Acción Democrática, Leonardo y Alberto, por Américo Martín
Twitter: @AmericoMartin
El 7 de diciembre, a menos de un mes del derrocamiento de Gallegos, la Junta Militar decreta la disolución de AD. Al día siguiente el CEN de ese partido publica un manifiesto anunciando el inicio de la resistencia contra la dictadura militar. Si Delgado esperó alcanzar con el decreto un estado de paz resignada, el texto del manifiesto de AD debió preocuparlo.
Él no era hombre de combate ni dado a los extremos, pero se encontraba con un enemigo dispuesto a pelear hasta el fin, al costo que fuera. Sus rasgos personales no se avenían con la mayor disposición de sus dos compañeros de Junta a extremarla represión. No se necesitaba ser especialmente sagaz para entrever una enconada lucha por el poder entre “los tres cochinitos”, como una vez los denominó un reportero de El Nacional. Pagó por eso. Y también pagó el diario de Miguel Otero.
El fallecido mandatario –según supe luego– aparentemente le tenía afecto a Pérez Jiménez, quien a su vez decía guardarle admiración y cariño, pero no cabe duda que, con mirada florentina, Delgado lo calibraba bien, así como a su logia, la Unión Patriótica Militar. Calibraba y temía lo que pudieran hacer desde el poder sin una fuerza moderadora, en este caso la encarnada en él. En la realidad profunda desconfiaba de Pérez Jiménez al punto de haberlo excluido de la lista de tres militares que conformarían la Junta con la mayoría civil de AD, aprovechando que el otro fue el primer detenido por el gobierno de Medina.
No sé si semejante conjetura sea válida, pero podría explicar sin hipérboles varias de sus indecisiones. No dejaba de valerse de la intriga: tal vez por habérselo insinuado Delgado, Pérez Jiménez siempre creyó que el autor de la maniobra había sido Betancourt. No faltó quien atribuyera a eso el odio del militar tachirense hacia el civil guatireño.
Por su manera de ser, Gallegos no abundó en la traición de su amigo y subalterno. Habló poco del tema y prefirió adoptar un silencio despreciativo. En cambio, sin ser vengativo ni especialmente rencoroso, Betancourt no era nada comedido con sus enemigos políticos. Era un líder de garra, atento a las situaciones ante las cuales siempre tenía respuestas.
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Años después, estando yo preso, con mis cicatrices guerreras bajo el gobierno del presidente Leoni, y en la tranquilidad que se me daba, leí completos y fiché una buena cantidad de libros, entre los cuales menciono ahora los tres tomos de El Capital y la imprescindible obra escrita por Betancourt en el exilio, Venezuela, Política y Petróleo. He perdido no pocas de las fichas que con tanto entusiasmo escribí, pero guardo otras. Sobre ellas vuelvo ocasionalmente. Me han ayudado a documentar los libros que iré produciendo, además de algunas partes de estas Memorias.
En el lugar donde se refiere a Delgado, dice Rómulo:
-Mientras Miraflores era una marmita en ebullición, Delgado Chalbaud se había quedado dormido, con la taza de café vertida sobre el uniforme y la mandíbula inferior caída sobre el pecho. Esa noche se reveló como un hombre cuyos nervios se quebraban. Le faltaba el combustible de una gran pasión.
Más adelante, al aludir al golpe contra Gallegos, escribe:
– Entre Delgado Chalbaud y Pérez Jiménez había dos zonas de coincidencia obvia: la ausencia en ambos de escrúpulos morales y la irritada mala voluntad hacia el pueblo.
Alguien, no recuerdo quién, me contó lo ocurrido con los militares golpistas a la hora de escoger el presidente de la Junta. El cuento sería, probablemente, una fantasía nacida del desconocimiento de los pormenores, que nadie ha tenido especial interés en precisar. Con todo, aparte de cuánta verdad o mentira soporte, da cuenta aproximada del carácter de Delgado, Pérez Jiménez y Llovera Páez. Redactada el acta, el secretario –¿Miguel Moreno?– la pone a disposición de los tres caballeros. En seguida Delgado se adelanta, toma la pluma y pregunta: ¿Dónde firma el presidente? Los otros dos, cogidos de sorpresa, firmaron más abajo. El presidente fue, pues, Delgado, pero la fuerza militar real la detentaba Pérez Jiménez.
Si no es Leonardo es Alberto
El espectáculo debe continuar. Alberto Carnevali suple la ausencia absoluta de Leonardo. Impresionado por los daños ocasionados al partido por la política “de inmediato retorno”, intenta una rectificación. Quiere dar un golpe de timón, desplazando el eje de la estrategia del lugar en que se encontraba y pone de relieve algo más ajustado a la realidad: ya no será más una cuestión de golpes audaces por muy justos que parezcan sus objetivos. La salida ha de ser unitaria y de masas, no por la vía pacífica sino mediante la rebelión. La mecha de combustión rápida, cambiada por una mecha de combustión lenta.
Carnevali honra sus reflexiones políticas. Cuando habla de unidad es unidad. Teniendo muy presente la necesidad de no hacer recaer la resistencia sobre los exclusivos hombros de AD, hace contacto con Copei y URD a fin de preparar una primera declaración conjunta. De seguidas propone a esos partidos la incorporación también del PCV como firmante del documento.
Carnevali no acusa, hace un mea culpa. Ha rectificado casi al tiempo en que lo hace Betancourt en el exilio. Rómulo y Alberto habían aprobado vehementemente varios de los golpes más resonantes organizados con valor y riesgo infinitos por el CEN de Leonardo y Alberto y por el Comité Coordinador de Costa Rica liderado por Betancourt, cuya participación en varias de las acciones fue intensa, pese a la distancia. En un memorándum del 28 de septiembre de 1951 incluido en su Antología política, y publicada en 2003, puedo leer en obra de Gumersindo Rodríguez la opinión de Rómulo Betancourt:
-Hasta ahora cuento con ofrecimientos de un mil rifles modernos y ciento cincuenta mil proyectiles. Aspiro a duplicar esa cifra por gestiones que adelanto afanosamente.
El plan del jefe de AD incluía su participación personal en un desembarco, previo trasbordo en alguna isla vecina del litoral de oriente. Pero esa operación fue abortada el 12 de octubre de 1951. El trasfondo del llamado a la abstención era el golpe que se preparaba con gran pasión. El resultado es la muerte de Leonardo y la rectificación de Betancourt y Carnevali. Aunque los afectos y pasiones de la política son muchas veces inescrutables, el viraje propiciado por ellos allanó posiblemente la diferencia que pudo haber entre Rómulo y Alberto.
En el informe presentado por Betancourt a la IX Convención de AD, la primera en reunirse a escasos meses de la caída de Pérez Jiménez y la primera a la que asistí como delegado, quedaría definida su valoración de la índole de Carnevali, borrados para siempre los malos momentos que hacia 1948 pudieron perjudicar la relación entre los dos. Desde luego, si eso no fuera una típica fantasía de las angustias clandestinas. Comentaré el importante informe de Betancourt cuando lleguemos allá, pero me adelanto a mencionar la forma como se refirió a Carnevali en 1958, a propósito del viraje anunciado por Alberto cinco años antes, cuando su destino estaba escrito.
-Se llevó a la tumba –dirá Betancourt– su gran secreto de estadista y estratega revolucionario.
Américo Martín es abogado y escritor.
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