Acto de fe, por Julio Túpac Cabello
Hay veces en las que creer tiene mérito. Hay veces, solo. En general, creer es un acto involuntario que, cuando se hace voluntario, en la mayoría de los casos se convierte en fundamentalismo, anula la razón y reproduce la intolerancia.
Pero cuando creer reta al poder, es fruto de la razón y crees aunque estés en desventaja, no necesariamente estés en lo cierto, quizás estés equivocado, pero de seguro se trata de un acto honesto.
Eso creo que hace Juan Guaidó. Creo, porque no lo conozco personalmente. No tengo certezas conductuales ni desde la experiencia que me hagan asegurar nada. Pero creo, porque creer es a veces una buena apuesta (a veces: a pesar de los románticos, Don Quijote vivió siempre en el infortunio, lo que pasa es que su locura le evitó sufrirlo)
Y lo digo porque estamos pasando por unas semanas, o meses más bien, de capa caída. El chavismo está acorralado institucionalmente, el mundo occidental lo considera ilegítimo y usurpador, su popularidad ha bajado drásticamente, pero siguen teniendo la fuerza para sostenerse en el poder más allá de cualquier institucionalidad, y aunque la gran mayoría de los venezolanos se entusiasmó febrilmente con el juramento de enero, las movilizaciones y el respaldo internacional, con el fallo del 23 de febrero, el tropiezo del 30 de abril y el paso del tiempo (ya estamos a junio), creer dejó de estar de moda.
El curso de la transformación parece estancado y las armas están de un solo lado. La dictadura apresa a activistas políticos, y también a diputados electos por la gente y a manos derechas del Presidente de la AN y Encargado de la Presidencia. Van en curso unas negociaciones en Noruega en las que todos quisiéramos creer pero al mismo tiempo todos sabemos el proceder desvergonzado del chavismo.
Los niños siguen muriendo de desnutrición. La ayuda que ha entrado apenas saluda la crisis humanitaria. La hiperinflación galopa. La gasolina se acaba. El desempleo cunde
Creer es un valiente desafío, porque es un acto de convicción y no un asunto de oportunidad. Y Juan Guaidó cree. Uno lo escucha hablar, lee sus tuits (es muy obvio cuando son de él y cuando son escritos por otro). Lo escucha en la AN. Y uno sabe que, aunque parezca sin vías claras, aunque parezca que no se sabe cómo va a cumplir lo que todos nos proponemos (cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres), él sigue creyendo.
En su lenguaje simple y estructurado, con sus ideas expuestas, en mensajes de WhatsApp, llamando a la calle, viajando al interior, buscando a su esposa en el aeropuerto, viviendo en la clandestinidad, con el riesgo de ser apresado.
Cree.
Y uno tiene la impresión de que cuando se cree así, la creencia suele ser más fuerte que lo que la realidad ofrece para hacerse realidad, por lo que termina encontrando la manera de llegar.
Porque creer es fácil cuando el camino está dado. Difícil es creer cuando todo luce cuesta arriba.
Eso creo yo. Aunque creer, ya se sabe, es un acto de fe. Pero justo de eso es de lo que se trata.