Al borde de un ataque de nervios, por Teodoro Petkoff
No, Diosdado, el país no está en calma. Igual decía José Vicente en las semanas y días previos al 11 de abril. Ya se sabe que cada vez que un ministro dice algo parecido hay que entender lo contrario. El poder tiene la extraña presunción de que basta con decir con cara de póker que no hay de qué preocuparse para que cesen los problemas. Pero, hoy como entonces, es al revés. El país (probablemente Caracas, mucho más que el resto), está al borde de un ataque de nervios, sobresaltado, dándole pábulo a las bolas más estrambóticas y estrafalarias. Ayer fue un día de locura. El sismógrafo cambiario lo registró: el dólar dio un brinco de 57 bolívares.
Ninguna sociedad puede marchar en un estado de tensión permanente. Así no hay plan macroeconómico que funcione pero tampoco funciona la microeconomía. Ahora, ¿cómo salir de este atolladero? El país pareciera estar maduro, más que política, sociológicamente, para una salida bonapartista. Pero se engañan quienes creen, tanto en el gobierno como en la oposición, que una intervención militar los va a beneficiar. Comenzando, que es poco probable una acción militar incruenta. Y una vez que comienzan los tiros todo se torna incierto. Pero, además, el desenlace puede dejar afuera a todos los que se sienten causahabientes, tanto en el gobierno como en la oposición, de la operación militar. De allí que lo único sensato es que gobierno y oposición se reconozcan mutuamente y entablen un diálogo real para propiciar una solución democrática. Que tampoco es que sea muy fácil de diseñar, pero peor es la alternativa. Una apreciación realista de la correlación de fuerzas debería indicar a los contendores que un camino distinto al del entendimiento sería suicida. Partir de la presunción de que cada lado puede imponer al otro incluso una salida democrática es una ilusión peligrosa. Creer que EL OTRO no existe o no importa es el preludio del desastre. El gobierno debe entender que no se puede administrar el país en permanente confrontación con la clase media y la oposición no puede actuar como si la base popular del gobierno no contara para nada. Por ese camino no se podría gobernar sino a sangre y fuego. Este gobierno o cualquiera que lo sustituya.
Hace pocos días apuntamos que no sería mala idea apelar a un tercero de buena fe, que ayude al encuentro de las partes. El gobierno ha tomado la iniciativa de llamar al ex presidente Carter. Eso está bien. Pero mucho mejor sería que el gobierno convocara a sus adversarios a sentarse en la mesa de diálogo. Pero, sus adversarios bien podrían emplazarlo, sin reticencias, a que se abra, en verdad, al diálogo. No tienen porque esperar que el otro los llame. Como en el cuento del rey Salomón y las madres que se disputaban un niño, dar el primer paso en el sentido del entendimiento sería un acto de amor por el país.