Al parecer ser hombre y maricón eran cosas excluyentes, por Luis Alfredo Jiménez

Por mucho tiempo me sentí como un extraño, no me hallaba en mis congéneres a pesar de que aparentemente todos éramos unos niños en bermudas, con las rodillas mugrientas que correteaban jugando al loco tocando; sacando eso, mi persona no era tan similar a la de ellos: no era rudo, temerario o vernáculo, sino lo contrario. Mi aparente personalidad suave no fue bien recibida, mis gustos, aptitudes y destrezas con frecuencia eran cuestionadas, criticadas o rechazas, acrecentando la brecha entre mis iguales y mi persona.
Necesité varias charlas sinceras conmigo mismo para comprender parte de lo que ocurría: era maricón y, al parecer, ser hombre y maricón eran cosas excluyentes.
Se tenía claro lo que significaba ser hombre, un valiente semental, consumidor de mujeres, proveedor y de utilidad limitada. Veía cómo muchos varones de mi círculo eran todos distintos, aunque los unía un punto en común: actuaban y representaban a ese «hombre», encarnaban sin chistar una masculinidad impuesta y arbitraria.
Ser maricón tuvo sus dificultades, no existía la visibilidad de hoy en día, mis referentes y opciones de aquel entonces resultaban limitadas, ridiculizantes y representativas de un imaginario cisheteronormado que poco sabe sobre la mariquera. Reconocerme en mi entorno fue casi imposible. Lo poco que llegaba a mí en relación a la masculinidad resultaba absurdo, maltratante, reflejo de lo estereotipante y vejatorio de la sociedad.
Se me ofrecía una hiperfeminidad de algún valor sociocultural si ocupaba roles estéticos y de entretenimiento; por otro lado, la oferta contemplaba un silenciamiento de mi persona mediante un estilo de vida «hetero», todo un teatro con opciones bastante caricaturescas. Me encontraba en un campo de batalla, me resistía a ser un parapeto de la heterónoma, me rehusaba a representar una pantomima de expectativas ajenas.
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Ninguno de esos extremos me representaba. Yo quería ser de otra forma. Tropecé con la sensación de no tener de qué sostenerme: reconocerme o conocerme. Me encontraba sumergido en una constante reflexión sobre ¿qué es ser varón? ¿Qué implica ser marica? ¿Se podía ser varón y maricón? ¿Cómo vivo mi masculinidad? ¿Cómo integrar mi feminidad?
Encontrarme fue posible gracias a los libros, la historia y el anime, ahí hallé referentes, vi que era posible ser diferente y que no era por el lado de lo hegemónico que iba a encontrar respuestas. Saber que existen diversos estilos de hombres y no una sola masculinidad fue una revelación, un alivio, era natural ser distinto.
Ser un hombre marica es algo que va mucho más allá de a quién amo, la exclusión y rechazo abarcaban aspectos tan cotidianos como mi tono de voz, mi lenguaje corporal, cómo interactuaba y entendía el mundo. Fue así como comprendí que el rechazo y discriminación no era solo por mi escogencia amorosa sino por la persona que soy. Se atacaba la manera en la que me percibo y me expreso, repudiando el ejercicio de mi sexualidad y ejerciendo sobre mí actos de segregación y exclusión, no solo por ser marica sino por permitirme ser un hombre marica.
Comprobé que mi expresión e identidad no son rivales, que no soy medio hombre o medio mujer. Rompí construcciones, abracé mi ser y agradecí que eso era lo que tenía para ofrecer, que yo me hallaba al reconocer mi diferencia, había renunciado a los simulacros, silenciamientos y represiones. Lo que podía ofrecer era diverso y esa diversidad habita este cuerpo que he personalizado y apropiado de la manera más íntegra y fiel a mí mismo.
Fue desde ese sentir que pude hacerle frente a la dicotomía excluyente; había salido en defensa ante los cuestionamientos a los que era sometida mi identidad y experimenté la confianza y seguridad necesaria para permitirme ser. Lo que en un momento fue señalado, hoy es singularidad, mi manera particular de ser hombre.
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