Acerca de los quilombos de «Améfrica», por Fabricio Pereira da Silva
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En los últimos tiempos, a partir de las recientes movilizaciones antirracistas en los Estados Unidos y en países latinoamericanos, ha habido un fortalecimiento de los movimientos negros y feministas en Brasil y otras partes de la América llamada «latina», así como la reanudación del debate sobre la raza. En este marco, ha habido un resurgimiento del interés por ideas y teorías del pasado, como las desarrolladas por autores como Abdias Nascimento y Lélia Gonzalez. Las ideas de ambos intelectuales brasileños innovaron el pensamiento sobre los negros en la diáspora y la «interseccionalidad», particularmente las ideas de «quilombismo» (de Nascimento) y «amefricanidad» (de Gonzalez), que reclaman un lugar destacado en la teoría crítica producida en el Sur Global.
Los quilombos como espacios de resistencia
Abdias Nascimento (1914-2011) fundó el Teatro Experimental do Negro en 1944 e introdujo el movimiento de la negritud en Brasil. Fue profesor en universidades de Estados Unidos y Nigeria, participó en la fundación del Movimiento Negro Unificado en 1978, fue diputado federal y senador, y también fue escritor, artista plástico y actor. Su obra Quilombismo: documentos de una militancia panafricanista, publicada en 1980, recibió una nueva edición en 2019. En este y otros trabajos, Nascimento abordó la necesidad histórica de resistencia del negro de la diáspora en las Américas.
De ahí deriva la tradición de los quilombos: un esfuerzo por rescatar la libertad y la dignidad a través de la fuga del cautiverio y la organización de una sociedad libre. Los quilombos fueron comunidades rurales formadas por esclavos en fuga del cautiverio, donde ellos se refugiaban y buscaban resistir a los intentos de captura.
Recibieron ese nombre en Brasil, pero en otras partes de América fenómenos semejantes se hicieron conocidos como «cimarrones», «palenques» y «maroons». La formación de quilombos se convirtió en un movimiento general y permanente, incluso después de la abolición de la esclavitud. Pero, para Nascimento, la noción de «quilombo» iba mucho más allá de los quilombos históricos y de los que aún sobreviven: era una metáfora de todos los espacios de resistencia y sociabilidad negra.
En consecuencia, el «quilombismo» trasciende la existencia física de los quilombos. También estaría en modelos de organización más o menos tolerados: en las cofradías católicas de negros, en expresiones sincréticas como el candomblé, en las sociedades deportivas, en las cajas de ayuda mutua o en instituciones culturales como las escuelas de samba.
Independientemente de su función declarada, todos estos espacios desempeñaron y desempeñan un papel en el mantenimiento de la comunidad africana como espacios de resistencia. Todas estas actividades constituirían una unidad, una práctica de liberación, haciendo del negro un agente de su propia historia.
Para Nascimento, allí es donde la «comunidad» sería el elemento central. Se trataría de un patrimonio histórico y psicosocial del negro-africano, arraigado en su historia, su cultura, su experiencia. Haciéndose eco de las ideas del movimiento de la negritud, el autor apostó por la «reinvención de un modo de vida afrobrasileño basado en su experiencia histórica, en el uso del conocimiento crítico e inventivo de sus instituciones maltratadas por el colonialismo y el racismo».
En su obra hay un esfuerzo deliberado por reflexionar sobre Brasil partiendo del negro y por producir conceptos originales. Hay una clara intención de superar la colonización mental eurocéntrica y sustituirla por la «liberación quilombista».
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El africano esclavizado trajo a Brasil (y a las Américas) el carácter comunal de la organización socioeconómica que existía en África y lo reprodujo aquí. El quilombismo constituiría así una alternativa al capitalismo: no era un proyecto del pasado, sino del futuro.
Hay en la obra de Nascimento también una clara noción de «colonialismo interno»: el Estado colonial portugués, y posteriormente el brasileño, habría asumido un carácter terrorista e ilegítimo en relación con los negros. Su intención era eliminarlos, mediante el genocidio que Nascimento analiza en su otra obra fundamental, O genocídio do negro brasileiro (1977). Ese Estado genocida debería entonces ser sustituido por un «Estado Nacional Quilombista», a través de una «revolución quilombista», para «asegurar una vida sana para los niños, las mujeres y los hombres, los animales, las criaturas marinas, las plantas, las selvas, las rocas y todas las manifestaciones de la naturaleza».
«Améfrica» para las «amefricanas»
Las reflexiones de Lélia Gonzalez (1935-1994), historiadora, antropóloga, activista negra y feminista, aportan originalidad al pensamiento negro y feminista. A finales del 2020 se publicó Por un feminismo afrolatinoamericano, reuniendo las principales obras de la autora. En ellas, Gonzalez aborda el eurocentrismo y el neocolonialismo, la forma inferiorizada en que los colonizados se ven a sí mismos en relación con el colonizador. De esta manera, busca alternativas a la idea de «América Latina», en la que no caben los indígenas y los negros.
La «América de los latinos» se opone a la de los «anglosajones», pero ¿cuál sería el lugar de los no blancos en esta ecuación?
Si su destino ya no puede ser el cuestionado proyecto de disolución a través del mestizaje, ¿qué proponer como alternativa? Gonzalez sugiere una «Afroamérica» o «Améfrica».
Más allá de la cuestión racial, la autora reflexiona creativamente sobre el feminismo, proponiendo un feminismo que no es blanco, europeo, occidental sino afrolatinoamericano, para «amefricanas». Según Gonzalez, las amefricanas (al igual que las amerindias) son inicialmente conscientes de que sufren la opresión por su raza, para luego tomar conciencia de la discriminación de género.
La explotación de clase y la discriminación racial constituirían los elementos básicos de una lucha común a los hombres y mujeres de una etnia subordinada. Al fin y al cabo, la esclavitud negra fue vivida por hombres y mujeres, y «fue en el seno de la comunidad esclavizada donde se desarrollaron las formas político-culturales de resistencia que hoy nos permiten continuar una lucha multisecular por la liberación». El mismo argumento podría extenderse a las comunidades indígenas.
Para Gonzalez, esto explica la considerable presencia de amefricanas y amerindias en los movimientos étnicos. Pero esta participación les hizo tomar conciencia de la discriminación de género que sufren: «Nuestros compañeros de movimiento reproducen las prácticas sexistas del patriarcado dominante y tratan de excluirnos de los espacios de decisión del movimiento”.
Esto las llevó a buscar el movimiento feminista y sus teorías, «creyendo encontrar allí una solidaridad tan importante como la racial: la sororidad. Pero lo que efectivamente encontramos son prácticas de exclusión y dominación racista». Con ello se cerraba el ciclo: las opresiones de clase, raza y género se superponían. Gonzalez se anticipó así a los debates contemporáneos sobre interseccionalidad, patriarcado y sororidad.
La lectura de Abdias Nascimento y Lélia Gonzalez contribuye a la comprensión de las múltiples opresiones en un contexto periférico y aporta elementos para construir proyectos de emancipación que las superen.
Estas obras anticipan diversos debates y pueden contribuir a nuestra necesaria descolonización mental. Además, destaca su actualidad, especialmente en un contexto de regresión social y profundización del genocidio de la población negra e indígena brasileña.
Fabricio Pereira da Silva Profesor de Ciencia Política en la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (UNIRIO). Vicedirector de Wirapuru, Revista Latinoamericana de Estudios das Ideas. Postdoctorado en el Inst. de Est. Avanzados de la Univ. de Santiago de Chile.
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