Al maestro con cariño, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Hubo una vez un país trasnochado e indigestado con tanta inestabilidad política y que intentó probar suerte de la mano de un, aparente, sencillo maestro de pueblo. De principio nadie podía descifrar que era lo que se buscaba, pero ese docente que tenía más semejanza a una tira cómica representada por un hombre de estatura mediana y con un sombrero inmenso de color blanco, como emulando a los héroes del Oeste norteamericano, producía más risa que cualquier otra cosa.
Así le tocaba a Perú ir a un proceso electoral que definiría su futuro político luego de los cinco presidentes que habían desfilado por la Casa de Pizarro en seis años, casi un presidente por año. En aquel entonces, ese país que ya había logrado un notable crecimiento en su economía buscaba el toque político que le brindara la certeza de continuar el camino. Una candidata acosada por la sombra de la corrupción y un maestro de sombrero, estaban dentro de los dos con mayor fortaleza durante el proceso electoral de 2021.
De la pugna electoral, vimos como el del sombrero –y luego lo vimos montar a caballo para votar– se abrió pasó y lograba el triunfo para así convertirse en presidente. Los analistas, siempre pensaron que el cargo le vendría muy grande –como su sombrero– puesto que la solución política que se intentaba en el Perú requería de alguien con la suficiente capacidad para negociar, hablar, acordar y sobre todo establecer alianzas que permitieran la continuación democrática necesaria.
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Pese a ello, los escasos 16 meses del mal gobierno del maestro Pedro Castillo, confirmaban las opiniones de esos analistas. A Castillo le presentaban la renuncia la mayoría o todos los ministros que nombraba, casi a diario. Lo que también confirmaba que bastaba una conversación en persona para que los mencionados funcionarios, colocaran su cargo a la orden. Sumado a este panorama, tuvo que cruzar el mar de solicitudes de separación del cargo, que salían de, el también impopular Congreso. De allí que era evidente que el final de su gobierno llegaría más temprano que tarde.
Habrá cientos de razones para entender el por qué las muchas solicitudes de vacancia del cargo de la presidencia en Perú no contaban con los suficientes votos para aprobarla. De todas me quedaría con aquella que puede ser interpretada como el esperar y dejar que el gobierno continuara por inercia y cumplir su periodo, para, de esa forma, mantener el hilo constitucional y permitir la sobrevivencia de la democracia en tierra donde poco lo hace.
Pese a esto último, el maestro continuaba nombrando ministros de papel y recibiendo sus renuncias. Incluso se dio a la tarea de coquetear con la corrupción y montó sus negocios. Quién lo diría, aquel hombre pueblerino, llegado desde un pequeño recodo llamado Puña, se montaba en el bus en el que viajan muchos corruptos latinoamericanos y más allá, entrometidos en la política. Puede que este sea el ingrediente que le faltaba probar a Castillo, para entender que no había que hacer lo que hay que hacer cuando se está en un gobierno convulso.
Por último, Pedro Castillo tuvo otra idea, aunque desde mi óptica no fue solo suya. Envalentonado y cediendo a la tentación y soberbia del poder, un día apareció con trémulo papel en mano, para decir que se convertiría en otro dictador más, muy al estilo de Nicolás maduro, por ejemplo, y que cerraba el centro de sus dolores de cabeza: el Congreso.
Puede que al maestro le allá animado que, por aquellos lados, los políticos no han entendido que el centro del problema no era salir del errático presidente, sino el construir las bases para que la política funcione y con ella la democracia. Sin embargo, parece que todo vuelve al «escenario ideal», con las protestas, las amenazas de decretos de emergencia para frenarlas, lo que podría derivar en otra declaratoria de vacancia y por supuesto una oferta de elecciones adelantadas, como solución.
Y no sería la solución, porque en Perú, la inestabilidad es la constante y ella pasa del maestro a su vicepresidenta: Dina Boluarte, otra persona carente de sentido o tino político para lograr que las aguas políticas se calmen. El panorama para ella no luce muy alentador: no tiene ningún punto que le vincule con el Congreso y la gente, cosas de las que carecen la mayoría de los políticos de ese país, quienes lucen más enfrascados en querer el control y el manejo de este, a su manera por supuesto, sin que el otro cuente, aun estando en la misma acera.
En Perú, todos saben que la inundación no cede, pero prefieren hacer nada para ver si de ese modo las aguas terminan encontrando su cauce. No obstante, en política las aguas no se calman sin una intervención correcta y consensuada. Mientras, el maestro salta con unos cuentos muy raros, sobre su intento de quedarse con todo, por lo que hay que, como la canción de Al Maestro con cariño, recordarle que: «Aquellos días de escolares y de contar cuentos de hadas, se han ido», como ahora él lo ha hecho.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de Prensa de la MUD
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