Adaptarse a los nuevos tiempos, por Gonzalo González

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La oposición democrática está ante el reto de adaptarse a los nuevos tiempos para conservar su condición de alternativa de cambio al status quo impuesto por la fuerza.
El fraude del 28 de julio contra la soberanía popular trajo como consecuencia central un cambio cualitativo de carácter regresivo en la gobernanza del Estado venezolano, se pasó de una suerte de autoritarismo competitivo o dictadura del siglo XXI a una dictadura pura y dura cuyo rasgo distintivo es la criminalización de cualquier clase de disidencia sea está en terreno político o en la esfera de lo social. Desde el 28 de julio se viene produciendo una escalada sostenida de cierre e intimidación de los espacios residuales de libertad y pluralismo que la etapa autoritaria anterior se permitía para disimular la vocación dictatorial del régimen.
El contexto político actual guarda similitudes de origen y procedimiento con el vivido en el país en 1952 luego del fraude, entonces, cometido contra la soberanía popular con motivo de la elección de una constituyente concebida para tratar de facilitar un proceso de transición hacia la democracia; al igual que la elección del 28 de julio pasado. Ambos procesos fueron abortados usando el mismo expediente. Lo anterior ilustra con claridad la magnitud y calado del retroceso civilizatorio que estamos experimentando como sociedad.
Lo sucedido amplia la brecha existente entre la agenda de cambio y transformación de la sociedad con la agenda y propósitos de quienes gobiernan. El país nacional está consciente de que con el continuismo la remisión y solución a la crisis sistémica que padecen tanto la sociedad como el Estado se alejan y cronifican.
Lo ocurrido hace aún más necesario el desalojo del poder de quienes lo detentan y para ello es necesario la existencia de unas fuerzas democráticas adaptadas a la nueva situación.
Adaptarse a la nueva situación no supone asimilarse al sistema como parecen proponerlo algunos desde el campo democrático – aunque no lo proponen de manera explícita– sino que lo sugieren sus acciones y posicionamiento respecto del régimen, a lo sucedido el 28 de julio y su participación en los procesos electorales post fraude. Se trataría en todo caso de influir desde dentro del sistema y sus instituciones para estimular a quienes en el chavismo – supuestamente– están dispuestos a impulsar cambios progresivos hacia un sistema más abierto.
Lo verificable en el devenir cotidiano es que no se percibe en el chavismo la existencia de tal propósito de apertura ni en el corto ni en el mediano plazo. No nos imaginamos a Maduro convertido en un emulo de Gorbachov o de Juan Carlos de Borbón. Lo visible es precisamente lo contrario: La operación reforma constitucional va en la dirección de imponer una legalidad regresiva en lo político, social e institucional derogando los avances contenidos en la Constitución de 1999. Intención que no logra maquillar o disimular la apelación al Poder Comunal como el summum de la democracia.
Por lo tanto, asimilarse al sistema y tratar de cambiarlo desde adentro es una quimera, o, mejor dicho, un cuento chino. El beneficiario neto de tal posicionamiento no sería el país sino el régimen. Cualquiera que aparezca desde el no chavismo facilitando los objetivos continuistas solo logrará concitar el rechazo y el desprecio de la sociedad. Lo sucedido con Alacranes y mesitos refrenda lo que afirmamos.
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Adaptarse a la situación desde la oposición democrática supone asumir varias cosas: la lucha por cambio sigue, continuar exigiendo el acatamiento a la voluntad ciudadana expresada el 28 de julio, no transigir en cuanto a la ausencia de legitimidad de origen y de gestión del oficialismo, asumir que se está en un contexto en el cual la forma, los instrumentos y los medios de hacer política deben cambiar, que el ejercicio de la disidencia será complicada y peligrosa, que lo conveniente no es hacer mutis sino inventar formas creativas de comunicarse y relacionarse con la mayoría social y de que hay trabajar para crear las condiciones objetivas y subjetivas que favorezcan el debilitamiento del régimen.
Gonzalo González es politólogo. Fue diputado al Congreso Nacional.
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