contrario es volver a la barbarie más salvaje. Sea como fuere, tracemos el propósito de la corrección. De humanos es corregirse y enmendarse. Pongámonos en disposición. Vamos a cambiar el mundo desde otra dinámica más auténtica, de menos lavarse las manos o mirar hacia otro lado, de más proximidad hacia nuestros semejantes. Esto nos ayudará al encuentro que es lo que en realidad nos esperanza, contrarrestando ese marco de tensiones mundiales que el ciberespacio nos traslada a diario de manera permanente por todo el planeta.
No hay otro modo de parar esto que el diálogo sincero, con el respeto a toda vida, sabiendo que las controversias sólo pueden dirimirse con la comprensión. Intentar comprender a cada uno desde su singularidad puede ser la mejor acción primera, puesto que no somos personajes trágicos, sino puros latidos en busca de una eternidad gozosa