Accidente en la vía, por Marcial Fonseca
Aparcó su carro en el puesto de visitantes frente al edificio en vez de en su puesto asignado en el sótano 1 de la Oficina Principal, no quería calarse la cola de la hora de salida; hoy sería su último día de trabajo antes de sus vacaciones y mañana emprendería viaje directo al chalet que había alquilado para pasar una semana completamente aislada. Ya había seleccionado las películas que vería, así como el libro que estaba a la espera de ser leído.
Se despidió de su jefe, luego exhibió su cuerpo por el pasillo mientras que con una mano decía adiós y lanzaba besos al aire; los hombres se asomaban solamente para admirar ese monumento caminando por la pasarela, que es lo que era el pasillo cada vez que ella lo recorría.
Llegó a su apartamento. El desorden que había en él era debido a la selección que haría de todo lo que necesitaba para sus ansiadas vacaciones.
Se tomó un copa de vino tinto, acomodó las cosas y se fue a dormir.
Bien temprano ya estaba lista para la salida. La autopista estaba solitaria, por ello le gustaba viajar de madrugada, luego la abandonó y tomó una carretera de apenas dos canales que la conduciría a la propiedad que había alquilado.
Se entretuvo admirando el paisaje. Ya estaba cerca, lo supo porque vio una hermosa vivienda a su derecha, la que buscaba estaba a la izquierda. Prestó mayor atención a la vía; sin embargo, un animal se le atravesó y la maniobra para esquivarlo hizo que perdiera el control y se estrelló contra un árbol; la bolsa de aire funcionó, aun así ella perdió el conocimiento. Los golpes en la cabeza y en el hombro izquierdo fueron muy fuertes.
Lentamente empezó a recobrarse; pero sentía que no estaba ni mallugada ni en una posición incómoda a pesar de estar en un vehículo estrellado; y era que no lo estaba, ella descansaba en una cama en una habitación con poca luz.
—Hola —era una voz masculina—, señora, usted tuvo un accidente, yo la traje para mi cabaña, ¿cómo se siente?
—Hola, me siento bien, y mucha gracias. ¿Cuánto tiempo tengo aquí?
—Tres días, señora.
—Me llamo Susana, no me diga señora.
—Está bien, Susana; mi nombre es Rubén. Se llevó un buen golpe en el hombro izquierdo y en la cabeza; pero creo que ya está mucho mejor.
—Mire, Rubén, ¿quién lo ayudo a cuidarme?
—Nadie, esto es muy solo por aquí, todo lo hice yo —ella sintió vergüenza; se sentía bien y se olisqueó a sí misma; claramente estaba muy aseada, así que él atendió sus necesidades básicas. Se ruborizó y se preguntó si no habría abusado de ella.
—Quiero ir al baño.
—Con cuidado, levántese, en esa puerta a la derecha, ahí tiene paños limpios y jabón.
—Gracias.
Se fue al baño, ya adentro, se revisó, no se sintió ni violada ni usada; aunque reconocía que el examen era muy somero; de todas manera, en la primera oportunidad se haría examinar. Regresó a su cama.
Dos días después, luego de contactar a una amiga que la vino a buscar, que de paso trajo una grúa para llevarse el vehículo, partió para su apartamento. Por lo que le pasó o por lo que no le pasó, una vez en la ciudad contactó a su ginecóloga. Esta la examinó, le dijo que no había laceraciones o huellas de irritación que indicaran que habían abusado de ella.
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—¿Estás segura?
—Claro, ¿pero por qué tienes que estar violada?
—Coño, porque me tuvo a su disposición varios días, y yo estaba inconsciente. Con el accidente, los esfínteres debieron habérseme relajados, así que tuvo que haberme limpiado y lavado mis partes pudendas; fueron tres días jurungándome. Por cierto, lo único que siento allá abajo es un leve prurito.
—Bueno, no hay huella de violencia. Lo único que llama la atención es lo bien cuidado que tienes tu línea del bikini; muy bien hecha, muy bien delimitada, muy bien partida y en forma de corazón.
—¿Cómo?; muy bien hecha, sí; pero era triangular; no en forma de corazón…
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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