Adiós a una oscura quimera, por Fernando Rodríguez

El otro día vi un encuentro de Rafael Correa y Evo Morales, en el programa que conduce el primero en el canal ruso en español, en que cada uno a su manera evocaban el cercano pasado en que ciertamente los albistas, por llamarlos de alguna manera, tuvieron una relevancia cierta en el continente.
Infantiloide como es Evo suspiraba por aquellos días glamorosos en que Fidel, Chávez, Lula, los Kirchner, ellos mismos y otros menores o más efímeros hacían un elenco con un poder muy consistente en la región. Correa, más inteligente y cínico, le aseguraba que volverían esos días de gloria, porque los pueblos pueden ser engañados pero no permanentemente.
La verdad es que era bastante patético el dialogo televisivo. El mismo canal de la Rusia de Putin, mafiosa y despótica, pero capaz de acogerlos y ellos de reverenciarla, era una estupenda escenografía simbólica: la hija de un imperio perdido, en ese caso mundial y nuclear, donde cayeron tantos muros y tantas estatuas, tanto siglo veinte.
Me viene esa escena a la memoria con la noticia, por demás esperable, de que Ecuador abandona el Alba, el club donde se reunieron unos pocos países, no los mayores, pero si con un cierto peso visible y tangible en estos lares.
Recuérdese, por ejemplo, esa opereta inigualable que fue el caso Zelaya, de Honduras, donde perdieron pero arrebataron. Estupenda, desde el propio presidente Zelaya derrocado y expatriado en pijamas, no sé porque me viene a la mente Groucho Marx, hasta la fallida reconquista del poder, llena de estrambóticas y rocambolescas entradas y salidas. Inolvidable comedia tercermundista.
Pero se hicieron sentir, claro que sí. Porque si alguna arma tenían era bocas muy grandes, y sucias dirían nuestras abuelas, siempre exclamativas, rimbombantes, desafiantes, ofensivas.
A la manera del primer Fidel, hay uno posterior más cauto y sibilino, picar adelante y con todo. Si algo es registrable en la época es la distancia entre la verborragia ideológica y la retórica demagógica y lo que pasaba en la realidad mucho más calculada y sobre todo rapaz, hoy está claro, del manejo de los dineros públicos y las ansias de sus amados pueblos. Eran chillones, narcisos y apasionados por la heráldica histórica.
Pero no es mi oficio ni probablemente es el tiempo para hacer la historia de un período de características fuertes y definidas. Registremos algunos pocos hechos de la demolición. También en esta semana la policía entró en las residencias de Cristina Kirchner, acusada de ser la cabecilla junto con su difunto marido de una banda de ladrones que robó millones y millones, en efectivo para más señas, y de lo cual parece que abundan las pruebas.
Lula está encanado con una cantidad de miembros de su banda en un operativo descomunal contra la corrupción, lo cual es hasta lamentable porque el pillín llegó a ser en un momento el conductor de un Brasil que parecía crecer sin límites.
Quién iba a pensar en ese trágico siete a uno del mundial en su propia casa, delante de la familia. Ahora el mismo Correa, tan suficiente, y que no la hizo del todo mal, perdió el país, el partido, y se le acusa de secuestrador, entre otras posibles causas.
Y Cuba lo que anda es viendo como alcanza el dólar turístico en crecientes cantidades, borró el comunismo de su léxico y habla muy poco, aunque jode mucho a los residuales Nicaragua y Venezuela, a quienes utiliza como trincheras y moneda de cambio. Unasur se desmorona solo y sin que nadie se alarme.
Zelaya que nadie sabe en qué andará, ni quién lo alimenta, si alguien lo hace. Y tantos otros, como el cura Lugo y su abundosa prole. Pero no sigamos.
Venezuela y Nicaragua sobreviven, como albistas. Pero a qué precio, convertidos en dictaduras militares, sin ningún rumbo ideológico, martirizando y robando a sus pueblos de una manera inédita, hasta en estas tierras donde tanto han abundado los tiranos criminales.
Somos el desecho de una oleada fétida del continente, en cierto modo su peor cara, quizás por ser su podredumbre última. Por último hay que aclarar que también hubo y hay otras cosas. Chile por decir una sola.
Una América latina renovada, sí, pero donde sobreviven ancestrales heridas, desgarramientos sociales irredentos, desigualdades vergonzosas. Y donde habrá que reinventar otras formas de luchar por el verdadero progreso, el de todos, el del equilibrio en el tener y el poder, la riqueza y la verdadera democracia. Lo que antes, si no recuerdo mal, llamábamos izquierda.