Ahora el voto es el castigado, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
El voto, ese magnifico instrumento que nos permite escoger. Ese que tantos beneficios nos ha brindado. Que es utilizado en nuestras rutinas más irrelevantes, como decidir a qué hacer un día del fin de semana. Que nos permite mantener un ambiente armónico entre la familia, pero que por sobre todas las cosas, es símbolo indiscutible de la libertad. No obstante, para graficar con un ejemplo desde el boxeo, este anda tambaleante en el cuadrilátero y la mayoría de sus contrincantes son, principalmente, aquellos que se han disfrazado de adalides de la libertad.
Recuerdo cuando en muchas campañas electorales, se apelaba al llamado del voto como “castigo”. Sobre todo, para aquellos que habían desempeñado un mal papel en la gestión de las políticas públicas. Y ocurría que los pueblos lo aplicaban de esa manera, en algunos casos. Era el instrumento preferido en esas ocasiones porque le entregaba el poder de decidir a la gente.
Pese a ello, desde que el autoritarismo, ya disfrazado de populismo, arribó a los escenarios políticos de América, ha echado mano de todos los recursos posibles para permanecer en el poder, en el control de países, y ha pescado a cuanta herramienta le sirva para sus propósitos tanto como le sea posible, a través del abuso y la destrucción de las instituciones que representen el equilibrio y la igualdad.
Una de las víctimas favoritas, porque son varias, en los últimos días, es el voto. Convencer a todos de que nuestro voto no funciona, no es confiable y, sobre todo, que es alterable, es la nueva técnica propuesta por muchos populistas en América, insistiré, desde su posición de derecha o de izquierda.
La primera de sus tareas, la de los autócratas sembrados y aquellos que vienen en retoño, es hacer ver que toda aquella institución que posee el mandato del manejo del voto está contaminada por seres humanos que viven de la miseria y de la entrega de sus principios e ideales de justicia y libertad, cosa que, en algunos casos, se ve reforzada por la actitud de alguno de ellos. Este último cuadro, facilita la arremetida en contra del voto.
Sin embargo, al no lograr mucho por la vía del descredito sobre la institución, dirigen sus misiles hacia el ejercicio en sí, llenándolo de mentiras e historias de puntos paralelos de conteo. En Venezuela, por ejemplo, existía aquella frase que era endilgado a un partido, o a dos, que decía: “Acta mata voto”, eso en los tiempos de la entrega de actas finales que salían de los centros electorales. Puede que haya resultado cierto, como también puede que no, pero eso desestimulaba, de forma muy importante, al voto y a sus custodios, quienes solían desaparecer en los momentos del cierre del conteo en las mesas.
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Luego, en tiempos de la tecnología, vino la etapa de los centros de procesamientos paralelos en tales edificios, desde donde se recibía una información real que era manipulada y enviada al centro electoral para favorecer, en el caso del chavismo, al candidato de esa tendencia. Tantas veces estuve en los procesos electorales, y recuerdo como llamaban para decir dónde estaban y qué hacían en esos centros. Por supuesto, nunca tuvimos una fotografía, ni nadie de nuestro equipo encontraba nada en esos lugares. Pese a ello, el objetivo se estaba logrando: comenzar a demoler al voto.
La historia en contra del voto, incluso, ha involucrado a países como los Estados Unidos, donde un expresidente (Todavía anda con esa narrativa muy peligrosa), quiso primero volver casi al voto de la “papeleta” o “boleta”, porque los sistemas eran permeables y había gente manipulando la votación, luego se ha sabido, no como algo oficial, que había un país que si tenía que ver con esa historia. Pero el agraviado con mayores “moretones” ha sido el voto.
Así se ha corrido la historia del voto convertido ya en un instrumento malvado, más cercano a lo perverso y manipulable, que a la garantía de decidir de forma colectiva. Brasil, Honduras, Nicaragua, se asoman Perú y El Salvador. Por supuesto, Venezuela, está nadando desde hace tiempo, en esas aguas de debilitar la seriedad, castigándolo de la manera que mejor se les ocurra, para doblegar su fortaleza, sobre todo la confianza y con ello a la democracia que hemos conocido hasta hoy día.
Luis Ernesto Aparicio M. es Periodista Ex-Jefe de Prensa de la MUD
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