Adiós salario, pensiones, todo, por Esperanza Hermida
Twitter: @espehermida
Desde el punto de vista económico, lo insólito caracteriza a nuestro país. Ya hablar de devaluación, inflación, hambre, miseria, pobreza, es tan cotidiano y normalizado, como hablar de la canción de moda o del mundial que se está realizando en Qatar. Es decir, lo malo, lo terrible, lo peor, ya no espanta. Venezuela vive su crisis económica más profunda, al tiempo que acontece, de su mano, la crisis política. Una de sus expresiones es la represión al pueblo.
Frente a una desaparición tan abrupta del valor de la remuneración al trabajo, en otras latitudes, seguramente, las protestas tendrían lugar con proporciones magníficas. De hecho, en varios países, incluyendo EEUU, las huelgas proliferan. Y no es que sean legales, autorizadas, toleradas y aplaudidas. Todo lo contrario. El caso es que se hacen y en las peores circunstancias, al menos se intentan. Organizaciones sindicales con músculo o sin él, se enfrentan a las políticas de los gobiernos y a veces, logran algún éxito. Claro está: el estado no encarcela sindicalistas, como sucede en Venezuela.
Las personas jubiladas y pensionadas se movilizan defendiendo su patrimonio y son activamente acompañadas, cuando no lideradas por organizaciones sindicales. En el caso venezolano, la lucha de la gente de la tercera edad y especialmente, la que fue pensionada por el IVSS, la que resultó beneficiada por el asistencialismo de “Amor Mayor” y las reivindicaciones que demanda el sector público, petrolero, telefónico, universitario y judicial, se convierten en experiencias bautizadas a sangre y fuego: ¡Reprimidas con gas del bueno! … Como diría el comandante Chávez.
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Todo esto demuestra la falta total de escrúpulos de los órganos policiales, militares y de la administración de justicia venezolana. Miles de detenciones arbitrarias, varias desapariciones, ejecuciones y acciones sistemáticas del estado, siguiendo un patrón de represión masiva y selectiva, para criminalizar la protesta popular, forman parte de las denuncias que divulgan algunos medios internacionales sobre Venezuela. Son casos que poseen rostro, identidad (nombres y apellidos), narrativa y evidencia de la violación de derechos humanos y, sobre todo, una esperanza enorme por lograr que se haga justicia.
A pesar de la represión, para hacer frente al deterioro del salario y de la pensión, hay que seguir protestando y se seguirá. Paradójicamente, en Venezuela es muy difícil el ejercicio de derechos constitucionales como la manifestación pacífica y la huelga. En el caso de la clase trabajadora, el estado tiene como herramienta un reglamento de la LOTTT, que le permite cerrarle la puerta en la cara a las organizaciones sindicales, declarando inadmisible cualquier pliego de peticiones.
En el caso de las personas pensionadas y jubiladas, el gobierno les mata de inanición porque no paga una cantidad mensual digna, que permita a este sector de la sociedad adquirir lo indispensable para sobrevivir. Tampoco se le garantiza el acceso a la salud, ni en atención, ni en suministro de medicación.
En situación análoga se encuentra la gente que padece diversas patologías crónicas, hecho que les convierte en personas inmunológicamente vulnerables. Ha proliferado la organización y desarrollo de campañas de solidaridad a nivel mundial, impulsadas por familiares en el exterior, de muchas de estas personas que requieren apoyo en divisa extranjera, bien sea porque están enfermas hace tiempo o porque deben ser intervenidas quirúrgicamente. Hay gente afectada por esta necesidad en el medio artístico, deportivo, hasta de la política en tiempos del siglo XX. No hay dinero suficiente, ni que se venda la casa, el carro y media familia, para costear los extraordinarios gastos que implica recuperar la salud en Venezuela. Estas campañas de solidaridad, por cierto, tienen efecto porque hay varios millones de ciudadanas y ciudadanos de nacionalidad venezolana, fuera. Gran parte de esa diáspora se tuvo que ir de Venezuela contra su voluntad, convirtiéndose en desplazados y desplazadas por causas económicas.
De esta manera el país se acerca a la navidad, con derechos por el piso y mucha desilusión. Cierto es que el dinero no lo es todo en la vida y que hay una creatividad venezolana que rompe cualquier pronóstico, logrando una sonrisa en quien esté más triste o haciendo una hallaca con esfuerzo colectivo, que finalmente adquiere un sabor muy rico. Pero la verdad es que, más allá de reconocer que nos reímos hasta de nuestra desgracia, esta pesadilla económica está por acabar con la paciencia del pueblo.
No es con declaraciones como las del presidente Maduro esta semana, que se evita la caída de nuestro signo monetario. Es con una política económica gubernamental que ponga en el centro de su objetivo, satisfacer las necesidades de la inmensa mayoría de la población.
El sufrimiento del pueblo lleva demasiado tiempo y la represión no frenará la protesta. Al salario y a las pensiones hay devolverle su poder adquisitivo.
Esperanza Hermida es activista de DDHH, clasista, profesora y sociosanitaria
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