Adultos mayores, las peores víctimas del socialismo, por Griselda Reyes
Twitter: @griseldareyesq
En nuestro pasado reciente llegar a la vejez era sinónimo de tranquilidad, retiro y descanso. Nuestros abuelos, e incluso nuestros padres, trabajaban toda una vida para disfrutar al final de sus años de los logros obtenidos a lo largo de ella.
Pero en la Venezuela actual a las personas de la tercera edad, lamentablemente, les supone años de profunda tristeza y desolación: pensiones de hambre, soledad, penurias, enfermedades sin tener a dónde acudir para tratarlas y sin recursos económicos para atenderlas. En resumen, sin asistencia alguna por parte del Estado venezolano.
No cabe duda de que Venezuela debe ser, si no el peor, uno de los peores países del continente para envejecer. Basta con leer los resultados del estudio sobre las Condiciones de Vida y Salud de las Personas Mayores en Venezuela que presentó la Asociación Civil Convite hace dos semanas atrás.
En él se revelan datos como que 72% de nuestros ancianos no trabaja actualmente, y quienes lo hacen están en la economía informal; o que 80% de las personas consultadas perciben entre $1 y $10 mensuales, mientras que 40% reportó percibir ingresos entre $1 y $5. Asimismo, 75% de los consultados respondió recibir apoyo económico de sus familiares.
Otro de los datos interesantes que refleja el estudio es que 95% considera que es costoso vivir o mantenerse económicamente en Venezuela.
En resumidas cuentas, al Estado venezolano, cuyo gobierno se llena la boca y dice ser profundamente socialista, le importa un bledo el destino de nuestros ancianos, olvidando que su atención es una obligación estipulada en la Constitución nacional.
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La muestra más dura de esto la vemos hoy en las colas de vacunación contra la covid-19. Abuelos a merced de la pandemia, haciendo larguísimas colas desde la madrugada para obtener como único resultado la burla de un desgobierno que los usa como bandera política y que mucho menos ha presentado un plan serio de vacunación.
En distintos estados del país vemos a nuestros ancianos absolutamente indefensos, denunciando que tras hacer filas desde las 2:00 de la madrugada frente a los centros de vacunación y pasar seis, ocho, diez horas en ellas, funcionarios civiles y castrenses salen a manifestarles que no hay vacunas para aplicarles la segunda dosis.
Tampoco es anormal ver a nuestros viejitos amaneciendo en colas para surtir sus vehículos de gasolina subsidiada. Algunos de ellos han muerto de infartos fulminantes provocados por la rabia y el cansancio de permanecer días en sus vehículos esperando llenar el tanque de gasolina. Con pensiones de tres dólares mensuales, es impensable que compren combustible dolarizado.
Nos causa profundo dolor ver a nuestras señoras, mujeres que trabajaron toda una vida, saliendo de las farmacias con las manos vacías porque sus pastillas son impagables; incluso contando con remesas que envían familiares desde el exilio forzoso.
Por cierto, según organizaciones no gubernamentales que trabajan con este sector tan vulnerable de la población, en Venezuela hay casi un millón de abuelos solos, abandonados por sus hijos o nietos que se vieron en la obligación de emigrar del país. Es lo que lo han denominado como adultos mayores «huérfanos».
Este terrible flagelo que ha llegado a matar de hambre a nuestros abuelos, como ocurrió recientemente en Caracas donde dos hermanos fallecieron de inanición en el sector de Puente Hierro, no se acabará mientras estos inescrupulosos sigan en el poder.
De lado y lado han dejado a nuestros antecesores en la lista de «pendientes», luchando solos con una voraz hiperinflación que los dejó sin ahorros y pulverizó su poder adquisitivo. Pero también a merced del hampa, que irrumpe en sus viviendas para matarlos y robarles lo poco de valor que les queda.
Y también expuestos a la falla permanente de servicios públicos, que ha llevado a miles de ellos a tener que caletear agua para bañarse, limpiar o cocinar; a cargar bombonas de gas en un intento desesperado por conseguir quien les venda un cilindro; a cortar leña y volver a la Venezuela primitiva donde antes se cocinaba a gas; a buscar velas para alumbrarse y a quedar incomunicados del mundo porque pocos pueden acceder a teléfonos inteligentes.
Rompe el corazón ver a tantos adultos mayores deambulando por las calles con las ropas harapientas y los huesos forrados en piel; pidiendo limosna o hurgando en la basura.
Ninguno de ellos merece haber llegado a esa situación y menos en un país que ha manejado, en poco más de 20 años, más de dos billones de dólares por ingresos petroleros.
Otros tantos, menos golpeados, salen a practicar la buhonería para conseguir algún dinero extra para comer y son muchos más los que han decidido poner en venta sus trastos, algunos de ellos recuerdos familiares atesorados.
Así como luchamos por dejar un país decente para nuestros hijos, donde puedan crecer y construir sus propios patrimonios, hoy estamos más que obligados a rescatar esta tierra para que quienes forjaron el país que hoy tenemos puedan pasar sus años de retiro en la tranquilidad que merecen.
Nosotros soñamos con un país donde el Seguro Social y las jubilaciones supongan un colchón económico para los adultos mayores. Basta de miseria. Todos los venezolanos tenemos derecho a envejecer con derechos garantizados y con dignidad.
Grisela Reyes es empresaria. Miembro verificado de Mujeres Líderes de las Américas.
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