Addy, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“Yo me podré morir, pero no permitiré que por mi voto se muera Venezuela”
Addy Valero, diputada a la Asamblea Nacional por el estado Méridal, enero 2020
A Addy Valero la conocí un día de febrero de 2018 junto a la fuente que adorna el jardín del Palacio Federal Legislativo. Habíamos sido invitados con un grupo de colegas profesores de la UCV, a una reunión de trabajo con la Subcomisión de Salud de la AN a propósito de la tragedia sanitaria venezolana actual, que ya para entonces dejaba a entrever las peores perspectivas. Nos entretuvimos compartiendo anécdotas de nuestros tiempos como concejales municipales – ella en Febres Cordero, Mérida y yo en Baruta, aquí en Miranda- recordando lo intenso de la política local, la que se hace de cara al ciudadano y en la que no hay oficina en donde esconderse. De esas lides surgió Addy Valero.
Llegó al Capitolio como diputada a aquella cámara electa tras la ola esperanzadora que recorrió a Venezuela en diciembre de 2015. Siguiendo su trayectoria como parlamentaria supe de su enfermedad y de los inmensos esfuerzos que familiares y amigos estaban haciendo en procura de los recursos para proveerle del tratamiento necesario en un país como el nuestro, en el que el diagnóstico de una enfermedad maligna equivale a una sentencia de muerte.
Como supe también que hasta su lecho de enferma llegaron conocidos emisarios del comercio político buscando sacar provecho de su tormento, corriendo a dispensarle el consabido “toquecito” en un esfuerzo inútil por doblar la voluntad firme de la diputada merideña que prefirió morir antes que tranzar.
La ejemplaridad en el ejercicio de la política no ha sido precisamente norma en estos últimos 20 años en Venezuela. Años en los que podemos decir que los ciudadanos lo hemos visto todo, lo mismo en el campo oficialista que en el opositor. La bellaquería no tiene bando ni la deshonestidad bandera. Al “enchufado” chavista le podemos identificar sin mayor dificultad con el diputado bonchón al que sorprendieron en un burdel de Cúcuta. A los conjurados del 5 de enero, conocidos hoy como los “diputados CLAP”, les podemos perfectamente aparejar la lista de otros que, a estas alturas, ni siquiera sabemos dónde están. ¡Tragedia la de la Venezuela de hoy, prolífica en liderazgos de “quita y pon” carentes del fuste moral necesario para enfrentar la reciedumbre de estos tiempos!¡Miseria profunda la de un país en el que los asuntos públicos han quedado en manos de hombres sujetos a la voluntad del mejor postor!
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Al político de valía no le está dado actuar desde la dimensión del “yo quiero”, como tampoco desde la del “yo puedo”. Ni siquiera le es lícito hacerlo desde la del “yo necesito”, como bien pudo ser el caso de Addy Valero: el político de valía está obligado a actuar siempre desde el “yo debo” que impone el ejercicio de lo que Javier Gomá Lanzón llama “decorum” –decoro-. Decoro del que dice el citado autor es “la uniformidad de toda la vida y de cada uno de sus actos”.
El acto final de la vida de Addy Valero entraña la admirable uniformidad de vida de quien no se permitió flaquear ni aún desde el dolor, tal y como lo habrían querido los iscariotes que pretendieron comprarle por cuatro monedas. En su agonía, Addy Valero hizo buena la idea de la ejemplaridad a la que se refiere Gomá Lanzón, que nos la propone como modelo, regla, norma y ley que ilumina al ejemplo empírico y “lo dota de significatividad humana”.
Fue así como el gran testimonio de decencia personal y política que por muchos años tendrá que ser citado en la Venezuela de estos tiempos terminó siendo obra no de un típico “operador político” este caraqueño vestido de Adidas® de cabeza a pies, como tampoco de personeros de paltó y corbata de esos que solían citarse a desayunar en los salones del Hotel Tamanaco. No. Vino de una bravía merideña, antigua concejal de parroquia, que con su gesto de honestidad radica se ha constituido desde ya en necesaria referencia para un país en el que sobreabundan los hombres públicos que llevan el PVP marcado en la frente.
En Venezuela, toda política sin fuerza moralizante es, en el mejor de los casos, un mero ejercicio de relaciones públicas. O un negocio atractivo, sobre todo para quienes ven en la tranza la posibilidad de al fin ponerse en el “loft” en Brickell o el automóvil de fabricación bávara al que siempre aspiraron. El soplo moralizante del último gesto de Addy Valero pesará por muchos años sobre los mercaderes de la política, cuya persistencia solo se entiende desde un ambiente político e institucional que, gestado en la “Cuarta” y fortalecido notablemente en la “Quinta”, ha sido siempre fecundo para el contubernio y el “cuadre”.
Llegue hasta la familia de Addy Valero, sus compañeros de militancia y sus electores, el modesto homenaje de ciudadano que quien esto escribe quiere hacer a su memoria: testimonio de ejemplaridad pública que la Venezuela decente reconoce y agradece en medio de los pesares de este tiempo terrible. Que el Señor la tenga en su Gloria.
Referencias:
Gomá Lanzón, Javier (ed.2019) Ejemplaridad pública. Taurus, Barcelona, p.198 y 207.